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Domingo, 10 de junio de 2012
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MEXICO. El encanto de Tulum

Piedras que hablan

Junto al soñado escenario del Mar Caribe, las piedras milenarias del sitio arqueológico de Tulum vigilan la costa de la Riviera Maya. Entre soñolientas iguanas y a la sombra de las imponentes construcciones levantadas por los ancestrales pobladores de Yucatán, un lugar para descubrir a pocos minutos de las playas más cotizadas de México.

Por Graciela Cutuli
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Tulum, a orillas del mar, uno de los sitios arqueológicos mayas más bellos de México.

De todos los pecados turísticos que se pueden cometer, está entre los más imperdonables no visitar Tulum durante unas vacaciones en la Riviera Maya. La magnífica costa de Yucatán, donde la cultura maya floreció entre los siglos XI y XV, ofrece lo que sólo tiene un puñado privilegiado de lugares en el mundo: la conjunción de historia y bellezas naturales, un poco al estilo de Sicilia, cuyos teatros griegos son más bellos aún porque se levantan sobre el escenario del homérico “mar color de vino”. Las aguas del Caribe se ven más celestes y transparentes que las muy azules del Mediterráneo, pero junto a ellas, los edificios de sus antiguas civilizaciones también resplandecen a pesar del paso del tiempo, como si aún vivieran su Edad de Oro.

LA CIUDAD Y LAS RUINAS Tulum no es sólo la ciudadela maya, sino una ciudad propiamente dicha situada unos 70 kilómetros al sur de Cancún, el epicentro de la movida caribeña mexicana, de la mano de sus hermosas playas pero también de un impresionante desarrollo inmobiliario-hotelero. Pueden elegirla quienes quieran alejarse un poco de ese ruido: aquí no hay más de 15.000 habitantes, y entre un balneario y otro todo tipo de hotelería, desde sencillos hostales hasta propuestas “all inclusive” que ya perdieron la cuenta de su número de estrellas. Si no, la corta distancia y la disponibilidad de ómnibus y hasta servicios de taxi permiten alojarse en otro lado de la franja costera y realizar igualmente la visita en el día a las ruinas mayas.

La ciudadela maya, situada dentro del Parque Nacional Tulum, tuvo probablemente en el pasado las funciones de un centro de culto. La práctica no muy lejana de los pobladores de seguir llevando ofrendas parece probarlo, tal como recuerdan los guías de la zona y varios habitantes de las aldeas de Yucatán: sin embargo, al final se impuso la presión turística, y Tulum se convirtió en un santuario reservado a los visitantes que sólo conserva en sus piedras la memoria del “dios descendente”. Ah Muken Kab es el “nombre oficial” de este dios, que los estudiosos del panteón maya vinculan con el brillo del lucero del alba y que probablemente se relaciona también con la antigua denominación del sitio, “Zamá”, una palabra maya que significa “amanecer”.

Todo el año es bueno para visitar Tulum, aunque los viajeros con destino al Caribe nunca deben olvidar que junto con junio empieza también lo principal de la temporada de huracanes. Por lo tanto, hay que estar atentos a las previsiones: sin embargo, dado que las probabilidades de coincidir justo con una tormenta tropical no son demasiado altas, bien vale la pena aprovechar el momento de más calor y mejores colores en esta franja del Caribe mexicano.

Como otros rincones de la costa maya, Tulum también es ideal para la práctica del buceo. Pero además de la riqueza de sus corales y peces de colores, los científicos lo valoran porque se cree que en las cavernas subterráneas de la zona existe un misterioso sitio conocido como “Hoyo negro” o “Trampa mortal”, una gigantesca cavidad inundada donde se encontraron restos óseos humanos y animales, de unos 10.000 años de antigüedad. Hallazgos semejantes hubo también en otras cavernas de la zona. En estos restos confían los arqueólogos y espeleólogos submarinos, que estudian asimismo el rico sistema de cenotes y ríos subterráneos de Yucatán, para descubrir más datos sobre la humanidad en la Era del Hielo.

Una vista general de las ruinas de Tulum, en el corazón de la Riviera Maya.

TULUM TIENE SU CASTILLO La llegada de las naves españolas, en los umbrales del siglo XVI, no tardó en terminar con los habitantes que por entonces aún moraban en Tulum. En realidad nunca fueron muchos: se cree que no más de seiscientos vivieron allí en el mejor momento del asentamiento, cuando Tulum era probablemente –además de centro ceremonial– un fuerte de protección de las rutas marítimas. El momento de esplendor de la ciudadela (que tiene la particularidad de estar amurallada, algo no muy común entre los mayas) se estima entre el siglo XIII y mediados del XV, cuando empezó su proceso de decadencia. Por entonces, se extendía sobre unos seis kilómetros de costa, y hubo incluso navegantes españoles para quienes Sevilla no podía parecer “mayor ni mejor”.

Por entonces también “el Castillo”, el monumento principal del conjunto arquitectónico, de 12 metros de altura, estaba aún prácticamente intacto. Su ubicación es impresionante: trepado sobre un acantilado que cae vertiginoso sobre el mar, está rodeado de una serie de templos y monumentos que se extienden hasta el lugar donde hoy está el ingreso al complejo. Es decir, para llegar hay que caminar desde la entrada de Tulum hasta el mar. Mejor si es bien temprano por la mañana: por un lado porque habrá menos gente, y disfrutar de este sitio en la mayor soledad posible es un auténtico privilegio. Por otro, porque apenas el sol empieza a levantarse el calor aprieta, y mucho, sobre todo en los meses de julio y agosto (no hay que olvidarse de llevar agua, que no se consigue adentro). Pero una vez llegados al pie del Castillo, el esfuerzo habrá valido la pena, porque se obtiene la mejor vista: la del contraste entre el antiguo edificio maya, el acantilado y la costa donde las olas rompen contra la playa rocosa con su sinfonía de espuma y azul. Como espectadoras inmóviles, las iguanas toman sol indiferentes a los paseantes y se prestan, con sus ojos siempre fijos, a posar para incontables fotos con el fondo de Tulum y el mar.

Esa ubicación excepcional no es un azar: probablemente, el Castillo fue una suerte de faro para los antiguos navegantes mayas. Un faro que les permitía evitar los peligros de los arrecifes de coral, tal como parecen probarlo los estudios de arqueólogos mexicanos y hasta los libros de navegación de los conquistadores, quienes relataban haber distinguido con claridad, desde sus barcos, la luz de unas llamas que se veían en el edificio. El paso del tiempo ya no permite apreciar casi la policromía que tuvieron las piedras de este monumento, como otros del complejo, incluyendo la Casa del Cenote, que es una construcción levantada sobre estos típicos “ojos de agua” formados bajo tierra, gracias a la filtración de las lluvias desde la superficie. Hay varios cenotes en la zona de la Riviera Maya, y su visita suele estar incluida en los circuitos que abarcan Tulum o Chichén-Itzá: si así no fuera, vale la pena programar una visita para conocer estos particulares lugares, rebosantes de humedad y frescura, en los que algunos valientes se animan a zambullirse (el agua resulta bastante fría, a pesar del calor reinante en la superficie).

Tulum tiene muchos otros edificios interesantes: curiosamente, todos dan las espaldas al mar. Como el Templo del Dios Descendente o el Templo de los Frescos, que conserva pinturas murales sobre la vida diaria y la mitología maya; no se lo puede mirar sin pensar que tiene hasta un aire a templo griego a pesar de los siglos y kilómetros que lo separan de los centros de culto mediterráneos.

DE OBSIDIANA Y MALAQUITA ¿Cómo irse de Tulum, o de cualquier otro centro arqueológico maya, sin llevarse un recuerdo de la omnipresente obsidiana? Desde la antigüedad, esta piedra negra y brillante (que también se conoce como “vidrio volcánico”) era objeto de comercialización de los pueblos de la región, por su valor ornamental, pero sobre todo por su utilidad para la fabricación de herramientas como puntas de flechas y cuchillos, incluyendo los cuchillos rituales. Hoy se multiplica en réplicas de estos instrumentos y en miles de pequeños objetos decorativos que aprovechan sus propiedades –un bellísimo brillo dorado según el corte y la curvatura– para construir pequeñas tortugas, iguanas, aves y otros objetos, muchas veces incrustados con piedras como la malaquita o nácar de abulón (un molusco llamado también “oreja de mar”, de delicados tonos rosados y celestes). A pesar de sus colores tentadores, antes de comprar siempre conviene recordar dos cosas: primero, que el regateo es regla de oro. Y sobre todo, que la popularidad del abulón puso en peligro a la especie. Sin temer a la extinción, se puede llevar como recuerdo, en cambio, el famoso calendario maya, tan en boga en estos días por los apocalípticos anuncios del fin del mundo, que seguramente una vez pasado el fatídico 2012 será siendo el mejor recordatorio de que las civilizaciones pasan pero, como en Tulum, sus monumentos quedan.

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