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Domingo, 4 de mayo de 2014
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BRASIL. Ciudad y playa en Fortaleza

Fútbol en el Sahara brasileño

En la capital del estado de Ceará habrá seis partidos del Mundial de Fútbol Brasil 2014. La Argentina no jugará, pero entre un partido y otro muchos fanáticos se acercarán a estas costas nordestinas en busca de algunas de las mejores playas del país, donde sobresale el encanto aldeano de Jericoacoara.

Por Julián Varsavsky
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El vértigo del Insano, el tobogán exclusivo para valientes en el Beach Park.

Subo los 161 peldaños en caracol sin mirar para abajo. Al pararme en la cima del tobogán frente al abismo, veo que me acabo de meter en un problema de índole existencial. ¿En plenas vacaciones debatiéndome entre la vida y la muerte? ¿Midiendo si habré gozado lo suficiente en caso de que todo acabara aquí? ¿Irme de manera tan tonta?

Estoy en la cumbre del Insano en el Beach Park de la ciudad de Fortaleza, el parque de agua más grande de Sudamérica. El tobogán mide como un edificio de 14 pisos y tiene muy poco de tobogán, porque su inclinación de 70 grados parece vertical. El empleado me cuenta que la empresa que fabrica este juego lo testea con 3000 muñecos y personas antes de aprobarlo (y a ninguno le habría pasado nada). Se supone que esto debería tranquilizarme, pero a mí me laten las sienes. Mientras tanto, una adolescente pide permiso y se arroja como si nada dando un alarido demencial.

Quiero dar un paso atrás pero el cuerpo no responde. Así que me la juego: me siento en la corriente de agua, cierro los ojos cruzando los brazos sobre el pecho y me dejo llevar. La sensación de desplomarse al vacío es como ir en un ascensor al que le han cortado la cadena. Mientras voy cayendo a 105 kilómetros por hora tengo tiempo de pensar que no es cierto que uno no se da cuenta de nada en esos cuatro segundos: a mí se me hace larguísima la caída.

El suicidio simulado termina al fin y es entonces cuando llega el placer: con el explosivo splash me doy cuenta de que todos mis músculos se habían contraído al máximo. Y lo que sigue es una relajación absoluta, una especie de éxtasis novedoso para mí. Además me siento valiente (de haber hecho lo que otros cientos de miles, sin que a nadie le haya pasado nada).

El frente costero de la ciudad, con su línea de rascacielos al borde de la playa.

PLAYA Y CIUDAD Fortaleza es la quinta ciudad de Brasil, con 2,5 millones de habitantes, y el cuarto destino vacacional del país. Su línea de edificios termina como una muralla de concreto frente a las playas del centro. Entre la arena y esa línea de edificios está el eje del espacio público de Fortaleza: la avenida Beira Mar. Allí una rambla costera se llena de gente practicando deportes aeróbicos de sol a luna.

Alojados en pleno centro, cruzamos la calle para ir a la playa de Meireles, pero en la recepción nos dicen que está contaminada. Así que tomamos un taxi hasta la Praia do Futuro, en las afueras de la ciudad, con aguas azules y limpias.

La playa mide siete kilómetros de largo y tiene varios megaparadores o “barracas”, que son emblemáticos en Fortaleza. Entramos en el más famoso –Croco Beach–, en cuyo escenario techado una banda toca el pegadizo ritmo bahiano del axé, que se interpreta con teclado, batería, tambores, guitarra y bajo eléctrico. El cantante lidera una coreografía repetida con plástica sensualidad por cuatro fibrosas mulatas que hacen honor a lo que se dice de los nordestinos: “Levan a deus na cabeça e o diabo na cintura”. Frente al escenario, dos centenares de bañistas repiten esos movimientos. Y sobre la arena varios miles se asolean, beben caipirinhas, charlan sobre cualquier cosa, trotan y juegan con sus niños.

Hombres de todas las edades y tallas usan pequeñas sungas y las mujeres microbikinis con las que exhiben el cuerpo sin pudores de ningún tipo, ya sea torneados en un gimnasio o con todas las marcas del tiempo y la buena vida. Ir a la playa en Brasil es una experiencia activa, musical, gastronómica, lúdica, sensual y deportiva. En última instancia, reina un espíritu de Carnaval.

En el parador Croco Beach hay wifi, 700 mesas y 3000 sillas, piscinas para adultos y con toboganes de agua para los niños, barcitos bajo las palmeras, restaurantes y sombrillas de hoja de palma. Allí pasamos la tarde saboreando los tradicionales cangrejos, una actividad por demás trabajosa ya que hay que romperles el caparazón con un martillo de madera y comerlos con la mano.

Algo está muy claro sobre la cultura playera en Brasil: los brasileños no buscan tanto los paraísos desolados y silenciosos –aunque los hay por todo el país– sino que prefieren lugares cómodos y a mano, con muy buenos servicios y por sobre todo masivos y divertidos. La playa es un lugar efervescente donde se va a bailar, cantar, reírse, seducir, practicar deportes, recibir masajes en la arena y comer (para descansar están las horas del sueño).

Según el fixture del Mundial, Argentina nunca podría jugar en Fortaleza. Los argentinos que vengan a esta ciudad lo harán para mirar algún partido de octavos o cuartos de final donde jugarán equipos de otros países. Si vienen aquí al finalizar el campeonato, será porque llegamos a la final, donde el rival lógico sería Brasil. Y de haberla ganado nuestra selección, éste será un buen lugar para celebrar con bailes de forró en la playa y saboreando una crepitante langosta frente al mar, o quizá mejor, recostados en una hamaca entre dos palmeras, sin levantar mucho la perdiz. Pero si es durante el Mundial que los argentinos recalan aquí, lo más probable es que sea porque la Selección Argentina no llegó muy lejos en la contienda. En dicho caso, cualquier fanático desencantado podrá venir a Fortaleza en los días que le sobren, a gastarse la plata de la reventa de las entradas. Y arrojarse del Insano sería una terapia efectiva contra la frustración: una cura de miedo.

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