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Domingo, 7 de octubre de 2012
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BORNEO. Orangutanes en Sepilok

El planeta de los simios

Borneo, tierra del legendario Sandokán, es el hogar de diversas especies de primates, entre ellos los queribles orangutanes y los simpáticos monos proboscis. Un viaje por los rincones de esta remota isla para conocer cara a cara curiosos macacos que sólo se ven por estas remotas tierras.

Por Guido Piotrkowski
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Agiles y confiados, los monos proboscis son los reyes del Parque Nacional Bako.

Fotos de Guido Piotrkowski

“Esperá lo inesperado, esto es Borneo”, desafía Sue, una veterana voluntaria inglesa del Centro de Rehabilitación de Orangutanes de Sepilok, en medio de un tremendo aguacero. Conocedora del ecléctico clima isleño, lo dice bajo un enorme paraguas mientras a nosotros, los visitantes, se nos aguó la fiesta justo a las diez de la mañana, el horario en que los exóticos primates –que sólo se encuentran en Borneo y la isla de Sumatra– son alimentados por los guías a base de bananas, leche y coco. Una dieta que nos da la oportunidad para verlos cara a cara, mientras desayunan y hacen monerías sobre una plataforma de madera.

Mientras tanto, una hembra que hace instantes comía dándole la espalda al público, vergonzosa, intenta cubrirse de la enérgica lluvia tropical con una hoja que sostiene sobre su cabeza. Unos pocos resistimos la tormenta y nos rendimos ante la escena, deseando fotografiar el momento. Pero unos instantes después, al advertir que su idea de refugio no funciona, ella trepa con agilidad a una soga para perderse en la maraña de árboles y quedar fuera de nuestra vista.

Un orangután hembra con su cría, en el Centro de Rehabilitación de Sepilok.

SEPILOK PARA ORANGUTANES Ubicado a media hora de Sandakán (las distancias aquí se miden en tiempo), antigua capital de Sabah, en el noreste de Borneo, Sepilok es el centro de rehabilitación del orang-után (“hombre de la floresta” en malayo) más grande del mundo. La reserva fue abierta en 1964, y hoy cuenta con más de cuarenta kilómetros cuadrados de selva protegida. Por evidentes razones de conservación y seguridad, los visitantes sólo están autorizados a circular por una estrecha pasarela de madera construida en medio de la espesa jungla hasta la plataforma donde se les da de comer a los primates dos veces por día: a las diez de la mañana y a las tres de la tarde, los horarios en que se dan las mejores chances de verlos de cerca.

Pero cualquiera sea la hora, el encuentro siempre será impresionante: estos simios, que miden como una persona –alrededor de 1,80 metro, a veces un poco más– y la podrían abrazar generosamente extendiendo sus brazos con una amplitud de hasta tres metros, son notablemente inteligentes, además de territoriales en su conducta.

Es tal el parecido de los orangutanes con el hombre que los científicos aseguran que cuentan con un 95 por ciento de similitudes genéticas. Aquí se trae a las crías abandonadas por sus madres y a los ejemplares rescatados del tráfico y la caza ilegal, con el objetivo de reinsertarlos en el ambiente salvaje para lo que les quede de vida: que con un poco de suerte no será poco, ya que el promedio estimado es de 50 años.

“Ahí está Víctor”, señala exaltada Sue. Las ramas se agitan, y enseguida aparece otro ejemplar, uno más de los alrededor de ochenta que se desplazan libremente por la reserva. Mientras tanto una pareja de visitantes suizos observa, fascinada, cada uno de los movimientos. Encandilada, ella dice: “Hace 20 años que planeamos este viaje. Estar acá es un sueño”.

Los monos narigudos son hábiles nadadores, y lo demuestran cuando sube la marea.

MONOS NADADORES En Borneo no es necesario alejarse mucho de la ciudad para contactar de lleno con la naturaleza en su estado más puro. Partiendo de Kuching, capital del Sarawak, hay que conducir cuarenta kilómetros con rumbo norte hasta llegar a la aldea de Kampung Bako. Desde ahí, junto a Tiyon, un guía de la etnia Iban, surcamos el río del mismo nombre en pequeñas piraguas de madera, las mismas que utilizan los pescadores locales de camarones.

El río desemboca en las aguas del Mar del Sur de China, que baña las costas de la playa de Teluk Asam. Es la puerta de entrada al Parque Nacional Bako, sitio indicado para visitar a los particulares monos proboscis, endémicos de la región aunque actualmente en peligro de extinción. Estos simpáticos ejemplares tienen la nariz rosada y puntiaguda, pelaje rojizo y una prominente barriga. Aquí, en Bako, son muy fáciles de avistar.

El parque es pequeño, pero dentro de sus 27 kilómetros cuadrados cuenta con una riqueza natural apabullante. Manglares, cascadas y plantas carnívoras. Más de 150 especies de pájaros. Monos varios, iguanas, chanchos salvajes. Nutrias de mar y ardillas orientales. Y lo más llamativo: gigantescos peñascos que emergen del mar con formas que sólo la erosión, tras millones de años, puede lograr.

El parque tiene bungalows de distintas categorías para alojarse, y un restaurante con un buffet de comida malaya. Aunque a la hora de comer hay que estar muy atentos: los monos narigudos que pululan por aquí son extremadamente atrevidos y aprovechan cualquier distracción para abalanzarse sin descaro sobre la mesa y robarse la comida de un manotazo. Cuando el visitante se haya dado cuenta, ya será tarde.

Bako es un sitio que desvela a los cultores del trekking. Tiene 16 senderos delimitados para caminar a lo largo, ancho y alto de toda su extensión. Se puede optar entre un recorrido de media hora jungla adentro o una incursión hacia lo más alto, que puede llevar unas ocho horas. En este caso, conviene calcular bien los tiempos para evitar que el fin de la caminata coincida con el anochecer.

Cualquiera sea la elegida, cada senda tiene su propio encanto: al andar por lo bajo es más factible ver animales y, cuanto más arriba, crecen las chances de toparse con raras especies de plantas. Otros caminos llevan hacia pequeñas playitas, otros hacia cascadas, colinas o áreas específicas para avistar otras especies animales. Por aquí, además de los monos narigudos, también son comunes las serpientes, los chanchos salvajes y varias especies de lagartos.

Los afamados proboscis parecen estar bien acostumbrados al ojo humano y no tienen empacho en deambular cerca de los visitantes. A toda hora se los puede ver, casi cara a cara, plácidamente sentados sobre alguna rama masticando sus frutos. Y al atardecer, caminando por la playa o los manglares cuando la marea está baja. Pero lo que más sorprende es verlos nadar, en manada y con asombrosa destreza, en horas de marea alta. Tal como dijo Sue, Borneo es la tierra de lo inesperado. Una sorpresa a cada paso.

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