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Domingo, 2 de junio de 2013
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Italia. Lugares con historias

Había una vez, en Italia

Clásicos inoxidables como Pinocho y Corazón, junto a populares personajes más recientes como el Comisario Montalbano, pasando por el inefable Don Camilo, conforman a lo largo de la bota italiana un itinerario diferente, con toques de tradición y de cultura popular, pero siempre sumergidos en los espléndidos paisajes peninsulares.

Por Graciela Cutuli
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Pinocho en el parque de homenaje al personaje, en el pueblo medieval toscano de Collodi.

Allá por 1880, apenas 20 años después de la unificación italiana, Carlo Lorenzini publicó en Florencia una serie de tres volúmenes llamada El viaje de Giannettino, que –siguiendo el modelo de un best-seller francés de la época, La vuelta de Francia de parte de dos niños– recorría Italia entera siguiendo las aventuras de un imaginario muchacho florentino que pasaba por todas las regiones del recién nacido Estado italiano. No hace falta decir que la intención patriótica era evidente: a lo largo de los tres libros, divididos en Italia Superior, Italia Central e Italia Meridional, Giannettino instaba a la formación de una conciencia nacional mediante el repaso de los principales paisajes y monumentos de ese país de pasado glorioso que aún luchaba por hacerse una identidad entre sus muchos dialectos e individualidades. Al decir de Massimo d’Azeglio, “ya se había hecho Italia, ahora había que hacer a los italianos”. La obra de Lorenzini se hizo extremadamente popular, sirvió como libro de lectura escolar y tuvo ediciones continuadas hasta 1939: en su correspondencia, el autor –que no era otro que el celebérrimo autor de Pinocho, es decir Carlo Collodi, un pseudónimo que Lorenzini había tomado del pueblo toscano donde nació su madre– explicaba que se había basado para el libro en la “guía roja” Baedeker, impulsora del gran boom de libros turísticos nacidos pocas décadas antes gracias a la visión de un editor alemán. A lo largo de los tres volúmenes, Collodi se atiene en partes casi literalmente a los itinerarios de Baedeker y traza una clásica “novela de formación”, pero también una obra geográfico-turística que, trasladada al mundo de hoy, haría pasar al viajero por la mayor parte de los principales paisajes italianos –del lago de Como al Vesubio y el Etna–, pero también por los monumentos vinculados con la historia de la construcción nacional. Lo cual, por entonces, estaba vinculado también con la Casa de Saboya: aunque menos de un siglo más tarde, el 2 de junio de 1946, pasado el trauma de la guerra, los italianos votarían en un referéndum que convirtió al país definitivamente en una república.

Una guía Baedeker moderna que quisiera seguir las huellas de Collodi y su Giannettino debería recorrer, entonces, toda Italia. Pero sobre todo debería detenerse en ese pueblito de la Toscana donde nació la madre del escritor, a sólo diez kilómetros de la conocida localidad de Montecatini Terme: Collodi, trepado sobre la falda de la montaña como una “cascada” de casas, existe por lo menos desde el 1100 y tiene un trazado típicamente medieval. Su agitada historia recuerda las luchas de güelfos y gibelinos, y no deja de sorprender que, cientos de años después, las callecitas dominadas por las ruinas del antiguo castillo medieval aún estén intactas. Sus atracciones turísticas son la Villa Garzoni, un palacio barroco con un espléndido jardín a la italiana, una Casa de Mariposas con especies de todo el mundo y, por supuesto, el Parque de Pinocho, una suerte de museo al aire libre para revivir las aventuras de la famosísima marioneta. Más que un parque de diversiones tradicional, aunque hay juegos inspirados en el cuento, es un homenaje a través de esculturas y exposiciones artísticas, con un museo cuya colección exhibe muñecos y escenografías sobre el personaje y una Biblioteca Virtual interactiva para seguir la historia de la obra de Lorenzini y sus traducciones. Collodi es ideal para pasar el día y, sobre todo, conseguir los Pinochos de madera –uno de los souvenirs más clásicos de una punta a la otra de Italia– más originales que se pueda desear. El verano es una de las mejores épocas para visitar el pueblo y su parque, en particular durante la última semana de agosto, cuando se celebra al santo patrono San Bartolomé. El 24 de ese mes, el acceso al Parque de Pinocho y a Villa Garzoni es libre y gratuito.

Un café antiguo de Turín, de la misma época que De Amicis retrató en Corazón.

LA ITALIA DE CORAZON Casi al mismo tiempo que Collodi, cual Gepetto literario, daba vida a su muñeco de madera, Edmundo de Amicis contribuía con Corazón a seguir forjando la unidad italiana gracias a la historia de Enrico Bottini y sus compañeros de una escuela primaria de Turín. La escuela del libro, identificada apenas como Sezione Baretti, se llamó en la realidad Moncenisio y luego Rosmini: se levantaba en Villa della Cittadella de Turín, pero ya no existe, víctima de la renovación urbana y también de la contracción demográfica, que redujo muchas escuelas italianas. A esa escuela iban Furio y Ugo, los hijos de De Amicis, y allí el autor ambientó también un capítulo de su Novela de un maestro, que con una visión menos edulcorada que en el libro infantil ponía en evidencia los problemas de la formación de maestros y la reticencia de algunas familias a sacar a los hijos del trabajo del campo para dejarlos estudiar. Hoy sin embargo hay una forma de acercarse a ese lugar que ya no existe: Turín creó un Museo de la Escuela y del Libro Infantil en el edificio donde tuvo su primer jardín de infantes, y reconstruyó allí el ambiente que vivían los alumnos de la novela de De Amicis, entre fines del siglo XIX y comienzos del XX. Libros de la época, tinteros y pupitres dominan la sección “El aula en tiempos de Corazón”, que también traza la historia del libro, todo un hito editorial de su tiempo (publicado por Treves, una famosísima editorial de Milán), junto con otros que podían encontrarse en las carteras escolares de aquellos años.

Un recorrido tras las huellas del novelista, que exaltó en su libro las virtudes del heroísmo, la piedad, la obediencia y el sacrificio (y fue por lo tanto defenestrado por sucesores ilustres como Umberto Eco), puede pasar luego por el Palazzo Perini de Turín (Piazza San Martino 1, ahora Piazza XVIII Diciembre), frente a la vieja estación ferroviaria de Porta Susa, donde vivió varios años y lo recuerda una placa. Se dice que fue aquí donde De Amicis, inspirándose en las vicisitudes de la vida escolar de sus hijos, concibió su libro más famoso. Los mayoría de los personajes son imaginarios, lo mismo que los protagonistas de los cuentos que el maestro de Corazón intercala mes tras mes y que realizan un patriótico recorrido por las regiones italianas (extendidas prácticamente hasta la Argentina en el cuento “De los Apeninos a los Andes”): se cree que solamente uno, la “maestra de la pluma roja” (por la pluma del sombrero) hace referencia a Eugenia Barruero, una maestra de carne y hueso que vivió en Largo Montebello 38, siempre en Turín, donde la recuerda una placa.

La ciudad de aquella época vuelve a aparecer en otra obra de Edmundo de Amicis, La carrozza di tutti, que representa la vida diaria en una urbe en pleno desarrollo industrial, descrita desde la perspectiva de sus calles y la visión que ofrecen las ventanillas de los medios de transporte, es decir, los primeros tranvías, de los que De Amicis se convirtió en pasajero frecuente. El Caffé del Monviso que figura en Corazón tampoco existe más, pero aún hay en Turín muchos cafés históricos de fines del siglo XIX. Mucho tiempo después, Turín se convirtió en el probable escenario de “Marcovaldo”, el relato de Italo Calvino situado en una imprecisa ciudad industrial del norte de Italia, y aunque no tiene nombre sus colinas, el río, su ritmo diario, la vida de los obreros y sus luces de neón bien pueden hacer pensar en la Turín de Fiat y muchas otras fábricas que impulsaron el desarrollo italiano de la posguerra.

Después del Palazzo Perini, De Amicis vivió en Via Pietro Micca 10, que hoy funciona como oficina, y más tarde sus dramas personales lo llevaron a alejarse de Turín para volver brevemente a Florencia (cuando fue elegido miembro de la Academia della Crusca) y a Sicilia, que recordó en un libro de viajes. Quien quiera completar las huellas de su itinerario vital tendrá que pasar por Oneglia, en Liguria (noroeste de Italia), donde nació en 1846: hoy la ciudad forma una sola con Imperia, pero aún existe su casa natal –convertida en biblioteca– sobre la Piazza Vittorio Emanuele (hoy llamada De Amicis). También la casa donde vivió unos años más tarde en Cuneo, hoy devenida cuartel militar, está en pie, aunque no se puede visitar. Su historia terminó imprevistamente en Bordi-ghera en 1908, cuando murió en una habitación del hotel Regina de la actual Via Vittorio Veneto 34. Junto a la placa que recuerda a De Amicis, otra evoca al escritor escocés George MacDonald, que también vivió allí. El autor de Corazón, por su parte, está sepultado en la tumba familiar del Cementerio Monumental de Turín.

Peppone y Don Camilo, en una recreación moderna por las calles del pueblo de Brescello.

LA ITALIA DE DON CAMILO Fue tan popular que cuesta creer que hoy esté semiolvidado, señal indudable del cambio de los tiempos, que vuelven irreparables y anacrónicas (pero no menos divertidas) las discusiones de un párroco de pueblo y un alcalde comunista, tal como las imaginó Giovanni Guareschi en una serie de episodios publicados en un semanario humorístico y luego recogidos en libros. El párroco y el alcalde son, respectivamente, Don Camilo y Peppone, que tuvieron célebres caras en el cine gracias a Fernandel y Gino Cervi. Guareschi, según se cuenta, creó Don Camilo fundiendo dos personajes: el párroco Ottorino Davighi y el cura don Camilo Valota, que había sido partisano en la Segunda Guerra Mundial y estuvo detenido en los campos de Dachau y Mauthausen. En el primer libro, el “pueblo a orillas del Po” donde se desarrolla la historia se llama Ponteratto y es un borgo imaginario, de unos 3000 habitantes, a no más de 1,5 kilómetro del río: con el tiempo, el lugar se identificó sobre todo con el pueblo de Brescello y su vecino Boretto, en Emilia-Romagna, que albergaron las filmaciones de las películas. Aquí no se encontrarán hoy las significativas calles de los libros de Don Camilo –Via Gramsci, Via Stalin, las enfrentadas Via Titov y Via San Martino– pero sí muchos lugares interesantes para visitar más allá de su relación con los personajes.

Brescello tiene orígenes muy antiguos (nada excepcional en Italia): fundada por una tribu gala en torno del siglo VII a.C., cinco siglos después los romanos la rebautizaron Brixellum y la convirtieron en un centro estratégico importante en las rutas de su imperio. La historia que le sigue es la típica de aquellos tiempos turbulentos: decadencia, reconquistas, saqueos, olvido y, de paso, inundaciones del Po. Sin embargo, nunca dejó de tener importancia por su cercanía con tres ducados importantes: los de Ferrara, Parma y Mantua. La llegada de Don Camilo le daría un inesperado revival de popularidad: hoy los visitantes que llegan se interesan por el pueblo y su iglesia Santa Maria Nascente, pero se dirigen sobre todo al ex monasterio de San Benedetto, donde funciona el Museo de Peppone y Don Camilo. Probablemente, aquel cura gigantón que calzaba 45 y era dado a irse a las manos, así como el sensato Cristo parlante de Guareschi, dejarían atónitas a las monjas de clausura que fundaron el monasterio en el siglo XV. Salvo que tuvieran más sentido del humor que los católicos puristas del siglo XX que lo criticaron por los mismos motivos (incluso De Amicis había sufrido también las críticas de los mismos sectores porque los niños de Corazón se muestran totalmente laicos y no celebran ni la Navidad).

El Museo de Peppone y Don Camilo está muy cerca de la Piazza Matteotti, gracias a la iniciativa de un grupo de pobladores, que encontraron en los turistas alemanes, suizos y franceses gran parte de su público. Aquí se conservan muchos recuerdos del Don Camilo del cine: la moto de Peppone, la sotana de Don Camilo, las bicicletas de ambos personajes, fotografías de los rodajes de las distintas películas, los afiches originales, la reconstrucción de la rectoría de Don Camilo y de la cocina de Peppone. En la plaza adyacente a la iglesia, la misma que se ve en las películas, hay dos estatuas de bronce: Don Camilo que llama a alguien con un gesto, y Peppone levantando su sombrero a modo de saludo. Pero como no todo es literatura, se puede llevar de recuerdo el vino espumante Lambrusco Don Camillo y las típicas Spongate locales (dulces a base de clara de huevo, almendras y frutas confitadas).

Finalmente, más allá de sus personajes también se puede seguir algo de la vida de Guareschi en Roncole Verdi, un pueblito de la provincia de Parma donde nació Giuseppe Verdi. Aquí el creador de Don Camilo vivió entre 1952 y 1968, y allí funciona el Club dei Ventitrè, fundado por sus hijos en homenaje al padre. De paso por Roncole Verdi se puede ver –además de la casa de Verdi– el bar contiguo fundado por Giovannino Guareschi en 1964 y la muestra antológica sobre el novelista que funciona en la sede del Club, sobre Via Processione: aquí hay gran cantidad de material que le está dedicado, incluyendo numerosas traducciones de sus libros y miles de artículos sobre su obra.

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