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Domingo, 16 de mayo de 2004
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EE.UU. Surrealismo en la Florida

Dalí en St. Petersburg

El principal museo consagrado a Salvador Dalí fuera de España está en una pequeña ciudad norteamericana de Florida: St. Petersburg, que este año celebra el centenario del artista con una exposición especial abierta hasta septiembre.

Por Graciela Cutuli
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En su estadía en EE.UU., Dalí fue amado por el establishment artístico y por sus admiradores-clientes.

 

Bajo el sol de Florida, el célebre “sunshine state” norteamericano, donde se vive más al ritmo del béisbol y los parques de diversiones que del arte, una ciudad de nombre ruso conserva una de las principales colecciones de un pintor catalán. No deja de ser desconcertante, pero así es: en St. Petersburg, cerca de Tampa, el Salvador Dalí Museum reúne 94 óleos originales, más de 100 acuarelas y dibujos, y más de 1300 gráficos, esculturas, hologramas, fotografías y objetos de arte de Salvador Dalí, sin duda uno de los más excéntricos y populares pintores del siglo XX, que hizo del surrealismo su bandera y de su técnica refinada y clásica una marca de fábrica.
Hace pocos días, el 11 de mayo, se conmemoró el centenario del nacimiento de Dalí, ocasión de numerosos homenajes en todo el mundo. Uno de los principales es el que le consagra el museo de St. Petersburg, situado en el Bayboro Harbor (en el centro de la ciudad, frente al puerto), con una exposición que ofrece hasta el 26 de septiembre una extraordinaria retrospectiva del artista.

Muestra del centenario La muestra de St. Petersburg, Dali Centennial: An American Collection, saca a la luz por primera vez objetos y documentos del excepcional archivo del museo, que abarca varias décadas de trabajo de Dalí y por lo tanto puede dar una perspectiva completa de sus períodos artísticos, desde el “temprano” hasta el “surrealista” y el “clásico”. Esta riqueza se resalta en la organización cronológica de la exposición, que incluye algunas secciones organizadas temáticamente con el fin de ilustrar aún más claramente la insistencia de Dalí en ciertos temas y símbolos, sobre todo aquellos inspirados en el mundo onírico, las proyecciones del inconsciente y los dilemas del tiempo y el espacio.
Para esta ocasión, la Fundación Dalí española envió dos obras estereoscópicas (Salvador Dalí usó en varias de sus creaciones la estereoscopia, una técnica que consiste en pintar dos cuadros distintos pero casi idénticos, disponiéndolos de tal modo que a través de un prisma cada ojo vea una imagen distinta, generando el efecto de profundidad o tridimensional): Dalí levantando la piel del Mediterráneo para mostrarle a Gala el nacimiento de Venus, presentado en 1978 en el Museo Guggenheim de Nueva York, y El pie de Gala, de 1974.
También el Museo de Arte de Filadelfia, que el año próximo albergará la retrospectiva Dalí que se inaugura en septiembre en Venecia, hizo su aporte con el “Estudio para construcción blanda con judías hervidas (premonición de la Guerra Civil)”, una expresión del horror de la guerra que precedió en un año al célebre Guernica de Picasso. La exhibición se enriquece con varias obras y objetos que nunca se presentaron al público en las colecciones regulares, desde numerosos dibujos preparatorios de algunas de las pinturas más conocidas de Dalí hasta manuscritos originales, documentos personales (diplomas, certificados de estudio, su partida de nacimiento, sus colaboraciones con la revista Studium), catálogos surrealistas y documentación sobre la participación del artista en numerosas muestras y exposiciones a lo largo del siglo XX.

La colección Morse Incluso fuera de esta ocasión especial, el Museo Dalí de St. Petersburg es uno de los lugares para no dejar de visitar en un viaje a Florida, ya que cuenta con la principal colección de obras de Dalí fuera de España, en un edificio moderno expresamente pensado para la cuidada exhibición de obras de arte que encuentran en este lugar su entorno ideal.
La colección se debe a dos mecenas norteamericanos, A. Reynolds Morse y Eleanor Morse, que reunieron obras realizadas en un período de 45 años. Los Morse formaban parte de la clientela fiel de millonarios norteamericanos que compraron obras de Dalí durante la permanencia del pintor y Gala, su esposa, en Estados Unidos. No eran tiempos sencillos en lo personal: como cuenta Dominique Bona, biógrafa de Gala, la musa inspiradora que antes había sido el gran amor del poeta Paul Eluard, los surrealistas exiliados en Estados Unidos debido a la guerra en Europa marginaban a Dalí, por sus opiniones políticas y su estilo de vida, además de su estilo ostentatorio y su individualismo. Frente a artistas de la talla de Max Ernst, que pese a su prestigio aún tenía problemas para vender sus obras, Dalí es amado por el establishment artístico –el Museo de Arte Moderno organiza en 1941 una retrospectiva de sus obras– y por sus admiradores-clientes (aunque se le resistía una de las grandes mecenas de su tiempo: Peggy Guggenheim, que sólo poseía dos Dalí, no por gusto sino sólo porque quería que su colección fuese “histórica y sin ningún prejuicio”). Eran años en los que Dalí multiplicaba su producción, con un genio inagotable pero también con un sentido comercial que muchos de sus colegas le reprochaban con dureza.
La correspondencia del matrimonio Morse con Gala y Dalí es hoy una de las fuentes de estudio de la vida y obra de la pareja. Se dice que los millonarios norteamericanos, que solían viajar a Cadaqués, fueron testigos de la forma en que Dalí se sentía presionado por Gala, que era sin duda su mejor promotora y probablemente merecía más que él el peyorativo anagrama “Avida Dollars” (formado con todas las letras de Salvador Dalí) que le había inventado André Breton. Pero también era Gala –cuenta Eleanor Morse– la única que conseguía frenar el temblor de las manos de Dalí cuando, en los años ‘70, sufría tantos temores e insomnio que los médicos temieron que lo devastara el mal de Parkinson.
En el Museo Dalí de St. Petersburg, entre tantas obras valiosas y representativas del itinerario artístico del genial catalán, se encuentra una de las primeras pinturas que representan a Gala: se trata de un retrato muy pequeño (de 8,5 por 6,5 centímetros), en óleo sobre madera, una miniatura de sorprendente fidelidad que muestra a la musa de Dalí vestida con pantalón corto y camisa, en una actitud natural alejada de aquellos retratos al estilo de madonna renacentista que le dan habitualmente una imagen más inaccesible y endiosada. El espectador puede mirar el retrato desde cualquier ángulo, que será siempre seguido por la mirada de Gala, otro recurso clásico que Dalí utiliza con destreza. De algún modo, es la misma mirada que envolvió a Dalí desde el primer día que Gala lo conoció y decidió cerrar el capítulo Eluard en su vida, porque, como decía el propio Dalí, “mi amor por Gala es un mundo cerrado”, y “mi mujer es el cierre de mi propia estructura”. A cien años de su nacimiento, la retrospectiva de su obra lo sigue confirmando.

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