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Domingo, 22 de abril de 2012
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JUJUY. Procesi贸n de sikuris a Punta Corral

Alta en el cielo

Con el comienzo de la Semana Santa, una procesi贸n de sikuris parte en busca de la Virgen del Abra de Punta Corral. Cr贸nica de un ascenso religioso a 3500 metros de altura, bajo el manto de la luna juje帽a y al abrigo de una procesi贸n donde se funden los ritos del cristianismo con las creencias ancestrales del Noroeste.

Por Guido Piotrkowski

La fe mueve monta帽as. Y la devoci贸n por la Virgen del Abra de Punta Corral hace temblar los cerros de la Quebrada de Humahuaca cada Semana Santa. Tiemblan al ritmo de las bandas de sikuris. Tiemblan con los miles que caminan. Tiemblan ante cada redoble de tambores y se estremecen con cada bomba de estruendo.

La procesi贸n al santuario del Abra de Punta Corral es un esfuerzo que s贸lo a los dioses puede ofrecerse. Unos seis mil peregrinos caminan 25 kil贸metros cerro arriba por las venas de la Quebrada, en un dur铆simo trayecto que lleva entre cinco y diez horas, y moviliza a m谩s de setenta agrupaciones que entonan sus marchas y dianas camino al santuario. La Mamita del Cerro los espera.

Una multitud en procesi贸n, rumbo a la Virgen del Abra de Punta Corral, en las alturas.

EL ASCENSO Los bandas se acercan a la iglesia de Tilcara a partir de la tarde del lunes santo. Se cuentan de a miles los sikureros que reciben la bendici贸n y parten, instrumentos en mano y mochila al hombro, rumbo al cerro. Bajo el siempre di谩fano cielo quebrade帽o al sol a煤n le queda resto para iluminar a los primeros caminantes. Los sikuris lo hacen entonando pegadizas melod铆as, que se propagan por las cicatrices de la monta帽a regada de cardones. Dan valor al resto de los peregrinos, entre los que se ven desde peque帽itos hasta ancianos bast贸n en mano. La Virgen fue subida, como todos los a帽os, dos semanas atr谩s. Y es tiempo de ir a buscarla.

El primer desaf铆o es el m谩s duro del periplo. Hay que sortear las Siete Vueltas, un extenuante serpenteo ascendente. Don Br铆gido Guti茅rrez supervisa a dos j贸venes que adornan con flores el arco de la banda. 鈥淓s para que nos proteja en el camino鈥, afirma el hombre, de la Banda Nuestra Se帽ora de la Candelaria. Unos metros m谩s all谩, los chicos de la Virgen Rosa de Lima, de uniforme rojo furioso, hacen sus ofrendas a la Pachamama. El catolicismo y los ritos andinos se funden en esta procesi贸n.

En medio del esfuerzo de las Siete Vueltas, una caravana de mulas arremete. No hay sitio para todos. Hay que hacerse a un lado y dejarlas pasar. Son los puesteros que proveer谩n de comida a los visitantes. Suben rapid铆simo. Uno de ellos apuesta que en tres horas estar谩 arriba. El promedio para un poblador es de cinco a siete horas, y los forasteros pueden llegar a demorar diez.

El Sol ya se ocult贸 tras la monta帽a y se espera una Luna que promete. Sin embargo, est谩 nublado y es necesario encender las linternas. Con la oscuridad llega el fr铆o, y se impone alivianar la mochila y abrigarse. El primer objetivo es Chilcaguada, a mitad de camino. Mascar coca es vital. Los pobladores lo aconsejan para combatir el soroche o mal de altura. A los sikureros, en tanto, nada parece impedirles ejecutar sus melod铆as en茅rgicamente.

En Chilcaguada, pese al cansancio, hay clima de jolgorio. Las bandas se desparraman bajo una t铆mida Luna que pugna por vencer a las nubes. En los puestos con ollas humeantes ofrecen cordero, papa con queso de cabra, sopa picante de pollo. Hay que comer, beber algo caliente, estirar las piernas, quitarse el peso de la espalda. Queda mucho por recorrer.

Jorge termin贸 de cenar, pero espera que su hijo se despierte para continuar. El ni帽o es un bulto cubierto por un mont贸n de frazadas al que apenas se le ven los pies. Tiene 6 a帽os y su padre, orgulloso, asegura: 鈥淓l changuito quer铆a venir s铆 o s铆鈥.

La trepada que sigue tambi茅n es ardua y se le suman el cansancio acumulado, la ansiedad por llegar, los pies ampollados, el peso de la carga en los hombros, el fr铆o. Cerca de la medianoche, la Luna le gana la batalla a las nubes, y revela a los devotos un entorno m谩gico: ya sin cardones, la vegetaci贸n rala indica que se ha llegado bien alto.

Un grupo de peregrinos se detiene en uno de los nueve calvarios dispersos a lo largo del sendero. Rodean el altar, lo envuelven con su m煤sica y dejan una piedra como ofrenda. A lo largo del camino, decenas de carteles indican los relevos de la Virgen. Un grupo de j贸venes descansa al calor del fuego. Comienza la recta final. Ya no hay cuestas. El sonido de los sikus, redoblantes y tambores se multiplica y contagia las ganas de llegar.

La banda Mar铆a Rosa M铆stica, una de las tres compuestas por mujeres que se suma a la peregrinaci贸n.

EL SANTUARIO Son las tres de la ma帽ana. El pedregoso sendero desemboca frente al arco del p贸rtico del santuario. Pasaron diez horas desde la partida y se impone una sopa caliente y un sandwich de milanesa. Las agrupaciones llegan sin pausa y se anuncian con ruidosas bombas de estruendo.

Dentro de la capilla, los fieles se apretujan en el suelo. Conforman una madeja de frazadas intentando conciliar el sue帽o y darse calor. Mientras tanto H茅ctor Mart铆nez, di谩cono de la di贸cesis de Jujuy, bendice a las bandas que van entrando de rodillas, tocando a todo volumen. Cuando el cl茅rigo sube al p煤lpito, cesan de tocar para escuchar el serm贸n de bienvenida y saludar a la Mamita.

El di谩cono se quita la t煤nica entre una bendici贸n y otra. 鈥淓sto es de una religiosidad popular muy fuerte. Es como una s铆ntesis. Es la cultura misma que ech贸 ra铆ces. Todo lo contrario del sincretismo, que es una ensalada rusa. Es la expresi贸n del pueblo que se manifiesta鈥, sentencia Mart铆nez, de tez morena, baja estatura y poca pinta de autoridad eclesi谩stica.

De pie junto a la Virgen, una mujer de poncho marr贸n se emociona con la ceremonia. Es Titina Vega de Gaspar, una de las pioneras del santuario. 鈥淭odo tilcare帽o puso su granito de arena para que esto crezca cada a帽o 鈥揳firma Titina鈥. Debemos atender bien a los devotos porque vienen con sus mochilas cargadas. Y no me refiero a la que traen encima, sino a todo lo que los agobia, al peso de la vida鈥, dice conteniendo un lagrim贸n. Tiene 69 a帽os y hace 57 que peregrina. Comenz贸 de la mano de su padre, como tantos otros. 鈥淣os reconforta que haya tantos j贸venes y ni帽os, porque sabemos que esto no va a morir. A lo mejor ellos no rezan, pero se manifiestan a trav茅s de la m煤sica. Y ese es el orar para nuestra Virgencita.鈥 Son las 5.30 de la ma帽ana, el fr铆o se cuela en la bolsa de dormir, el piso es una roca, y cuesta entregarse al sue帽o.

La bajada de la Virgen. A paso lento, la figura religiosa avanza llevada por los portadores,

EL CERRO Y EL REGRESO Alrededor de las ocho el Sol despunta y cobija a los cuerpos entumecidos de fr铆o. Un rato m谩s tarde castigar谩 por igual a las curtidas pieles norte帽as y a los forasteros embadurnados en crema. A las nueve la Virgencita, secundada por unos cuantos acompa帽antes, emprende un viaje hasta el 煤ltimo calvario en la punta del Cerro de la Cruz, a 4000 metros. Al mediod铆a est谩 de vuelta. Mientras tanto, los sikuris esperan en fila su turno para ingresar a la iglesia.

All铆 est谩n las integrantes de Mar铆a Rosa M铆stica, una de las tres bandas compuestas por mujeres, que ya tiene m谩s de una d茅cada de peregrinar. Y all铆 est谩 Mirta, con sus 15 primaveras y su redoblante a cuestas. 鈥淪i le quer茅s pedir algo y que te lo cumpla, ten茅s que hacer la promesa de subir tres a帽os鈥, afirma, t铆mida. Y Ang茅lica, una de las fundadoras, se une a la charla y agrega: 鈥淪i ten茅s fe, la Mamita cumple. Le he pedido por los hijos, por las necesidades que se te escapan de la mano鈥. Ang茅lica peregrina desde ni帽a, cuando sol铆a tocar en Sanidad, la banda de su padre.

Al mediod铆a, las parrillas rebosan de corderos reci茅n carneados, que salen como pan caliente. A las cuatro, todos el mundo se junta en el centro del santuario. Es la hora de la misa de los sikuris. Se turnan para tocar y salen en procesi贸n a su alrededor.

Cae el Sol y el fr铆o ataca una vez m谩s. Con la Luna como faro, los peregrinos se juntan frente a la capilla para la cuarteada, un baile t铆pico en el que se disputan las patas traseras de un cordero. Quien se queda con la pieza, se la ofrenda al santo de turno.

Al amanecer todo est谩 pronto para el retorno de la Mamita a su morada tilcare帽a. Poco despu茅s de la 煤ltima misa, la procesi贸n parte cerro abajo con la imagen en andas. Los sikureros ejecutan con entusiasmo a pesar de que sus rostros revelan el cansancio de intensas jornadas regadas de alcohol y misticismo.

En Chilcaguada la procesi贸n hace un alto para el almuerzo y en Tilcara la expectativa crece. Se ultiman los preparativos para recibirla. La calle es adornada con arcos decorados con flores y banderines de colores.

Promediando la tarde, gran cantidad de peregrinos ya descendieron. Marchan ruidosamente a la iglesia. Mientras tanto el resto a煤n est谩 en los cerros, precediendo a la Mamita que se abre paso entre el gent铆o. En la entrada a Tilcara, fieles y curiosos se agolpan en las calles, se cuelgan de las laderas. Se agitan banderines, se arrojan flores. Todos quieren tocarla, cubierta como est谩 con su manto rosado. Los portadores avanzan, lentamente, hasta el punto de entrada, donde aguarda un grupo de hombres vestidos de romanos para descubrirla. Desde all铆 seguir谩 por las calles de Tilcara hasta su morada. Y esperar谩, un a帽o m谩s, para volver a estar m谩s cerca del cielo

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