Núcleo económico europeo, referencia de la moda mundial y destino turÃstico más popular del planeta. ParÃs, ilustre en medallas, parece dispuesta a asumir una nueva distinción, a juzgar por sus 200 kilómetros de ciclovÃas exclusivas (y otros 80 compartidos con buses), 1800 estaciones de alquiler y 20.000 bicicletas dispuestas en la vÃa pública. Tal vez será poco frente a las ciudades asiáticas, pero en los últimos ocho años ParÃs viene haciendo los méritos suficientes para imponerse como la capital occidental de la bicicleta.
Es cierto que el fomento del ciclismo urbano es parte de una tendencia que domina en varias de las ciudades más importantes de Europa. Podemos ver el fenómeno replicado en Amsterdam, BerlÃn, Copenhague o Barcelona, y también en algunos lugares de Bélgica y Gran Bretaña, donde el gobierno recompensa con exenciones impositivas a quienes vayan a su trabajo en bici. Algo que se analiza aplicar en Francia, pagando 21 centavos de euro por kilómetro recorrido a quienes utilicen este medio de manera frecuente. Un expendio estimado de 20 millones al año, que permite ahorrar 280 veces su valor en gastos sanitarios, producto de las mejoras en salud para quienes pedaleen, además de reducir la emisión de gases responsables de calentamiento global. Aunque para eso el gobierno francés deberá primero mejorar parte de la infraestructura vial y crear un registro nacional de bicicletas para luchar contra los robos de los rodados.
LA BICI FáCIL Dos detalles destacan a ParÃs sobre las otras ciudades que impulsan el uso masivo de la bicicleta: su oferta turÃstica y la facilidad para conseguir un vehÃculo. Los operadores turÃsticos supieron explotar hábilmente esta combinación, ofreciendo circuitos guiados en bicicleta por los barrios de relevancia histórica. También se alienta el alquiler por cuenta propia, tomando una bici y realizando un recorrido a voluntad, para aprovechar el hecho de que el casco cultural parisiense se encuentra en un circuito de distancias amigables al pedaleo. Una posibilidad que permite arrimar distancias y ganar tiempo, ya que resulta más rápido pedalear que caminar en una ciudad que a cada paso ofrece la tentación constante de la distracción, el reparo y la abstracción (asà sea que uno sólo camine las dos cuadras que separan el hotel del mercado más cercano).
La referencia es el servicio Vélib’ (acrónimo en francés de bicicleta y libertad), que permite alquilar en la calle las 24 horas a través de la tarjeta de crédito. A diferencia de las otras ciudades mencionadas, en este caso no hace falta obtener un carnet ni documentación adicional. Simplemente hay que dirigirse a uno de los 1800 puestos que Vélib’ tiene a lo largo y a lo ancho de ParÃs y realizar la operación inicial en la terminal electrónica, depositando con tarjeta una garantÃa de 150 euros que sólo será retenida en caso de perder la bicicleta.
El valor por un dÃa de uso es de 1,7 euro, aunque hay un abono de una semana a 8 euros. El precio es uno de los puntos fuertes de un servicio que, como contracara, presenta la dificultad de tener que devolver la bicicleta en algún puesto a la media hora de ser retirada, so pena de debitarse dinero adicional en el caso de excederse del tiempo. Si el puesto al que uno se dirige tiene la terminal completa y no cabe una sola bici más, el usuario tiene quince minutos adicionales para encontrar otro puesto con lugar disponible, pudiendo gozar de este tiempo de tolerancia tantas veces como le sea necesario. La empresa asegura que tiene una terminal cada 300 metros y hay una aplicación para descargar en el celular que permite rastrearlas.
Los entendidos sugieren una solución a esta incomodidad de estar subiendo y bajándose de una bici a cada rato: tomar el vehÃculo durante media hora y dejarlo cerca de un lugar que permita continuar luego con una visita a pie. La otra opción es alquilar un rodado por fuera del sistema Vélib’, es decir, en alguna de las tantas casas de bicicletas que abundan en el centro de ParÃs. Estas permiten mayor disponibilidad de la bici (el turno mÃnimo suele ser de cuatro horas), aunque la comodidad se paga en cada uno de los 15 euros que, en promedio, sale el alquiler diario, diez veces más caro que las Vélib’.
Cualquiera sea la opción, será fundamental observar el estado de la bici: cubiertas con el dibujo adecuado, asiento cómodo y resistente, frenos y cambios en condiciones y un casco que calce ni más ni menos que lo justo y necesario. Además existe un Código de Circulación que exige timbre, luces de posición y un seguro de responsabilidad civil. Los controles son sorpresivos y exigentes, sobre todo los domingos y feriados, dÃas en que una parte de los muelles del Sena y sus canales están reservados a peatones, ciclistas y patinadores. Otra recomendación es contar con algún dispositivo antirrobo para amarrar el vehÃculo a un lugar seguro cada vez que uno desciende (las casas de alquiler deben incluirlos en el servicio). Indispensable: un mapa de la ciudad. Los regalan en las boleterÃas del metro.
LAS DOS ORILLAS La ruta cicloturÃstica está dividida a ambos márgenes del rÃo Sena. Una, al sur; la otra, al norte. O, como prefieren decirlo los franceses: una a la izquierda y la otra a la derecha. Se toma como punto de partida la Isla de la Cité, que se encuentra en el medio del Sena y funciona también como centro geográfico del recorrido total. La zona cuenta con el beneficio de concentrar varias casas de alquiler de bicis, a la vez que ofrece como primera postal del periplo la Catedral de Notre-Dame. Cruzando el puente que comunica la isla con la parte sur de ParÃs se bordea la ribera del Sena rumbo al oeste, donde aparecerán, sucesivamente, el Museo d’Orsay (reseña fundamental del impresionismo), la explanada de los Inválidos y los Campos de Marte. AllÃ, la primera decisión: ¿cruzar el rÃo y trepar hasta el Trocadero o frenar en la Torre Eiffel y continuar de este lado del Sena? Pueden hacerse ambas, pero conviene lo segundo si se necesita ahorrar tiempo y esfuerzo.
Al otro extremo de los Campos de Marte se encuentra la avenida de la Motte-Picquet, que deriva en el Hotel de los Inválidos y arrima hacia el Museo de Rodin, sobre la calle Varenne. A partir de aquÃ, cabe la opción de bajar por la calle de los Inválidos para llegar hasta el edificio Montparnasse (también al cementerio) y luego tomar el boulevard del mismo nombre y el Saint-Michel hacia los Jardines de Luxemburgo, o llegar hasta aquà mismo desde el Museo Rodin por el boulevard Saint-Germain. Retomando Saint-Michel se emprende el regreso hacia la Isla de la Cité, atravesando la Sorbona, el Panteón y (si aún quedan energÃas para un pequeño desvÃo) las increÃbles Arenas de Lutecia, vestigio de la Galia romana anterior a Cristo en medio del ejido urbano de la gran metrópolis.
Para iniciar la ruta al norte del Sena también se parte desde la Isla de la Cité, cruzando hacia el Village St.-Paul, un laberinto de pasajes, jardines y patios interiores que fueron dominio del rey Carlos V cuando el monarca se instaló en ParÃs. A dos cuadras se encuentra la Place des Vosges, donde está la casa de Victor Hugo, en pleno barrio del Marais, muy recomendable para perderse entre sus callejuelas. Luego puede continuarse por la calle de Francs-Bourgeois para ir al centro de arte moderno Georges Pompidou y retornar a la senda de la Rue Rivoli, que conduce al Louvre, el JardÃn de las TullerÃas (donde unos entrenados guardias corren a los ciclistas para avisarles que está prohibido circular por allÃ) y la Plaza de la Concordia, inicio de la avenida de los Campos ElÃseos.
Al otro extremo, el Arco del Triunfo, punto de llegada del Tour de France y partida del desafÃo más grande al que se enfrenta todo cicloturista en ParÃs: la trepada a Montmartre, avanzando por un largo boulevard que cambia de nombre hasta convertirse en el emblemático Clichy (donde se ubican el Moulin Rouge y la Plaza Pigalle). Desde allÃ, la remontada tarda lo que el ciclista quiera, aunque la velocidad le quita la gracia a una empresa que requiere paciencia y templanza. El premio final es la increÃble vista que la colina ofrece en su punto cumbre, allà donde está la basÃlica del Sagrado Corazón. Al cabo de una fatigosa subida por cuestas empinadas y calles empedradas, el esfuerzo se recompensa con ese instante supremo en el que ParÃs parece extenderse desde nuestros pies hasta los confines del horizonte.
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