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Domingo, 27 de enero de 2002
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MINITURISMO Baradero

Entre el campo y el río

A orillas del río Baradero, la antigua colonia suiza se dedicó
tradicionalmente a la explotación agrícola a través de las estancias de la zona. A punto de festejar sus 146 años, es una de las principales propuestas de miniturismo entre Zárate y San Pedro.

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La estancia de Santa Clara, especializada en equitación y en excursiones a caballo.
Por Graciela Cutuli
En estos tiempos de incertidumbre y corralito, muchos turistas cambiaron las playas de Brasil por las del Partido de la Costa y las propuestas siempre vigentes de destinos cercanos –que se acostumbraba dejar para los fines de semana largos– se potenciaron también para el verano y estadías más largas. En materia de turismo rural, Baradero es una opción tradicional que vuelve a perfilarse con más fuerza por su combinación de bajos costos y una distancia de sólo 140 kilómetros de Buenos Aires, con una variedad interesante de actividades.
En su currículum, la ciudad se presenta como una de las más antiguas de la provincia de Buenos Aires y está peleando para que se le reconozca el título de primera colonia agrícola del país. La historia de Baradero empieza realmente en 1856, cuando un grupo de suizos decidió detenerse en su camino hacia las praderas de Santa Fe y fundó a orillas del río lo que sería una de sus colonias más prósperas. Eran tiempos en que la Argentina se encaminaba a convertirse en granero del mundo y Suiza era apenas una suma de pobres valles alpinos que mandaba a sus hijos a Estados Unidos, Canadá y la Argentina en busca de un futuro mejor.
Para quien quiera pasar un fin de semana, o varios días a pleno campo, Baradero ofrece varias alternativas para todos los gustos y presupuestos. Una de las más interesantes es Las Glicinas. Se trata del casco de una estancia reconvertida al turismo, cuyos edificios combinan la rusticidad del campo con un toque de distinción que delata épocas más esplendorosas para el agro argentino. Además de lo clásico en este tipo de establecimiento –pileta, arboleda, paseos a caballo, comidas caseras y atención personalizada– lo más interesante de Las Glicinas es que propone clases de polo, tanto para quien quiere practicar un poco como para quien quiere iniciarse en este deporte. En fin, lo que faltaba para sentirse a pleno un estanciero, aunque sea por unas horas.
A pocas cuadras de allí, en medio de los campos, la estancia Santa Clara es otra de las ofertas más atractivas de Baradero. Su antigua casona pintada de un punzó aplacado por el tiempo ofrece una linda postal sobre los verdes de la campiña. Al llegar, un puñado de paisanos a caballo escoltan a los visitantes con banderas argentinas: el resto es una vida a puro trote, gracias a la tropilla de caballos criollos que tiene el establecimiento. Ofrece paseos, muestras de destreza, carreras de sortija, y una vida en pleno con los caballos; para quienes eligen celebrar alguna fiesta o reunión de negocios, también cuentan con el equipamiento adecuado.
Siempre fuera de la ciudad, no hay que perderse una visita a la granja caprina, que permite ver cómo funciona una de las poquísimas empresas dedicadas en la Argentina a la producción de leche, quesos, helado y dulce de leche de cabra. Sus dueños cambiaron hace pocos años la esquina de Santa Fe y Pueyrredón, en Capital, por esta prolija chacra donde priman la ecología y la limpieza, gracias a técnicas avanzadas en el manejo del tambo y los establos de las cabras, basados en modelos franceses y suizos. Un detalle: para comprobar el nivel de higiene y no contaminación de la chacra, se creó una pequeña laguna donde abundan los caracoles y las ranas, indicadores de la buena salud de las aguas de desecho de la empresa caprina. La visita se complementa, para quien sabe ganarse la confianza de la familia, con un paseo por la huerta orgánica, donde tomates y zanahorias tienen un sabor exquisito. Como en las mejores publicidades “recién sacadas del campo”.

una tarde en suiza Antes de volver hacia la ciudad, hay que perderse en los caminos de tierra y de ripio que bordean toda las afueras de Baradero. En una subida, uno se encuentra con la sorpresa de una pequeña capilla, perdida entre las chacras. El edificio es moderno, pero levantado en estilo prolijamente clásico, y ofrece un pequeño oasis de paz y espiritualidad en medio de la pampa. Se puede sentir el paso lento del tiempo, sentado bajo el castaño que enfrenta la capilla, mientras se oyen las grabaciones de cánticos sacros que se filtran por la puerta abierta, y que parecen no tener más oyente que la soledad de la tierra en un campo desierto.
Es realmente un momento especial, sin duda necesario antes de volver de pleno al movimiento del pueblo cuando sale de la siesta, entre las cinco y las seis de la tarde. Es la hora de los paseos, de saludarse e informarse de las novedades con una sola mirada, de cumplir con todos los ritos. Los que tienen auto miran quiénes están frente a sus casas y con quién. Los que quedan frente a sus casas miran quiénes pasean en auto y con quién.
Otra opción para las tardes de verano es ir al borde del río. Se puede navegar si se dispone de una embarcación y Baradero tiene incluso guardería de lanchas, siempre muy ocupada porque los costos son más bajos que en otras partes de la costa bonaerense. También hay un balneario con pileta en medio del terreno municipal de camping, muy económico y con todos los servicios, a pasos de la ciudad y a orillas del río. Parte de la tarde también se puede pasar recorriendo algunos negocios del centro –un clásico es el Nuevo Torito, en una esquina de la calle principal, que vende artesanías y productos regionales elaborados en Baradero y en otras localidades del interior– o tomando el té a la suiza. Para probar algunas especialidades, nada mejor que La Araucaria: allí Piri, la dueña, ofrece a la sombra de una florecida Santa Rita una exquisita torta helada que ya es famosa en Baradero. Otro clásico suizo es el Edelweiss, uno de los hoteles más tradicionales junto a la Posada Suiza y el Colonial, que también ofrece un té con tortas caseras.
También de origen suizo, pero bien acriollados, son los dueños de Lo de Genoud, un clásico restaurante de campo que se especializa en brindar un auténtico oasis entre parrillada y parrillada. Entre plato y plato, le contarán algunas de las muchas anécdotas de la prolífica familia, que marcó la historia de Baradero durante todo el siglo XX.

Algo de musica Por si algo faltaba, Baradero tiene una última sorpresa: el museo aeronáutico y el Aeroclub. En realidad, el museo es un puñado de aviones antiguos instalados al borde de la pista, piezas de valor para los fanáticos de los tiempos heroicos de la aeronavegación. Para los demás, se puede volar en uno de los Cessna del club y descubrir la región desde el aire, sobre todo para descubrir el sinuoso trazado de los ríos junto a la ciudad. Desde ahí arriba, con todos los matices de verdes a los pies, se puede entender por qué hace más de 120 años unos suizos vieron el futuro a orillas del gran Paraná, tan lejos de sus Alpes. La historia de su inmigración puede verse en la Casa Suiza, cuyos miembros con gusto le harán visitar las salas y algunos trajes que tienen ya cien años.
También se puede visitar el trazado del autódromo de la ciudad, en las barrancas del río, y el escenario del Festival de Folklore, que está por empezar a principios de febrero y es el segundo más importante del país después de Cosquín. Para los fanáticos de la música, Baradero tiene además un museo de música popular, por ahora en estado de creación. Funciona en una sala municipal en el centro y tiene una ya gran colección de placas de yeso donde dejaron la impronta de sus manos los más importantes intérpretes del folklore nacional, desde Soledad hasta el Chaqueño Palavecino, desde Luciano Pereyra hasta los Tucu Tucu. Como para formar un memorial a futuro, una especie de Baradero Hall of Fame...

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