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Domingo, 30 de noviembre de 2003
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URUGUAY I Colonia del Sacramento

Un lujo de paz

Un paseo por la otra orilla, siempre generosa en tranquilidad y en la nostalgia de un pasado que parece haber sido apenas ayer. Murallas, un fortín, puertas levadizas, callecitas empedradas, casas bajas con techos de tejas, farolas y un muy buen ramillete de hoteles, hosterías y restaurantes.

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Desde Buenos Aires, basta cruzar el río en apenas una hora para desembarcar en la tranquilidad de otros tiempos.
Por Graciela Cutuli

Las callecitas de Colonia también tienen ese no sé qué. Ancho y generoso, el Río de la Plata parece haberse complacido en crear contrastes exagerados cuando acunó de este lado a Buenos Aires, la gigante, el avispero de gente y tránsito, y del otro a Colonia, la apacible, el remanso de historia y tranquilidad. Como siempre, sea para un fin de semana largo o para destino de una estadía veraniega completa, Colonia vuelve a ser opción para las vacaciones gracias al río refrescante, a su ventana directa a la historia, a la cordialidad de la gente y a esa proximidad que hace difícil creer que sí, que se ha cruzado el río y también cambiado de país.
Lo primero que salta a la vista es que Colonia es un recuerdo vivo de otros siglos, en los que el tiempo transcurría a paso de mula sobre calles adoquinadas, en los que se vivía en casas de una sola planta llenas de flores y sol, en los que había horas de sobra para ver cómo el río se volvía rojo con cada atardecer.
Vista desde la gran y bulliciosa Buenos Aires, esta imagen parece la pintura de uno de los paraísos que el turismo promete generalmente después de horas de avión y amplios cruces de los mapas. Sin embargo, basta cruzar el río color león en apenas una hora para encontrarse con esta propuesta tan discreta como entrañable para el verano que recién empieza.

UNA MIRADA HACIA ATRAS Objeto de disputas entre portugueses y españoles, Colonia del Sacramento es una ciudad fortificada que resistió con gallardía el paso del tiempo, y hoy es una especie de museo al aire libre. Casas, murallas, un fortín, puertas levadizas. Estas construcciones que abundan en Europa y casi no existen en América latina se encuentran en Colonia, y le dan a la línea de su horizonte un perfil bajito y pintoresco, muy gustoso de contrastar con las torres vidriadas que florecen de este lado junto al río. La valiosa arquitectura le valió a la ciudad la inclusión en las listas del Patrimonio de la Humanidad que elabora la Unesco con el fin de preservar los principales lugares históricos del mundo.
Generalmente se elige Colonia para un fin de semana, una escapada de un día o dos durante la semana, una alternativa a la rutina. Es también una escala en barco, o una etapa en la ruta hacia Montevideo y las playas del este de Uruguay. Sin importar el motivo, Colonia es una ciudad adonde se vuelve. Y cada vez que se regresa, con la expectativa con que se regresa para la cita con un viejo amor, se puede comprobar con alivio que el tiempo sigue sin hacerle mella.
Alguna vez no fue así, sobre todo cuando sus cañones retumbaban sobre el río. Todo empezó en 1680, el año de su fundación, frente a un pueblito incipiente en la otra orilla del Río de la Plata. Durante varios años, décadas, fue el objeto de disputas de los españoles y portugueses en su afán por controlar la mayor parte del continente sudamericano. Y Colonia, pese a su pequeñez, controlaba parte del Río de la Plata y la desembocadura del Uruguay. La historia, por suerte, tiene algunas veces el sentido del humor: luego de haber visto a los españoles de Buenos Aires y los portugueses de Río disputarse por ella, no terminó en manos de ninguno de ellos. Cansada de tanta aventura, Colonia le dejó el protagonismo a Buenos Aires y eligió un tranquilo descanso, sin batallas ni disputas: sólo río, sol, paseos tranquilos, una pizca de nostalgia y un asomo de vida nocturna cuando cae el sol, los fines de semana de la temporada veraniega en el casco histórico. Un lujo de paz, que se recorre a pie, en bicicleta, en ciclomotores o en autitos eléctricos que van ahí por donde tienen prohibida la entrada los autos tradicionales.

PASO A PASO Si la visita empieza en la parte más alejada justamente del casco histórico, lo primero que se conocerá es el Real San Carlos, que fue en otros tiempos una concurrida plaza de toros (los porteños, sobre todo,invadían los vapores cada fin de semana para no perderse la actuación de los más famosos toreros). La historia de la plaza, sin embargo, fue corta: apenas dos años duró abierta, entre 1910 y 1912, antes de que el gobierno uruguayo prohibiera las corridas.
Regresando hacia el centro, uno de los monumentos más importantes que quedan es la Puerta de la Ciudadela, frente a la Plaza de 1811. Se ve, gracias al foso y los pilares que todavía resisten, que eran tiempos de prosperidad y progreso para Colonia, los tiempos del gobernador portugués Vasconcellos. Cerca queda la callecita más conocida de la ciudad: la Calle de los Suspiros, un verdadero callejón de película donde el tiempo puso el mejor de los decorados. Pero aquí es todo real: los adoquines de piedra desparejos, la silueta de las casas bajas que se confunden rápidamente con el horizonte, las fachadas blancas, celestes o rosadas cubiertas de flores que se desploman en cascada sobre los muros, las tejas patinadas por los siglos, los azulejos de tradición portuguesa –azules y blancos– que indican los nombres en cada esquina, señalando una geografía que es más del tiempo que de un lugar.
Entre una casa y otra casa se divisa el faro, lo único que queda de lo que fue antiguamente el Convento de San Francisco Javier, una construcción del siglo XVII que fue una de las primeras de Colonia, pero hoy está en ruinas. Sí queda en pie –y es casi un milagro– la Iglesia Matriz, situada frente a la plaza principal, que fue destruida y reconstruida varias veces. Pese a todo conserva el mérito de ser la más antigua de Uruguay. Colonia conserva también, en el pañuelo del trazado de su centro histórico, varias casas y museos que merecen la visita: entre ellas, la Casa del Virrey (Calle del Comercio y de las Misiones), medio española y medio portuguesa, convertida hoy en museo de armas y antiguos uniformes. Al Virrey no hay que buscarlo: no está, sobre todo porque nunca hubo tal autoridad de aquel lado del Río de la Plata. Otra de las casas a visitar es la Casa del Nacarello, unida con el Museo Municipal, donde se conservan documentos de la antigua vida social en la ciudad. También se la llamaba Casa del Almirante Brown... aunque el almirante nunca vivió allí. Cada uno con su colección, más o menos importante, también hay que pasar por los otros museos, sobre todo porque las casas donde se encuentran tienen valor histórico: el Museo Español y el Museo Portugués, el Museo del Azulejo y el Museo Indígena.
Dejando atrás nuevamente esta parte de la ciudad, sin duda la más fascinante para quien viene de la urbe que no respeta su pasado, Colonia ofrece otra alternativa turística que se hizo popular en los últimos años: el turismo rural. En las estancias de los alrededores, enclavadas en las suaves ondulaciones del territorio uruguayo, es posible declinar todas las variantes del dolce far niente, y asomarse a la cotidianidad de la vida en el campo mientras se disfrutan de las especialidades caseras. Además de deportes tradicionales, algunas ofrecen la posibilidad de iniciarse en los deportes náuticos, realizar caminatas guiadas y después reponer fuerzas con los quesos artesanales que se realizan dentro de la misma estancia. Más allá de sus diferencias, lo que las une es la cordialidad hacia el turista y la paz que reina en esas noches donde sólo el silencio tiene presencia: sólo queda decidirse, “cruzar el charco” y una vez más volver a la cita con Colonia para parar las agujas del reloj durante tanto tiempo como duren las vacaciones en la otra orilla.

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