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Domingo, 26 de mayo de 2013
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La senda del yacaré

Por Guido Piotrkowski
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El yacaré en su estero: una fascinante especie que sobrevivió a la prehistoria.

Fotos de Guido Piotrkowski

Juancho mira de reojo. Alguien le acerca una cámara de fotos a menos de un metro. Pero Juancho no se inmuta. Más atrás, una hembra carpincho y su cachorro también miran, y tampoco se inmutan. Un pequeño bote surca su hogar, su hábitat, el canal sin nombre, sendero de agua que de ahora en adelante llamaremos “el canal de Juancho”. Juancho, como no podría ser de otra manera, es un caimán. Y un caimán, por aquí, en los Esteros del Iberá, es un yacaré, especie emblemática y estrella absoluta de este planeta acuático, un humedal que con 1.400.000 hectáreas es el segundo más grande del mundo detrás del Pantanal brasileño. Y queda acá nomás, en el corazón de Corrientes.

Fauna a la vista desde la embarcación, mientras el guía maneja con maestría su botador.

DESDE LEJOS NO SE VE La Reserva Natural Iberá, que significa “agua brillante” en guaraní, es una serie de esteros, bañados, lagunas y embalsados que fueron formados por antiguos cauces del río Paraná. “El estero, antiguamente, era el lecho del río Paraná. Luego, con los movimientos geológicos, el río se movió, dejó el lecho vacío y comenzó a acumularse agua de lluvia –explica Nicolás Di Costanzo, gerente del Hotel Puerto Valle–. Se dice que el ciento por ciento del agua es de lluvia, pero son teorías. Hay otras que afirman que estaría vinculado por debajo de la tierra con el Acuífero Guaraní, que va hasta Brasil, y lo conecta con Pantanal.”

Para toparnos con Juancho, a quien conoceríamos más tarde, partimos al amanecer. Luego de los nubarrones y la lluvia de la jornada anterior, un prometedor sol despunta en el horizonte. Salimos rumbo a la laguna desde el Hotel Puerto Valle, un alojamiento situado a la vera del río Paraná, a 50 kilómetros de Posadas, Misiones; a 260 de Corrientes capital; a 25 de la ciudad correntina de Ituzaingó; y a 15 minutos del portal Cambyretá, el acceso norte de los esteros. El humedal tiene unos diez portales más hacia el sur, al este y al oeste de la laguna Iberá, entre los cuales Colonia Carlos Pellegrini es el más conocido.

Vamos ahora rumbo a la Laguna Valle, uno de los 60 espejos de agua que forman parte del sistema de lagunas de la reserva, un lugar fantástico y soñado que aspiran a conocer viajeros y aventureros del mundo entero, un rincón que cuenta con una biodiversidad asombrosa: más de 350 especies de aves que atraen la atención de observadores de todo el globo, unas 60 especies de peces, carpinchos (el roedor más grande del mundo), ciervos de los pantanos, tortugas, lobitos de río, aguarás guazú o zorros grandes, monos carayá o aulladores, y especies en peligro de extinción como el venado de las pampas, el oso hormiguero y, por supuesto, el yacaré, del que aquí se encuentran dos especies: el ñato u overo y el negro.

Lautaro, el guía que ama los hongos, el pibe que llegó de la Patagonia para trabajar en los esteros, ya se desplaza con naturalidad por estos pagos donde no existe la nieve, donde el calor puede ser sofocante, donde el curso del agua parece marcar el curso de la vida. Lautaro aprendió a manejar con envidiable habilidad el botador, esa especie de remo gigantesco de caña que se utiliza para maniobrar los botes en este mundo acuático. Navegamos a través del canal de Juancho, un hilo de agua estrecho que surcamos mateando y en silencio, para no ahuyentar a los bichos, para no quebrar la armonía.

Es temprano aún y parece que, para la fauna local, todavía no es hora de mostrarse, salvo para algunas aves que –siempre madrugadoras como las garzas, biguás y cigüeñas– revolotean a lo lejos. Pero los yacarés, reptiles de sangre fría que buscan su energía al calor del sol, se hacen rogar. Y será por eso entonces que la primera sorpresa del día, para este grupo hasta ahora incrédulo y ansioso por avistar un bicho, es una familia de carpinchos: papá, mamá y dos cachorros, que permanecen escondidos tras el lomo del macho. Lautaro entonces clava el botador en el fondo, el bote se detiene, retrocedemos y nos observamos, mutuamente, un buen rato.

Poco después avanzamos lentamente entre los juncos, que forman pastizales en réplica infinita, que se adueñan del paisaje por sobre las aguas, que traman un tapiz verde y uniforme. Hacia delante, la estrechez del canal se abre a sus anchas en una laguna azul que combina ahora con un cielo diáfano. Y con un silencio encantador. Un nuevo grupo de carpinchos nos observa, inmóvil, como queriendo camuflarse en el pastizal. Más adelante, hacemos un alto en un mirador solitario, que misteriosamente se mantiene a flote en medio de ese terreno fangoso. Algunos pájaros, pequeños, se posan cerca, y los más grandes –más garzas, más biguás, más cigüeñas– sobrevuelan a lo lejos. Y de repente, cuando todo es silencio, la silueta de un ciervo del pantano se deja ver entre los pastizales. “Hoy es nuestro día de suerte –afirma Lautaro–. Hace mucho que no veo uno por acá, es raro que se acerquen tanto.”

Satisfechos con el ciervo, volvemos a navegar. Vamos bordeando la “costa”, cuando de pronto alguien exclama “¡yacaré!”. Y, al darnos vuelta, el bicho se espanta, se escabulle con una rapidez asombrosa y aparece, como en un flash, a más de cinco metros en cuestión de segundos.

Detenemos el bote en el “flotador”, un deck de madera construido especialmente para detenerse en medio de la laguna, y disfrutar de un picnic acuático. Es casi mediodía, y partir de ahora varios caimanes comienzan a salir al sol y se dejan ver. La laguna es como un espejo que replica su figura. Nadan, flotan, se asolean en estas tierras no tan firmes. Algunos dejan ver sólo la cabeza, que asoma como una amenaza latente, otros exhiben su piel, ese cuero tan codiciado que casi los lleva a la extinción. Y algunos otros miran, despreocupados. Nos observan como nos observará, sin inmutarse, Juancho, quien en el camino de vuelta obliga a detener la marcha por un largo rato, y a contemplarlo, tanto que casi lo acariciamos.

Camines “mini” en el criadero Yacaré Porá, que busca devolverlos a la naturaleza.

EL CRIADERO En Puerto Valle, además de las actividades relacionadas con el turismo, hay otros emprendimientos, proyectos sustentables y directamente relacionados con el ecosistema, el ambiente y la población local. Proyectos como Yacaré Porá, un criadero donde se ocupan de la conservación y aprovechamiento de las especies de caimán argentino, que “permite generar recursos para la conservación integral de los humedales correntinos, contribuye a la recuperación de las poblaciones en las zonas donde la especie ha sido eliminada o reducida, y al de-sarrollo socioeconómico de la región” según señalan los responsables del emprendimiento.

“Manejamos las dos especies de Corrientes –explica el licenciado Mauro Cardozo, encargado del criadero–. La idea del programa, en todo el mundo, es tratar de conservar productos a nivel natural y no tener reproducción en cautiverio.” Es ahí entonces donde los pobladores tienen participación activa y fundamental en este programa: son ellos quienes recolectan los huevos en su hábitat. Un yacaré puede depositar entre 20 y 40 huevos. “Nosotros devolvemos entre un 70 y 90 por ciento, un porcentaje mucho mayor al que hubiera sobrevivido en la naturaleza, donde sólo sobreviven del dos al tres por ciento. Pero eso depende mucho de cómo los traen, de dónde los traen, y cómo los cuidaron cuando los levantaron. Son muy delicados”, señala Cardozo.

Un huevo de yacaré demora unos 60 a 70 días en eclosionar. Los ejemplares que son liberados se marcan y el Conicet se encarga de monitorearlos. Los caimanes son animales longevos: viven de 50 a 60 años. “Son muy lentos para crecer –detalla Cardozo–. Además de su condición de sangre fría, hibernan. Un animal que en dos años llega acá a los seis kilos, en su ambiente natural puede llegar a los tres.” El yacaré nace con unos 20 centímetros y 150 gramos, y puede llegar a medir tres metros de largo y pesar unos 300 kilos. Pero aun así, son menores que el alligator norteamericano y el cocodrilo negro africano. “Son de la época de los dinosaurios –agrega Cardozo–. Es increíble que hayan sobrevivido tantos años, no tienen temperatura propia. Su capacidad de supervivencia es asombrosa.”

Y ahora que están protegidos, se espera que sobrevivan aún más. Juancho, como sus pares, ya debe saber que hoy en día nadie lo molestará, nadie lo cazará. Juancho sabe que en estos tiempos los suyos son un bien preciado, vivos y en su hábitat.

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