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Domingo, 2 de octubre de 2016
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BUENOS AIRES > San Pedro y La Santina

Horizonte de campo

A menos de dos horas del Obelisco, la vida verde se impone. Aunque a la gran ciudad le cuesta despedirse, en tierras sampedrinas la transición campestre ya está completa: y después de visitar el centro histórico, las orillas del río y los viveros, terminar el día en una estancia garantiza descanso completo.

Por Graciela Cutuli
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Una tarde en las cercanías del río, ideal para recorrer senderos internos en la estancia.

Fotos de Graciela Cutuli

Irse cerca, pero que parezca muy lejos. San Pedro es el lugar ideal para resolver el dilema de un porteño en busca de un fin de semana tranquilo, porque a poco más de 160 kilómetros de Buenos Aires ofrece un verdadero cambio de aire. Y se llega sin laberintos, por pura autopista, como para no acortar en viaje las horas libres de un sábado y domingo. Ya varios kilómetros antes los puestos de naranjas, pomelos y limones al borde de la ruta anuncian la cercanía con esta localidad conocida por la producción de cítricos y otros frutales: y en San Pedro mismo, en estas primeras semanas de la primavera, las ramas de las plantaciones se vuelven una fiesta de flores blancas y rosas.

Nuestro destino, en realidad, es una decena de kilómetros antes de llegar a San Pedro, sobre el lado oeste si el punto de partida es Buenos Aires. Allí se levanta La Santina, una estancia y posada de campo que se extiende sobre 500 hectáreas, rodeada de una arboleda frondosa y algo más lejos de sembrados de soja. Porque la finca mantiene una doble actividad: a la producción agrícola tradicional le sumó recientemente el ofrecimiento de hospedaje en las habitaciones de su cómoda casona, reservada a un máximo de 24 personas. Saliendo temprano, antes de instalarse en La Santina hay tiempo de dar un paseo por San Pedro para luego retomar un puñado de kilómetros y llegar a la estancia; otros huéspedes prefieren en cambio reservarse las salida para la hora de la siesta. Y otros nunca saldrán del horizonte verde que marcan las arboledas, porque precisamente esa línea que parece sin fin es la meta de su viaje.

Los sábados, la plaza frente a la iglesia concentra una feria de productos regionales.

PASEO SAMPEDRINO El sábado por la mañana, hay feria en la plaza de San Pedro. Si algunos vecinos aprovechan para tomar café entre amigos en las panaderías-cafeterías que conforman la famosa Ruta de la Ensaimada, otros se encaminan a buscar miel orgánica, plantas y artesanías en los puestos situados a metros de la iglesia Nuestra Señora del Socorro. Todo invita a volver con el auto un poco más cargado que a la ida: los productos con dulce de arándanos, oriundos de las plantaciones cercanas; los miniárboles en maceta, como jacarandás y timbós que un día serán gigantes; las doradas mieles premiadas de los expertos que explican con paciencia a los curiosos el paso a paso de la producción.

Si se va temprano (porque cierra al mediodía pero vuelve a abrir por la tarde), está muy cerca el Museo Paleontológico y es sin duda uno de los imperdibles de San Pedro. Situado en una casona bien restaurada del casco histórico, es una joyita que atrae a muchos aficionados y especialistas de distintas partes del mundo, porque se exhiben numerosos mamíferos fósiles hallados en excavaciones cercanas. Todo comenzó hace menos de dos décadas con el hallazgo de restos de un armadillo gigante, y siguió con la creación de un Grupo Conservacionista de Fósiles decidido a rescatar el patrimonio local. Finalmente, en 2003 nació el museo, cuyos miembros siguen realizando un cuidadoso trabajo que los convierte en referentes de los estudios paleontológicos mucho más allá de las fronteras de San Pedro.

El paseo tiene muchos lugares donde seguir, pero el plan de este fin de semana tiene nombre de estancia. Por lo tanto, ponemos rumbo hacia La Santina y su horizonte de campo.

La casona principal de La Santina, descanso campestre diez kilómetros antes de llegar a San Pedro.

VERDE Y CASERO La casona de paredes blancas y techo de tejas, con su magnífica galería para disfrutar los atardeceres bonaerenses, era el antiguo casco de la estancia ahora convertido en hotel. Son ocho habitaciones, repartidas entre la planta baja y el primer piso, que pueden recibir a un máximo de 24 personas: una garantía de estadías tranquilas, muy buscadas por grupos familiares, que si son numerosos o tienen festejos especiales a veces reservan el establecimiento completo. Detrás de la casona una gran parrilla permite ofrecerles los servicios de un asador. Y más atrás, un amplio hangar se convirtió en un salón de fiestas equipado para todo tipo de recepciones o encuentros empresariales.

En la cocina, Vanina y Selva son las expertas encargadas de recibir a los huéspedes y preparar la mesa durante el desayuno, almuerzo, merienda y cena: la propuesta de La Santina es all inclusive (vinos aparte) y totalmente casera. Desde las tartas de verduras o las milanesas del mediodía hasta las mermeladas de la tarde, donde sobresale la de naranjas y calabaza por su perfecto equilibrio de textura y sabor: un aplauso para las cocineras. La huerta propia de la estancia le pone un sello de frescura a toda la propuesta, y son muchos los que gustan recorrerla para conocer las plantaciones de la temporada.

Antiguos carros en el casco, rodeado de una huerta y de sembrados agrícolas.

ATARDECERES En los jardines de la casona, el lugar favorito de los chicos que corren sin obstáculos, hay un par de antiguos carros y bancos para sentarse al sol o a la sombra de las glicinas. Pero cuando atardece es la hora más linda para ponerse en marcha y salir a recorrer las arboledas y los sembrados: si se gusta observar aves, hay rapaces en abundancia, horneros que en esta época se afanan en construir sus nidos, caburés inmóviles en sus postes y muchas otras especies que sobrevuelan confiadas nuestras cabezas. No son los únicos: aquí y allá se cruzan algunos cuises entre los caminos de tierra. Huyen raudos de Cocky, el cocker de La Santina, un guía experimentado que gusta de salir a pasear con los visitantes y les va mostrando el camino mientras se mete entre las plantaciones con la esperanza de darle caza a alguno de los roedores. Al menos esta tarde, no tendrá suerte: pero ¿quién le quita lo bailado? En los aproximadamente 4000 metros que lleva el recorrido, Cocky corrió, se metió en el agua de todos los charcos, anduvo a los saltos y se convirtió en el favorito de todos los caminantes.

Si se quiere recorrer la estancia de otro modo, también es posible sumarse a algunas de las actividades de agroturismo de La Santina, subirse a un tractor para conocer más de cerca las tareas de campo, pedir una bicicleta para andar por los alrededores o dejarse llevar por los juegos de mesa y de salón que se encuentran en el quincho. Las horas pasan más rápido de lo que podría creerse, y cuando el almuerzo parece apenas terminado ya está llegando la merienda, y cuando la merienda parece recién terminada ya está llegando la cena. Mientras tanto, se pone el sol sobre la estancia, a lo lejos se ven las luces titilantes de los autos que transitan por la autopista y en los alrededores comienza a imperar el silencio: es la hora en que los huéspedes se retiran a las habitaciones, la hora del descanso, cuando los sonidos de las actividades diarias empiezan a ser reemplazados por el sonoro silencio del campo. Mañana será otro día, en San Pedro y en La Santina.

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