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Domingo, 4 de mayo de 2014
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LA RIOJA. Postales de valles y cerros

Paisajes de mil colores

La región de los valles de Famatina tiene mil historias que contar y otros tantos colores para deslumbrar. Haciendo base en Chilecito, es posible aventurarse en circuitos que invitan tanto al relax como a la aventura, sin olvidar el placer.

Por Frank Blumetti
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Un alto para conocer más sobre las formaciones rocosas, camino a la Estación 9 del cablecarril.

Un viaje en avión que se nos antoja rápido aunque algo monótono –las nubes cubren el paisaje y, por ende, cualquier expectativa sobre él– nos deposita en el aeropuerto Capitán Vicente Almandos Almonacid: estamos en La Rioja y la primera impresión es que el clima pueda jugarnos una mala pasada. La imponente estatua del Chacho Peñaloza que ostenta la ciudad enseguida queda atrás, como las cavilaciones: estamos a bordo de la combi que nos traslada a Chilecito, base de todo el recorrido para los medios programado por la Secretaría de Turismo local.

A veces desolado, el paisaje se revela en toda su intensidad sobre el fondo montañoso.

EL CONFÍN DEL MUNDO Dos horas de viaje después, con las últimas luces del día, llegamos al confín del mundo, tal el significado de Chilecito en lengua kakán, originaria tierra de diaguitas. Una ciudad pequeña de 53.000 amables habitantes, nacida en 1715 (por entonces se llamaba Santa Rita), que tiene pasado minero y actualmente vive de los cultivos (vid, olivo y nogal), de las curtiembres, del turismo y de la administración pública. Amén de todo esto, Chilecito, enmarcado por el valle de Famatina, impresiona como muy calmo, ordenado y limpio desde lo alto de un monte al cual se accede luego de trepar 200 escalones –hay un funicular para quienes no amen el ejercicio– con elegantes terrazas provistas de todo tipo de plantas. El Cristo de Portezuelo, frente al parque municipal Arturo Marasso, impone su presencia visible desde toda la ciudad.

Pero no es el único punto de interés de este lugar que fácilmente puede recorrerse a pie: distintos atractivos como el Palacio Municipal, la Capilla de Santo Domingo (donde los locales veneran todas las noches la aparición de la Virgen del Campanario), la reciente Plaza de la Cultura y el museo Molino San Francisco, sito en un molino del siglo XVIII, son el preludio para el plato fuerte: hablamos de la Estación 1 del cablecarril Chilecito-La Mejicana, notable obra minera de aleccionadora historia cuyos restos aún perduran. Lo acompaña el museo de la minería Dr. Santiago Bazán, que brinda valiosos datos de cómo era el Chilecito minero de antaño, Pero todo esto lo conoceríamos en los otros días. La primera noche culminó con una rotunda cena en El Rancho De Ferrito, degustando las celebérrimas costillitas a la riojana: imperdibles.

Todos los rojos de los valles riojanos, donde los minerales pintan un cuadro natural propio.

MINAS Y ASADO El día siguiente nos confirmó que el clima –nublado y con amenaza de lluvia– seguiría haciendo de las suyas y, por ende, alterando constantemente los recorridos previstos por los distintos corredores turísticos de La Rioja. Por fortuna, la provincia abunda en atractivos, y así la reserva natural Quebrada del Cóndor o la Cuesta de Miranda dieron lugar a un viaje por la ruta 15 hasta Guanchín (capital nacional de la nuez, nos informan) para acceder a un nuevo circuito turístico, con sinuosas subidas y descensos en caracol por rutas recientemente asfaltadas hasta llegar a su punto máximo, 3000 metros sobre el nivel del mar. Se trata de la Vuelta al Pique, llamado así porque en su parte más alta hay un puesto homónimo donde cultivan nogales. Es momento de cosecha y en el camino pudimos ver en vivo y en directo a los cosechadores de nueces, levantando cesto tras cesto. El camino continúa bajo un cielo nuboso, subiendo cada vez más y mostrando una vegetación baja, sufrida, donde el algarrobo se alterna con los cardones y el camino está perfumado por hierbas como la muña muña. Una breve parada para hacer fotos nos permite apreciar la calma, la magnificencia de los paisajes, el cielo interminable, la levedad de la brisa.

Luego, y tras cruzar el así llamado Río del Oro, de reluciente color amarillo –debido al dióxido ferroso que arrastran las aguas, según nos explicó nuestro experto guía Marcos Moreno– llegamos a la Estación 2 del cablecarril, en su momento una de las mayores obras mundiales de ingeniería. Fue creada en 1904 por inversionistas británicos y sufridos obreros locales para transportar 400 toneladas diarias de oro y otros minerales hacia Chilecito, desde la mina La Mejicana. Tiene una longitud de 35 kilómetros y en la actualidad forma parte de los monumentos y lugares históricos de la Argentina. En ese marco y llegado el mediodía, fue el momento de espectaculares empanadas y vinos locales y un tentador asado a manos del cocinero local Gustavo Popov (elegido por La Rioja en la selección nacional del programa Cocineros Argentinos), que no tiene un restaurante sino que se dedica a hacer catering y organizar este tipo de eventos. La tarde concluyó de regreso a Chilecito para conocer La Rinconada, local de chocolates artesanales y especialidades locales, cuyos dueños, el matrimonio Zamora –José y Zulema–, se enorgullecen de haber creado el alfajor de crema de vino Torrontés riojano ($ 70 la docena). “Para que Chilecito tuviera su manjar propio”, explican. El sabor es muy suave por la obvia cuestión del público infantil, pero hay una versión en conito que conserva el alcohol, ideal para paladares adultos.

Los circuitos de la provincia se despliegan en valles, cañadones y escarpadas laderas.

LOS CAMINOS DE LA FE El día siguiente arranca con un poco más de sol y nuevos cambios de planes. Todos camino a Pituil, en pos del circuito religioso Huellas de Peregrinos, visitando antiguos templos y capillas. Por supuesto, esto no puede realizarse sin víveres, y una visita al productor artesanal Eduardo Castro soluciona el tema: en su finca y su galpón, que data de 1902, sigue una larga tradición familiar elaborando grapa y vino casero, un sensacional aceite de oliva y conservas y dulces (el de membrillo en particular) que son un festival para el paladar. Más tarde, ya en Famatina, un calórico almuerzo de vino torrontés, empanadas fritas, locro y humita en la pintoresca finca nogalera Huayrapuca prepara el espíritu para nuevas exploraciones. El lugar cuenta con lindísimas habitaciones construidas en adobe, “estilo boutique rural”, nos aclaran. También realizan visitas guiadas a la finca, excursiones en 4x4, cabalgatas, paseos en bicicleta, trekking y otras opciones para el relax y esparcimiento. Llegó así la hora de reunirnos con nuestra guía para la ocasión, María de los Angeles Páez (nieta del último chasqui de la zona), que deslumbró con sus conocimientos y humildad para exhibirlos. Así, luego de un paso por el primer corte de rutas rumbo al Famatina, creado en 2007 por los pobladores locales para impedir la minería a cielo abierto en la zona, visitamos parte de la ruta de las iglesias, destacándose entre ellas la pintoresca capilla de la virgen María Auxiliadora, el templo del Niño Jesús de Gualco (donde se venera una imagen de tamaño pequeñísimo: sólo 5 centímetros) y particularmente la iglesia de San Pedro, frente a la plaza principal de Famatina, donde se halla la única y peculiar imagen del Cristo Articulado que existe en el país. Puede mover el cuello y los brazos (revestidos en cuero), y esto permite bajarla y subirla más fácilmente de la cruz en el Via Crucis de Semana Santa. Mientras la observamos, la gente pasa y se persigna ante la imagen, protegida tras una vitrina.

HÁGASE LA LUZ Los últimos días del recorrido cuentan con un invitado ya casi olvidado, pero importantísimo: el sol, que da un brillo inigualable a paisajes surgidos de una fábula. El día se dedica por completo a una agotadora pero espectacular excursión de casi 12 horas a la Estación 9 de la Mina La Mejicana. Un interminable recorrido en 4x4, guiados nuevamente por Marcos Moreno y realizando no menos de cincuenta cruces por ríos y riachos de montaña, con varias paradas para aclimatarnos de a poco, nos deslumbra con vistazos de la fauna local (guanacos, chinchillas, perdices), pero más que nada con los miles de colores de las sierras. Ahí están El Pesebre, formación rocosa a 2600 metros de altura que recuerda al lugar del nacimiento de Jesús, o el Cañón Del Ocre, a orillas de un paleolago. Cuevas naturales, caprichosas formas, cielos clarísimos, todo tipo de colores: blanco, rojo, negro, amarillo, gris, verde, correspondientes a distintos minerales y eras geológicas, bombardean y deslumbran los sentidos. Al llegar a la estación, el sol brillante contrasta con el viento helado que nos barre y nos hace mover con lentitud: los restos de maquinaria y excavaciones de la mina, junto a la pasmosa instalación del cablecarril, permanecen allí como un silencioso monumento a la historia nacional, aunando el titánico esfuerzo de los trabajadores locales con la constante explotación extranjera, en un panorama que literalmente quita el aliento y no sólo por estar a 4500 metros sobre el nivel del, para entonces, muy lejano mar.

La vuelta es, como siempre, menos trabajosa. Pero las sensaciones y recuerdos que cargamos con nosotros, son inmensas.

Tradicional galería con la mesa puesta para disfrutar de las delicias locales.

SOL PARA TODOS El último día del recorrido nos depara una visita a Los Colorados, un poblado de aires ferroviarios (allí está la vieja estación para certificarlo) rodeado de una formación sedimentaria roja que le da nombre. Extraños cañones y paredones componen su geografía, matizada por inesperadas hierbas y flores, producto de las abundantes (e igualmente inesperadas) lluvias. Allí hay petroglifos, jeroglíficos, dibujos y marcas en la piedra de los antiguos diaguitas, aguades y cafayanes, que dejaron su melancólico testimonio para el futuro. Además, está la cueva donde se ocultaba y refugiaba el mismísimo Chacho Peñaloza en su dura vida en la clandestinidad. Hay dos interesantes recorridos guiados de 45 minutos y dos horas y media, a $ 50 y $ 100 por cabeza, respectivamente: si se puede, lo mejor es no perdérselos.

Luego queda tiempo para visitar la bodega Valle de la Puerta, guiados por el ingeniero agrónomo Javier Collovati. En sus 104 hectáreas a 1000 metros sobre el nivel del mar, producen dos millones de litros de vino anuales, no sólo de Torrontés sino de Chardonnay, Malbec, Merlot, Syrah, Cabernet Sauvignon y Bonarda: esta última cepa se da muy bien en el terroir riojano, nos aseguran. También producen aceite de oliva (hay otras 770 hectáreas destinadas a tal cultivo), que exportan principalmente a China; los vinos se destinan mayormente a Suiza y Estados Unidos. Tienen cuatro líneas de vinos –Clásica, Alta, Reserva y Gran Reserva– cuyos precios van de $ 35 a $ 170. ¿Lo mejor? El enólogo Alberto Neira nos convenció con un Torrontés muy aromático y suave, ideal como aperitivo, y un robusto corte Malbec-Bonarda que muestra que en La Rioja es posible hacer vinos con estructura y carácter propio y que vale la pena investigar y disfrutar.

Ya de regreso en el aeropuerto, el sol nos siguió acompañando hasta el momento de volar a casa para contar una historia en colores: La Rioja tiene una paleta interminable de historias, aromas, sabores, imágenes y sensaciones que pueden pintar el mejor de los cuadros.

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