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Domingo, 26 de septiembre de 2004
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ESPAÑA / De San Sebastián a los Picos de Europa

Una corona española

Tres regiones del norte de España –el País Vasco, Cantabria y Asturias– forman una corona verde sobre el mar que baña la cornisa cantábrica. Tierra de tentaciones y fuertes tradiciones, el punto más alto del recorrido es el espectacular Parque Nacional de los Picos de Europa.

Por Graciela Cutuli
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Nieves de primavera en los Picos de Europa, uno de los más bellos paisajes de España.
El territorio de las tres regiones que forman el extremo este de la llamada “España Verde” –el País Vasco, Cantabria y Asturias (a las que se suma Galicia en el extremo oeste)– no es inmenso, pero lo parece. Pocos kilómetros de distancia bastan para cambiar de idioma, de paisaje, de gastronomía: de los relieves ondulados del País Vasco se pasa a los precipicios vertiginosos de los Picos de Europa, de los pintxos a las fabadas, de la elegancia de San Sebastián a los recónditos rincones de Santillana del Mar, en cuyas cercanías alguna vez los hombres primitivos se descubrieron artistas y pintaron, al abrigo de los aleros rocosos de Altamira, las figuras de hombres y bisontes en persecución eterna.
Estas tres regiones son también tierra de contrastes entre el pasado y el presente. Llevan en sí, como Asturias, el haber sido punta de lanza de la reconquista española sobre los territorios dominados por los moros, pero también pueden ser, como el paisaje vasco donde nació y creció Eduardo Chillida, escenario del arte más moderno y puro del siglo XX. En el recorrido, entonces, hay que llevar los ojos bien abiertos, los oídos preparados para cambiar de acento, el paladar listo para explorar sabores nuevos y sobre todo el corazón abierto a la historia, el arte y la naturaleza.

CINE, PLAYA Y BUENA MESA
San Sebastián es la orgullosa dueña de una de las más hermosas playas de Europa. Privilegiada por la naturaleza, hoy es sinónimo del famoso festival de cine que se realiza cada fin de verano y que acaba de terminar este fin de semana, pero ya en el siglo XIX era una de las mecas del turismo aristocrático europeo, en una suerte de réplica de Biarritz, en el País Vasco también, pero del lado francés. La moda la impuso la princesa Isabel II en 1845, cuando los baños de mar todavía eran una curiosidad con puros fines curativos. Aunque eran tiempos en los que las playas estaban separadas entre hombres y mujeres, San Sebastián tenía rasgos sociales muy distintos del resto de España: aquí las mujeres salían solas de noche, y las clases sociales y aristocráticas no estaban separadas en barrios... sino en pisos. En las plantas superiores, los más acomodados buscaban captar a través de las amplias solanas –balcones vidriados– hasta el último rayo del esquivo sol invernal, mientras los más pobres soportaban el tiempo inclemente en los pisos más bajos.
Donostia, el nombre vasco de San Sebastián, sigue siendo una ciudad singular y hermosa, con los edificios más imponentes ubicados en torno a la Bahía de la Concha, y un barrio viejo donde al anochecer empieza el vaivén sin pausa de los habitantes en busca de una copa, un pintxo -pequeños bocaditos de un notable refinamiento, famosos en toda la cocina vasca– o una charla amigable. Son emblemáticos el Hotel María Cristina, que aloja a los participantes del festival de cine; el Teatro Victoria Eugenia; la playa del Ayuntamiento, con la pérgola que diseñó Gustave Eiffel; y el Palacio de Miramar.
Para ver el costado más cotidiano, no hay que perderse el mercado de la Bretxa, situado en aquella parte de la ciudad por donde entraron en el siglo XIX las tropas de Napoleón, y donde hoy los donostiarras consiguen los más exquisitos frutos de mar, embutidos, quesos, carnes y otros productos frescos. Si es posible también hay que visitar alguna de las sociedades gastronómicas, que no son secretas aunque sí reservadas para los locales, o los entendidos. Estas sociedades son curiosos restaurantes donde sólo cocinan hombres: cada uno tiene su llave, usa los ingredientes que necesita para agasajar a sus invitados, y lo anota. Al tiempo, se harán las cuentas y cada uno pagará lo suyo. Poco común... pero funciona, y sin duda es tan propio de San Sebastián como la escultura de metal situada en uno de los extremos de la Bahía de la Concha, que simboliza la ciudad. Es el Peine de los Vientos, del gran escultor vasco Eduardo Chillida: aquí, en esta punta donde chocan el aire y el mar contra las rocas de la costa, las figuras de hierro encastradas en la piedra combinancon maestría sus formas macizas pero estilizadas con el sonido del viento, que se cuela por los huecos durante la marea alta. Quien lo oiga no olvidará nunca la voz de Donostia soplando en sus oídos.

RUTAS CANTABRICAS
Cantabria está pegada al País Vasco, pero parece otro mundo, más pequeño y rural. Lejos de reivindicaciones de una lengua y bandera propias, en Cantabria el carácter es más apacible –pero no por eso menos firme– y orientado al comercio, ya que siglos atrás la región creció como puerto de partida de la lana de Castilla. Hoy día, esta región autónoma, una de las más pequeñas de España, está también entre las más buscadas por quienes quieren disfrutar de algunos días de descanso rural en las típicas casonas de campo que nacen a la sombra de los bosques y los ríos, con sus inmutables paredes de piedra y los balcones orientados al sol. El toque regio se lo da en Santander el Palacio de la Magdalena, levantado por Alfonso XIII a principios del siglo XX, cuando eligió esta localidad como centro de sus vacaciones. Santander ya era famosa por los “baños de ola” de las playas de El Sardinero, que La Gaceta de Madrid empezó a promocionar en 1847. Probablemente Victoria Eugenia de Battenberg –la esposa de Alfonso XIII, y nieta de la reina Victoria– quería este lugar por su aire de familia con los castillos escoceses donde se había criado, sobre todo durante los meses invernales. El palacio, frente al mar y rodeado de hermosos jardines, sigue siendo utilizado por la familia real española, cuyos aposentos pueden visitarse cuando no están en el lugar. Durante el verano, además, La Magdalena reúne a estudiantes de todo el mundo que asisten a los cursos de la Universidad de Verano Menéndez y Pelayo.
El otro lugar que no se puede dejar de visitar en Cantabria es Santillana del Mar. Aunque no tenga mar: esta ciudad medieval no está a orillas del Cantábrico, pero lo compensa con la belleza de sus callejones empedrados y sus casas de piedra, para las cuales el tiempo no parece haber pasado desde los tiempos del Marqués de Santillana. En realidad, en Santillana del Mar (“la ciudad de las tres mentiras”, dicen los habitantes, porque no es santa, ni llana, ni tiene mar) los siglos sí han pasado, pero las fortunas amasadas por los “indianos” –es decir, los nativos emigrados a las Américas– permitieron restaurar las casas y calles nacidas en torno a la Colegiata y el monasterio, dándoles nueva vida bajo su apariencia de inmovilidad. El lugar es encantador y la gente muy acogedora, como en toda Cantabria, una región de enorme riqueza en bosques y fauna silvestre, tanto que se dice que en estas tierras estuvo el paraíso terrenal...
Cerca de Santillana están las Cuevas de Altamira, que –siguiendo el ejemplo de las cuevas francesas de Lascaux, y en pos de la conservación y restauración de las grutas originales– abrieron al público réplicas idénticas a poca distancia, realizadas mediante técnicas mixtas con materiales antiguos y modernos. La “Capilla Sixtina del arte cuaternario” tiene nada menos que 14 mil años de antigüedad, y su acceso está muy restringido, sólo para especialistas y con años de antelación.

ASTURIAS, LA PRINCIPESCA
Casi todo el territorio cántabro está a más de 700 metros de altura, así que bien merecido tiene la región el sobrenombre de “la montaña”. Pero para alturas verdaderas, y picos imponentes, hay que llegar hasta la cadena montañosa que Cantabria comparte con Asturias: los Picos de Europa. Es cierto que la altura no es tanta, sobre todo para quien los compare con los Andes (las cumbres más altas están en torno a los 2600 metros), pero sin duda son
impresionantes por lo abrupto y caprichoso de sus laderas y precipicios. Uno de los picos más famosos es el Naranjo de Bulnes, de paredes lisas y escarpadas, sólo aptas para auténticos expertos. Aunque parece a años luz de las playas, la cadena montañosa está a apenas 25 kilómetros del mar, y fueron justamente los pescadores asturianos quienes, al volver de las incursiones en alta mar, se alegraban de divisar por fin “los picos de Europa”, bautizando así a lacadena. Cadena a quien, a su vez, le debe el nombre la “España Verde”, ya que las paredes de piedra frenan el viento marítimo y provocan frecuentes lluvias, ideales para los bosques de la región.
Los Picos de Europa son uno de los destinos preferidos para las travesías y escaladas de verano, cuando montañistas de todo el continente se dan cita en estos relieves, que también pueden recorrerse a caballo o en camionetas todo terreno, por senderos casi inaccesibles y de gran belleza. El ascenso desde el teleférico de Fuente Dé ofrece una vista inolvidable sobre las cumbres nevadas, riquísimas en minerales (suele hablarse de los Picos de Europa como del “Himalaya de la espeleología”, ya que la piedra caliza que forma el relieve está horadada en muchos lugares, y es terreno ideal de exploración y explotación minera). Desfiladeros, fuentes, lagos, puente y antiguas capillas de piedra jalonan el recorrido por uno de los más bellos paisajes de España, que fue también el escenario de donde partió Don Pelayo, en el siglo VIII, rumbo a esa epopeya que duró siglos y fue la reconquista de la península del poderío musulmán. Las posadas y paradores de los pueblitos asturianos son, entre tanta historia y caminata, el lugar perfecto para hacer un alto y probar los platos típicos de la cocina local: la famosa fabada, por supuesto (en muchos negocios se venden envasados al vacío todos los ingredientes necesarios para cocinarla una vez de vuelta en casa), pero también la quesada (una torta de queso para la merienda o el postre) o el emblemático Cabrales, un queso azul que se logra gracias a especiales condiciones de humedad en las cuevas de esta zona montañosa. Digno de príncipes, como bien corresponde si se trata de Asturias...

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