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Domingo, 2 de marzo de 2014
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Catamarca. El Valle Central, entre Ambato y Ancasti

Vida verde, vida buena

Hay una Catamarca árida y hay una Catamarca verde, jalonada de pueblitos al borde de las montañas, entre valles y flores. Entre los cordones del Ambato y el Ancasti, los colores veraniegos del Noroeste se hacen sentir, como la fragancia de las hierbas y el rumor suave de los arroyos.

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Valles verdes y floridos, el secreto de una Catamarca fértil hacia el este de la capital.

Hacia el este de la capital catamarqueña se extiende una Catamarca poco conocida, o menos esperada, que está hecha de valles sin fin y más de una docena de cuestas. Esta Catamarca se recuesta entre los cordones del Ambato y el Ancasti, en la zona que se conoce como Valle Central: al norte, limita con la yunga tucumana; al este, con el llano santiagueño. Y aunque en el imaginario turístico se imponen a veces las imágenes más áridas de la Puna y los volcanes, aquí lo que predomina son los parajes de un intenso verde estival, que junto con los cerros de nieves eternas y los llanos de prósperos cultivos forman una postal ideal por donde pastan los rebaños y galopan los caballos salvajes. Son lugares con una mística propia, sitios a veces recónditos donde se pueden explorar los vestigios de los pueblos más antiguos y asomarse a la candidez de sus pobladores, siempre dispuestos a la hospitalidad y a la transmisión de una vida tan rica como tranquila.

AL LLEGAR O AL PARTIR San Fernando del Valle de Catamarca, la capital, es un buen comienzo para hacer un recorrido por la zona y también un buen broche si se decide, en cambio, iniciar el itinerario en los pueblos. Unos 1178 kilómetros la separan de Buenos Aires: un largo día de viaje, o bien apenas una hora y 45 minutos de vuelo.

La ciudad fue fundada en 1563 por Fernando Mendoza Mate de Luna, cuando finalmente quedó claro a los españoles que no les convenía instalarse en Londres, en el actual departamento de Belén, porque la zona era mucho más peligrosa por el asedio de las tribus nativas. San Fernando nació con un estilo netamente español y conservó esta característica en todo su diseño y en la arquitectura colonial de los principales edificios: entre ellos, como en todas las ciudades del interior con la planta hispana en torno de una plaza mayor, sobresale la Catedral, realizada por el maestro Luis Caravatti.

Sin embargo, el tradicionalismo no le impidió dar un paso adelante en los últimos años. San Fernando empezó a tomar impulso y a modificar su fisonomía más conservadora en pos de otra que se anima a los nuevos tiempos. Así comenzaron a aparecer estructuras más modernas, como el Predio Ferial Catamarca, donde se organiza cada año la concurrida Fiesta Nacional del Poncho, todo un hito del invierno. El predio, con sus cuatro pabellones de exposición, se inauguró en 2007 y se distingue en particular por una enorme estructura de hierro a lo largo de toda la caminería central, que hace pensar en un ondulante poncho al viento.

La renovación se extendió al Estadio de Fútbol del Bicentenario, que está justo enfrente, y cuenta con lo último en tecnología para eventos deportivos. Y la nueva Casa de la Puna, que abrió sus puertas en 2013, también responde a esta intención de rescatar y promover la cultura puneña en todas sus manifestaciones, respetando las líneas de construcción originales del altiplano pero incorporando técnicas actuales. Allí funcionan un mercado artesanal, una granja con animales autóctonos y una casa de té.

Verde alrededor Catamarca es un destino importante para el turismo religioso gracias a las peregrinaciones que van en busca de la Virgen del Valle en su altar de la Gruta, en las afueras de la ciudad. Puede ser el primer paso para salir hacia la zona verde que rodea la capital, con un entorno pleno de naturaleza.

El Dique Jumeal es uno de los sitios más cercanos y se lo considera el pulmón verde de Catamarca. A orillas del dique hay espacios verdes para descansar o dedicarse a la mateada, con sendas aeróbicas y un anfiteatro al aire libre. Aquí los lugareños suelen pescar y dedicarse a los deportes náuticos sin motor.

No muy lejos, a sólo cinco kilómetros por la RP4, el Pueblo Perdido de la Quebrada es un interesante yacimiento arqueológico de unos 1800 años de antigüedad, que perteneció a la cultura Aguada. Aquí se puede visitar un Centro de Interpretación que explica el proceso de investigación y recuperación de las piezas halladas en el lugar, que se exhiben allí mismo.

PUEBLOS DEL VALLE El itinerario que deja atrás la capital por la RP4 se encuentra, a sólo 36 kilómetros, con el comienzo del circuito de villas veraniegas. Es el nombre con que se conoce a un encadenado de pueblos de increíble verde, donde se impone la naturaleza en forma de postales que parecen sacadas de otros paisajes.

El recorrido comienza en El Rodeo. Es un pueblito soñado, encajonado en lo alto del valle del Ambato, de calles angostas de diseño irregular, surcado por arroyos y donde se levantan muchas de las casas de descanso de los catamarqueños capitalinos. Su nombre actual refiere a su condición de zona donde se agrupaba al ganado, pero originalmente sus pobladores lo habían llamado Nikixao, es decir, el “pueblo de niebla”. Aquí se encuentra La Casa de Chicha, un establecimiento encantador que cuenta con unas pocas habitaciones delicadamente ambientadas. También se ofrece servicio de restaurante y casa de té, en medio de un jardín florido con las más diversas especies.

Recorriendo otros 25 kilómetros se llega a Las Juntas. Con aires de campiña alpina, la comarca se desarrolla a lo largo del camino y hacia la ladera de los cerros. Capital provincial del Caballo Peruano de Paso, Las Juntas cuenta con criaderos de la especie y con un corral natural, donde se realizan demostraciones de doma y un festival anual de doma y folklore.

Las Juntas, sede del Festival del Membrillo en enero, es punto de partida de cabalgatas hacia La Silleta, una suerte de meseta formada entre los cerros que se parece a la parte alta de una montura. Sus pastos floridos con margaritas, y las vacas que pastan sobre los ondulantes cerros, hacen recordar a las más tradicionales postales de las villas alpinas. Se puede caminar, cabalgar o realizar el circuito en 4x4.

En dirección norte, a 150 kilómetros de San Fernando tomando por la antigua RP1, ya en el departamento de Andalgalá, se llega a Aconquija. “La luna cerca de la nieve” –así la llamaban los aborígenes–, es conocida también como Las Estancias de Aconquija. Tucumanos y catamarqueños se reparten aquí las fincas de descanso, pero el lugar sobre todo impacta por la inmensidad de sus vistas, con cielos abiertos enmarcados por los cordones montañosos. El protagonismo, por supuesto, es para el Nevado de Aconquija, mientras en el llano reluce el verde de los cultivos, especialmente de papa semilla.

La diafanidad del cielo motivó la creación del Observatorio Janaxpacha Wasi, para descubrir los secretos del cosmos en noches estrelladas, o maravillarse con las vistas panorámicas durante el día. El paisaje es encantador, y la atención brindada a los turistas es voluntariosa y amable: imposible no llevarse el mejor recuerdo. Para los amantes de los emociones fuertes, en la misma ruta –pero más arriba en el cerro– un circuito de tirolesa se extiende en un recorrido de 160 metros de ida y 150 metros de vuelta, a 60 metros de altura, entre dos cerros.

No muy lejos, en la Sierra de Narváez, la historia mete la cola entre el paisaje y sorprende con un fortín de la época incaica, el Pucará de Aconquija. Para conocerlo hay que acceder por un sendero de mediana dificultad y ladera escarpada, que trepa unos 300 metros por el cerro: así, después de una hora de caminata intensa, se llega al conjunto de ruinas. El área ocupa una superficie de más de 300 hectáreas y está delimitada por anchos y altos muros defensivos, levantados con piedras que siguen las líneas del terreno. Se conservan 113 recintos, agrupados en varios conjuntos arquitectónicos rectangulares: una plaza y varios depósitos o collcas. Postulado a ser declarado como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, era el último bastión en la ruta del inca.

Finalmente, cerrando el circuito en dirección sudeste, más cerca del límite con Santiago del Estero, está Alijilán. A 117 kilómetros de la capital provincial, su geografía llana con cerros de fondo propicia una intensa actividad agrícolo-ganadera. Se destaca por sus cultivos de cítricos, especialmente naranjas y limones, además de tabaco, que en algún tiempo fue destinado a la fabricación de puros. La zona también es conocida por sus cotos de caza, de especies como corzuelas, patos y palomas. Uno de los establecimientos destinados a esta actividad es La Posada del Cazador, que ofrece un servicio de alto nivel, con alojamiento en habitaciones de diseño colonial y pensión completa.

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