Imprimir|Regresar a la nota
Domingo, 29 de abril de 2012
logo turismo
BOLIVIA. Reserva Natural Eduardo Avaroa

Otra joya en el Altiplano

El salar de Uyuni no es lo único que brilla en el sur andino de Bolivia. Fuera del frenesí turístico que marca el salar, la reserva ecológica Avaroa protege lo más notable del Altiplano: lagunas de colores, géiseres que alcanzan diez metros y árboles de piedra son parte de una zona inserta entre desérticas planicies y enormes cumbres limítrofes.

Por Ignacio Lopez
/fotos/turismo/20120429/notas_t/lp08fo01.jpg
El salar y el volcán Tanupa, cumbre emblemática de la cultura aymara.

Cuando llegue al pueblo de Uyuni se dará cuenta. El salar es el protagonista, el destino que todos quieren conocer. La razón que mueve a turistas de todos los continentes a confluir en estos desolados parajes de altura, a 12 horas de viaje en bus desde La Paz.

Pero hay que ser justos. Si no fuera por el salar, Uyuni no sería más que un antiguo recuerdo de la historia ferroviaria de Bolivia. Afortunadamente la realidad señala que a apenas 30 minutos de este pequeño pueblo se ubica el salar más grande del mundo. Un punto del planeta que justifica las docenas de agencias de turismo y tour operadores promocionando su producto estrella en carteles con grandes letras y ofertas de paquetes, la mayoría por el día.

Pero pocos, muy pocos, ofrecen ir más allá, camino a la frontera con Chile, a dar cuenta de la Reserva Natural Eduardo Avaroa. Un área ecológica protegida desde 1973, que alberga 714 mil hectáreas de las características pampas altiplánicas que distinguen al país vecino.

Treinta mil son los turistas que cada año llegan a conocer esta reserva, que abre sus puertas entre agosto y abril. Una cifra que no se compara con las decenas de miles que llegan todo el año al salar. Pero seguro que ninguno de los visitantes se arrepiente de haber explorado durante tres a cinco días, con toda calma y lejos de las masas que van y vienen a la mayor reserva de sal del mundo, una de las áreas más emblemáticas, hermosas y recónditas del Altiplano boliviano.

LA ENTRADA AL SALAR Para llegar a la Reserva Eduardo Avaroa, todas las agencias incluyen también el salar, por lo que no hay que temer quedarse sin verlo. Lo cierto es que al finalizar el primer día, luego del sobrecogedor atardecer que regala el salar, la mayoría de las 4x4 de la caravana que ha salido hasta aquí regresa al pueblo. Sólo unos pocos toman camino hacia el sur.

Saliendo del salar, el camino ripiado cruza típicas localidades altiplánicas como San Juan, San Agustín y Villa Alota, que proveen todo tipo de servicios turísticos. Muchos tours se detienen aquí la primera noche, otros continúan pasando por pequeños salares desprendidos de Uyuni y algunas lagunas con docenas de flamencos que, a la hora del crepúsculo, aparecen en silencio en sintonía con aquel paraje. Tras casi dos horas y media se llega a los alrededores de la reserva.

Y aunque hay albergues tipo refugio dentro mismo de Avaroa, muchos lodges ecológicos con mejores comodidades, que mantienen la típica construcción local en base a piedra, madera y sal, se han instalado a pocos kilómetros de su entrada.

Un consejo: aunque el paquete turístico incluye todas las noches, resulta importante preguntar qué tipo de alojamiento tendrá y qué incluye el programa. Suele haber diferencias, a veces bastante importantes entre una y otra empresa. De todos modos muchos paquetes prefieren pernoctar la primera noche fuera del área protegida, para llegar casi amaneciendo, a eso de las seis de la mañana, a la primera parada de la reserva: el Arbol de Piedra. Una roca gigantesca de casi cinco metros de altura, con forma de árbol. Declarado Monumento Natural, el Arbol de Piedra se destaca entre un conjunto de rocas volcánicas que moldean distintas figuras, en medio del silencioso desierto de Siloli.

A media hora de allí aparece la laguna Colorada, candidata el año pasado a ser una de las nuevas Maravillas del Mundo. Observando el lugar al amanecer se entenderá la razón más que merecida de su postulación. Es la hora en que sus aguas comienzan a teñirse de naranja producto de las algas de su interior, contrastando con su tono azulado y mezclándose perfectamente con el verdor que la rodea, lo que resulta ser el hábitat perfecto de gran cantidad de fauna y aves andinas. Entre ellas, cientos de flamencos de las tres especies, Chileno, de James y Andinos, que llegan a partir de noviembre para reproducirse y cuidar sus crías.

Remojando ya a esas horas sus estilizadas patas en las coloridas aguas, estas aves parecen acostumbradas a la sesión fotográfica de los turistas que se acercan por estos meses a su hogar. Ellas siguen ahí, reposando, hasta que de pronto toman vuelo, aletean con sus largas alas rosadas y se despiden de su fiel público.

Aquí se encuentra también la primera guardería con información de la reserva, sitios de camping, un albergue y circuitos de trekking que bordean la laguna y ayudan a familiarizarse con animales, como vizcachas y camélidos que se radicaron en el lugar.

Continuando por el camino que recorre la reserva se llega a la segunda parada que justifica levantarse al amanecer. Son los géiseres de Sol de Mañana: un área con una intensa actividad volcánica subterránea que se manifiesta poco después de la salida del sol en docenas de fumarolas que expulsan vapores de agua de hasta 10 metros de altura. Un fenómeno que se remonta a la época de formación de la Tierra y que merece ser apreciado pese al frío bajo cero reinante y lo difícil que se hace caminar a 4850 metros de altura.

CAMINO A LA FRONTERA Ascendiendo unos minutos por un camino que permite el paso de vehículos sólo a partir de agosto, la vegetación andina de cactus, llaretas y bofedales va disminuyendo y el paisaje se va estrechando cada vez más por las enormes cumbres que separan Bolivia de Chile y la Argentina.

La laguna salada es la siguiente parada. Otro lugar de emblemática belleza altiplánica que une en un mismo espacio las aguas azuladas de la mencionada laguna con el blanco radiante del salar Chalviri. No será de las dimensiones de Uyuni, pero de todas maneras merece la pena una caminata por los senderos donde se dejan ver las últimas llamas y alpacas pastando, junto a variedad de flamencos reposando entre la sal y la laguna.

Continuando por el circuito diseñado para conocer la reserva, el ascenso se hace cada vez más abrupto. Finalmente se llega a la Laguna Verde, cuya superficie de cinco kilómetros cuadrados es enteramente de este color, un fenómeno debido al alto contenido de magnesio que poseen las aguas.

Otro interesante atractivo de este punto de la reserva es la presencia muy cercana de la pequeña Laguna Blanca, cuyo nombre se debe a la gran cantidad de sal y donde se ubican las aguas termales de Polques. Descansando en sus pozas naturales se puede ser testigo de la combinación de colores entre laguna, sales y un paisaje agreste en el que ni un arbusto se atreve a echar raíces. Aquí solo marcan presencia las cumbres andinas más imponentes que separan Bolivia de Chile y la Argentina. Entre tal cantidad de montañas se destaca el volcán Licancabur, muy apetecido entre los andinistas que llegan a escalar sus 5868 metros.

Pese a lo desolado, aislado e inhóspito de tal escenario, aquí se encuentra otro punto neurálgico de la reserva, en el que se puede encontrar la ayuda del guardaparque, otro albergue donde muchos programas hacen una segunda o tercera noche y más senderos de trekking para explorar sin prisa un marco natural sobrecogedor, siempre rodeados del silencio imperturbable del Altiplano. Algo que será difícil de apreciar más abajo, en el salar de Uyuni durante este veranoz

Informe: Julián Varsavsky.

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar|República Argentina|Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.