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Domingo, 4 de octubre de 2015
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diario de viaje Japón, el otro lenguaje de un pueblo

Antropología de la gestualidad

Según el antropólogo Michitaro Tada, para estudiar a un pueblo no alcanza con aprender su idioma sino que hace falta también interpretar sus gestos. En su libro Gestualidad japonesa estudia una cultura marcada por fuertes rituales y una discursividad llena de ambigüedades para los parámetros de Occidente.

Por Michitaro Tada*
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La cultura japonesa de los gestos, un misterio a descifrar para el extranjero.

En su libro Apuntes de mis observaciones del Japón, Madame Gascardt, una viajera suiza, critica la vaguedad con la que los japoneses responden a las preguntas: “Es de hecho imposible conseguir de un japonés una respuesta por ‘sí’ o ‘no’... Sólo dicen, ‘So-o-o, ne-e’ (‘Bueno, tal vez...’) y se rascan la cabeza. Yo, por lo menos, no puedo entender con claridad lo que dicen, con esa manera de persistir en la ambigüedad. ¡Qué gente más complicada son los japoneses!”

La observación que hace no es ni original o única. Pero justamente por eso, indica una característica de los gestos o la cultura japonesa que resulta incomprensible a las personas de otros países. Por lo general, aunque no nos demos cuenta, cuando escuchamos a otro, los japoneses siempre ofrecemos consentimiento y acuerdo en respuesta. Algunos no lo demuestran con gestos mientras que otros pueden expresarlo con gestos exagerados. Por tratarse de un comportamiento inconsciente, la persona que hace el gesto casi no lo registra. Los productores de programas de radio y de televisión tienen que “entrenar” a los aficionados que van a salir al aire para disminuir ese impulso inconsciente de mostrar consentimiento. Las expresiones gestuales y verbales que resultan de aquel impulso –por ejemplo, la repetición de las palabras so y hai (ambas significan “sí”)– son realmente molestas para la imagen, en televisión, y para el efecto audible, en la radio. Para el observador objetivo, estos gestos parecen reflejar una actitud de simpatía casi incoherente. Digo “observador objetivo” e incluyo aquí mi propia mirada, como si yo fuera un ajeno, tanto como un europeo.

Consideremos esta situación: un empresario extranjero viaja a Japón para llevar a cabo ciertas negociaciones comerciales. Empieza a presentar su propuesta con gran entusiasmo y convicción. Su entusiasmo deja una impresión muy fuerte en nuestra sensibilidad, y en respuesta a ello, a esa voluntad, el empresario japonés hace un gesto de consentimiento, inconscientemente, sin pensar en lo que significa. Es costumbre japonesa hacerlo. Sin embargo, ese gesto es interpretado por el occidental como una señal clara de que la respuesta a la propuesta que presentó de modo tan enérgico es “sí”. Presenta entonces el documento formal y espera que se lo firme allí mismo, finalizando así el acuerdo que él ya entiende como tácito.

Pero el empresario japonés, al ver el documento que el otro pretende que firme, hace un gesto negativo con la cabeza e informa al visitante que en realidad no está de acuerdo para nada con la propuesta. Esta revelación toma por sorpresa al extranjero, quien entonces concluye que los japoneses no son sinceros, mienten y engañan descaradamente.

La interpretación errónea que acabo de describir indica un serio problema. Los japoneses siempre diferenciamos el reino de la lógica y el de las emociones. Decir “sí” o “no” con referencia a algún tema concreto es algo que pertenece al reino de la lógica. Y hacer un gesto de consentimiento es una expresión social que parte de las emociones. Por involucrarnos en esta dualidad, los japoneses no expresamos claramente la verdad en un momento dado. En Europa se utiliza la palabra “tacto” para referirse a la situación en la que se hace lo correcto, es decir, se tienen en cuenta los sentimientos de otra persona. Muchos países exhiben ese modo de pensar, aunque también hay excepciones en Europa. Por ejemplo, en los Estados Unidos y en Suiza, se encuentra mucho menos este aspecto llamado “tacto”, mientras que en Viena y en París, es tal su abundancia que el comportamiento de sus habitantes casi se podría comparar con la delicadeza japonesa en las relaciones personales. Estados Unidos y Suiza son países en los que conviven y se fusionan diversas razas y lenguas. En cambio, tanto en Viena como en París, una cultura homogénea es la base para un sentimiento comunitario. Es decir, allí las personas tienen una tácita comprensión mutua que les permite ser conscientes de los sentimientos del otro. (…)

DISTANCIA, ENAJENAMIENTO, FRIALDAD Cuando los japoneses decimos hedatari o kanjiru –tomar o mantener una distancia respecto de alguien– describimos una instancia de la psicología individual en las relaciones personales. Cuando decimos wakehedate o suru –discriminar o marcar una diferencia respecto de los otros– nos referimos a la psicología social de las relaciones personales. Como sea, la palabra hedatari nos interesa. No es simple concepto de distancia. Ese solo vocablo expresa de qué manera el fenómeno espacial de la distancia afecta y determina las relaciones humanas y a la vez describe la psicología que se asocia con la distancia.

He dado clase durante muchos años, y me resulta interesante que los estudiantes siempre quieran mantener distancia respecto del profesor. Cuando en un aula que podría albergar a cien hay sólo veinte o treinta estudiantes, suelen sentarse “desparramados”, pero todos contra la pared más lejana. Sienten una cierta “distancia” respecto del profesor y expresan el sentimiento por medio de la distancia física. (…)

En las películas históricas siempre hay escenas en las que el señor feudal dice “Kurushu-unai chiko-o” (“No esté tan asombrado, acérquese más a mí”) o “Mo sotto chiko-o” (“Venga más cerca”) a sus subordinados, mientras éstos le hacen una profunda reverencia desde atrás de un biombo de papel de arroz. Esta debe de haber sido la primera escena de chikazuki (acercamiento).

Los japoneses nos acercamos a los otros con temor. Es el temor a eliminar la distancia como marcador de la diferencia entre posiciones sociales. Es usual que la presencia de una distancia física entre las personas sea una manera de expresar un reconocimiento de las diferencias entre niveles sociales. Por ende, cuando un superior invita a un inferior a acercarse, y le dice “Mo sotto chiko-o”, el subordinado se acerca con lentitud y temor, midiendo la verdadera tolerancia de su superior. (…)

Los japoneses consideramos que la costumbre occidental de darse la mano y abrazarse es un hábito indecente. No porque nos parezca poco higiénico el contacto físico, en absoluto. Es porque no podemos sentirnos cómodos o relajados al establecer tal intimidad –la que demuestra el gesto de tomar la mano– con una persona a la que acabamos de conocer. No es parte de la cultura que reconocemos como propia.

Los occidentales, en cambio, se dan la mano desde el primer momento, en lo que para nosotros sería una expresión de intimidad. Con esa acción erradican la distancia física; luego, paulatinamente, van reinstaurando la “otra” distancia. Los japoneses primero mantenemos nuestra distancia y luego, con el tiempo, llegamos a ser narenareshiku (íntimos, cercanos). Quiere decir que en Occidente y en Japón la intimidad y la distancia suceden en el orden inverso.

El principio social en Occidente es la intimidad y la amistad, mientras que el nuestro es la vacilación y la reserva, el respeto por las distancias sociales.

BISHO, LA SONRISA Lafcadio Hearn hizo una observación agudamente perspicaz acerca de nuestras expresiones. Una vez, en un viaje de tren, vio a tres mujeres japonesas. Dormitaban y se cubrían las caras con las mangas de sus kimonos. Hearn escribió: “Marude nagare no yurui ogawa ni saite iru hasu no hana no yo da” (“Ellas eran como las flores del loto en el fluir suave de las aguas”, Kokoro).

La mujer no puede saber si su cara durmiente es hermosa o no, pero teme que tal vez pueda mostrar una expresión descuidada y negligente a los otros. Exponer esa expresión generaría un problema. Las mujeres de antaño, por educación, no lo hacían. Cubrirse la cara con la manga del kimono evita mostrar la expresión desnuda a los demás, como puede suceder en los momentos de tristeza o de timidez. Es una expresión de la tradicional discreción japonesa.

En la actualidad vemos muy poca gente en kimono, y aun quienes lo visten, sólo lo hacen en ocasiones formales. Diría, si bien mi conocimiento del mundo femenino es insuficiente, que hoy en día las niñas ni siquiera pueden ponérselos sin ayuda. Sin embargo, podemos estar seguros de que Hearn sintió que las caras cubiertas por las mangas de kimono eran hermosas. Además fue muy perceptivo al conectar esa actitud con la sonrisa japonesa.

Inmediatamente después de la observación en el tren Hearn recuerda y describe lo siguiente: “Un sirviente, empleado hacía mucho tiempo en mi casa, me parecía el más feliz de los mortales. Siempre se reía cuando se le hablaba. Pero un día lo espié cuando él se creía por completo solo, y su cara me asombró. No era la cara que yo había conocido. Líneas duras de pena y de ira aparecían en ella, dándole el aspecto de una persona veinte años más vieja. Tosí para anunciar mi presencia. De pronto la cara cambió, se alisó, se ablandó y se iluminó como por un milagro de rejuvenecimiento” (Kokoro).

¿Cómo entender la cara de este hombre? ¿Podemos verlo con ojos críticos como una persona falsamente obediente? ¿Podemos tomar su engaño como una forma de halagar? ¿O atribuir todo el asunto a la “sonrisa japonesa tan misteriosa e inescrutable”, como siempre se hace? Hearn reflexiona en otro sentido y concluye: “Un milagro, sin cuestión, de autocontrol continuo y altruista.” Comparto esta opinión. Creo que la sonrisa japonesa es en el fondo un gesto de autocontrol.

Si las circunstancias exigieran a alguien un autocontrol aun mayor, daría un paso más y se cubriría la sonrisa con la manga. Así como la carcajada, con el paso del tiempo, llegó a considerarse poco natural, también hemos llegado a controlar la sonrisa de esta maneraz

* Michitaro Tada, Gestualidad japonesa, Adriana Hidalgo editora, 2007.

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