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Domingo, 6 de diciembre de 2015
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ITALIA > El subsuelo cárstico de Puglia

El paraíso subterráneo

Las Grutas de Castellana podrían haber inspirado las más aventuradas fantasías de Julio Verne. Esta espaciosa cavidad situada en el extremo sur italiano está considerada entre las más bellas y fascina por sus formas, dimensiones e iluminación: un sueño para amantes de la espeleología.

Por Graciela Cutuli
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Visita guiada por los tramos iniciales de los tres kilómetros de recorrido subterráneo.

Fotos de Graciela Cutuli

Dante Alighieri podría haber bajado para su viaje infernal por los nueve círculos del pecado humano. Pero por entonces las Grutas de Castellana, en región italiana de Puglia, donde la bota que pisa el Mediterráneo toma la forma de un taco, eran totalmente desconocidas. O lo eran por lo menos para un poeta florentino ocupado entre los amores de Beatriz y las disputas entre güelfos y gibelinos. Pasarían siglos para que este lugar increíble saliera a la luz del gran público: corría el 23 de enero del año 1938 –cuando Italia y media Europa estaban por iniciar las páginas oscuras de la Segunda Guerra Mundial- cuando el estudioso y explorador Franco Anelli descubrió que bajo la tierra de esta región rica en olivos y en sol, bañada por uno de los mares más bellos del mundo, se ocultaba un mundo paralelo.

Un mundo que pudo haber alimentado también la imaginación de Julio Verne en su Viaje al centro de la tierra. Aunque Anelli exploró en aquella década muchas otras grutas en el subsuelo de Italia, ninguna le resultó tan fascinante como Castellana, a la que le dedicaría prácticamente una vida entera, logrando el desafío de convertirla también en un cuidado sitio turístico para las generaciones futuras. Además creó el núcleo del Instituto Italiano de Espeleología –hoy en Bolonia– tras recobrar numerosos hallazgos en las grutas de Postumia, actualmente en territorio esloveno, después de una historia rocambolesca que incluyó el contrabando a Alemania en 1944 y su posterior recuperación con ayuda de las fuerzas inglesas en la posguerra. Visitar Castellana es también rendirle homenaje a su perseverancia: esta cavidad angosta y larga que se interna por el subsuelo de un área cárstica es visitable hoy gracias a sus esfuerzos, y despierta el sentimiento casi místico de ingresar una catedral tallada por la naturaleza y el tiempo, en silenciosa conjunción.

TIERRA DE TRULLI No es difícil llegar a las Grutas de Castellana, aunque estén fuera de los circuitos más habituales de Italia, porque están a mitad de camino de esta región meridional, sobre la costa adriática, en lo que se conoce como la Terra dei Trulli, las misteriosas construcciones circulares de piedra blanca que se encuentran diseminadas por toda la zona pero especialmente concentradas en el imperdible pueblo de Alberobello. Polignano a Mare, la bella localidad balnearia donde nació Domenico Modugno, está a un puñado de kilómetros. Lo mismo Monopoli, con su espléndido castillo. Y Ostuni, Locorotondo, Bari, Brindisi... cada lugar merece una visita completa, pero sólo las grutas permiten descubrir el subsuelo de este territorio calcáreo donde el pueblo de Castellana Grotte funciona como la puerta del Valle d’Itria.

La visita al complejo espeleológico se puede realizar a lo largo de dos itinerarios, siempre en grupos y acompañados de guías, por la fragilidad del terreno que se pisa y la necesidad tanto de preservación como de seguridad. El más breve recorre un kilómetro, a lo largo de unos 50 minutos, y llega hasta lo que se conoce como la Caverna del Precipicio para terminar en la Grave, la única cavidad que está conectada con el exterior. El segundo itinerario triplica al anterior y en unas dos horas de caminata descendente llega hasta la última caverna del sistema, la Grotta Bianca, cuyas relucientes paredes blancas le valieron el apodo de la “más esplendorosa del mundo”. Para el escritor y alpinista Franco Brevini, “esos tres kilómetros de camino a un centenar de metros de profundidad en el lecho de un antiguo río subterráneo que, al hundirse, dejó los esplendores de las concreciones alabastrinas, pueden convertirse, para quien sepa concederles su corazón, en una aventura espiritual”. Probablemente es lo que haya sentido Franco Anelli aquel día en que se asomó por primera vez al borde de la Grave, una cavidad de unos 50 metros de profundidad y el doble de ancho. Durante siglos, los campesinos que volvían a sus casas en las noches invernales habían temblado al pasar junto al enorme agujero, ya documentado en mapas del siglo XVII y probablemente conocido desde mucho antes. Los vapores de la condensación que exhalaba hacia el aire libre, y la nube de murciélagos que apenas caía el sol salían del interior de la cavidad, no invitaban a acercarse: la mayoría se alejaba de este siniestro escenario de ribetes góticos, creador de terrores nocturnos y de leyendas. Se dice que un grupo de valientes castellaneses, en el Setecientos, bajó a las profundidades de la tierra, pero el relato no resulta muy verosímil: al parecer que escuchaban el golpeteo del yunque de los herreros del pueblo en la superficie, tal vez asociado a los legendarios trabajos de Hefesto.

LA VISITA La Grave es hoy el comienzo de la visita. La caverna por donde se filtran los rayos de luz natural tiene unos 5.000 metros cuadrados y probablemente hubiera inspirado a Gustave Doré para sus dibujos de la Divina Comedia. En el centro, el colosal grupo estalagmítico de los Cíclopes y las Columnas de Hércules dan paso a la Caverna Negra, de oscuras paredes por la acción de un hongo, donde se pueden reconocer las grietas que permitieron el paso del agua, base de la formación de todo el complejo. De hecho la mayor parte de los ríos de Puglia son subterráneos, y así como excavaron Castellana siguen horadando el subsuelo y creando fantasiosas cavidades aún inexploradas bajo los pies de los visitantes. Aquí una de las formaciones recuerda a la Loba de Roma y da paso a la mayor cavidad cerrada, la Caverna de los Monumentos, cuyos conjuntos de estalagmitas se dirían grandes complejos estatuarios. La imaginación también dio nombre al Pesebre de la cueva a la que se accede recorriendo el Corredor del Angel, así como a la Caverna del Precipicio y la Caverna de la Fuente. Finalmente en la Caverna del Altar, cuyas formaciones parecen severos cirios vigilando el conjunto, termina el primer itinerario. Los guías ya han tenido tiempo de explicar que las concreciones que adornan las grutas se formaron por la lenta evaporación del agua, que deposita la calcita presente en estas rocas dándole las formas más caprichosas. Si las gotas bajan, se forman estalactitas, que crecen apenas un centímetro cada medio siglo. Si las gotas son más veloces aparecen las estalagmitas, que crecen al ritmo de pocos milímetros en un año: para llegar a sus tres metros de altura, se estima que han necesitado al menos 30.000 años de paciente trabajo de la naturaleza.

Una estación de monitoreo controla las modificaciones de la temperatura, que deberían oscilar entre los 11 y los 13 grados, mientras más adentro –y por lo tanto más lejos de las variaciones meteorológicas- la temperatura se estabiliza en unos 16 grados. Una bocanada de aire fresco cuando, en verano, el termómetro no da tregua en el soleado sur de Italia.

El camino sigue. Es el turno del Corredor del Desierto, que tiene unos 450 metros de extensión y permite reconocer una clara línea de fractura en el terreno. Desemboca en el espectacular conjunto de estalagmitas que forman el Duomo de Milán, con la famosa Madonnina en la punta: curiosidades de la arquitectura y la naturaleza que se imitan mutuamente. A continuación, la Caverna de la Columna Invertida o de la Torre de Pisa, con su correspondiente estalagmita inclinada. Y el Corredor Rojo, con sus sinuosas cortinas de alabastro, enrojecidas por el hierro arrastrado por las aguas. Cada formación se muestra más sorprendente que la anterior: como ocurre con la Caverna de la Cúpula y, finalmente, con la prodigiosa Gruta Blanca, que fue en 1965 una de las últimas en ser abiertas al público. Hoy este mismo recorrido se puede hacer en su versión Speleonight, sólo iluminados por las luces de los cascos, para descubrir Castellana tal como la vieron Franco Anelli y su compañero Vito Matarrese en los primeros tiempos de exploración. Un viaje al centro de la tierra, al corazón de los misterios del planeta.

Juegos de luces resaltan los relieves de las estalactitas y estalagmitas que tapizan pisos y techos de la gruta.

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