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Domingo, 9 de octubre de 2005
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CORDOBA > El pueblo nuevo de Potrerillo

La belleza natural

Sobre 200 hectáreas impactantes, una urbanización en las afueras de la capital cordobesa entrega silencio, arboledas y confort.

Por Laura Isola
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Piedra y madera son los elementos que le dan personalidad al lugar.

Si la fundación de Córdoba, de la Nueva Andalucía, tal como fuera su nombre completo, el 6 de julio de 1573 respondió a una necesidad de encontrar una ruta que sirviera de paso y uniera la corriente del Alto Perú y el Río de la Plata, los siglos que siguieron fueron todo lo contrario: Córdoba perdió ese carácter transitorio, un poco dependiente de lo que pasaba en el Río de la Plata, para consolidarse en una identidad muy definida. Lejos de las consideraciones virreinales y más cerca de los emprendimientos urbanísticos modernos, en Córdoba se siguen fundando pueblos, menos para competir con sus archirrivales porteños que para garantizar que un modelo de vida en las afueras es posible.

A 65 kilómetros de la capital provincial y a unos 22 kilómetros de Villa General Belgrano, se encuentra Potrerillo, que es nada menos que un pueblo con apenas un puñado de años encima. La idea de este emplazamiento está ligada a varios factores que la componen de maravilla: la belleza del paisaje de montaña, el silencio indispensable, el confort justo y el diseño racional del progreso.

Sobre un loteo de 200 hectáreas, Fancy Agustinoy, el arquitecto e ideólogo del asunto, hizo un pacto con la madre natura: algo así como “sacaré de ti lo mejor sin apenas rozarte”. Por lo tanto, el diseño de las casas que se construyen está bajo su estricta supervisión: construcciones de madera, sobre plataformas elevadas que les hace juego a las montañas, con inmensos decks que promueven una visión contemplativa y relajada del entorno. Sorprende al revisar las medidas de las cabañas que sus 200 o hasta 300 metros de madera, piedra y chapa quedan tan disimulados entre la vegetación y el terreno escarpado. Con una ostensible calidad en la construcción, la comodidad y el diseño van de la mano: todo es lindo, nada sobra en estos proyectos. Eso evita, en otro sentido del mismo asunto, dejar librado a la suerte el desarrollo del pueblo. Quienes quieran vivir en Potrerillo tendrán que hacer el mismo pacto y no salirse de esta fuerte impronta que implica someterse a reglas que están ahí desde el principio de los tiempos.

Sin embargo, en este emprendimiento inmobiliario no se agotan los esfuerzos de Agustinoy y los suyos. Un centro neurálgico del pueblo es el restaurante “El Almacén” y proveeduría de ramos generales. Con la mano firme y conocedora de Elsa en temas de hotelería y turismo, en alianza con su marido en la cocina, este lugar ofrece comida criolla con una vuelta de tuerca: carnes asadas de buena calidad, ensaladas fresquísimas y variadas, pescados del lugar, como las truchas deliciosas sin demasiadas vueltas y pastas caseras son los ítem de una carta que apunta a que la elaboración se detenga en el punto justo que una buena materia prima necesita. A su vez, “El Almacén” es el lugar de encuentros de propios y ajenos, ya que se puede ir a comer sin necesidad de vivir en el complejo ni de estar hospedado allí. Claro, porque Potrerillo es un pueblo-hotel, según le gusta decir a su fundador. El lugar cuenta con un grupo de cabañas que reflejan la imagen y semejanza de la creación que están destinadas al turismo. Con comodidades para 30 personas distribuidas en cabañas de distintos tamaños, ropa de cama y servicio de mucama, televisión satelital y un desayuno que llega a cada casa, Potrerillo promueve la convivencia con quienes quieran probar un poquito de la buena vida y del descanso. Además, estos mismos servicios se los ofrecen a los propietarios de las casas que pueden cumplir con dos sueños a la vez: tener una casa de fin de semana muy cerca de la ciudad y que alguien se la cuide.

Cuando los días se alargan y el sol levanta la temperatura, el río es la vedette. Ese que le da el nombre al lugar serpentea por un costado y forma una represa digna de una postal de sierra, aunque con menos gente. También la pileta que se llena con agua de manantial, tal como es la provisión del lugar, es el lugar indicado para atemperar unas temperaturas que siguen siendo muy benévolas. Los caballos son el otro high-light de Potrerillo y una pista de salto invita a iniciados, mientras que el paseo al paso se sugiere para los novatos. Hay llamas, gallinas, patos, conejos, ponies y cabras en una granja que funciona como visita didáctica y donde los niños y los que ya no lo son tanto podrán amasar pan y aprender algo más que el nombre de los animales. Pero si su experiencia sobre la integración con la naturaleza se limitaba a que una paloma intentara picotear el pan de su hamburguesa, aquí se topará con deportes extremos, tanto como que un pony le corra la silla o que una cabra se le suba a upa. Lucho, el pony, y Quiquina, la cabra, están criados como animales domésticos y pululan cual perro y gato en condiciones normales.

Potrerillo, entonces, nació en el fin de siglo pasado y retiene de esa fundación varios de los enunciados que lo promueven. Es una aldea de montaña que se distingue por afirmación de algunas características sobresalientes y por contrariar una tendencia al encierro que brinda aparente seguridad. Así es que Potrerillo no puede entrar en la clasificación de country o barrio cerrado, aunque una tranquera demarque sus confines. Al ingresar se lo hace menos a una urbanización que a un paisaje y en términos un poco más filosóficos, a una experiencia de aislamiento con todo lo necesario para hacerlo. En este sentido, lo primero que recibe al visitante es un silencio penetrante que, para los que estamos sobreexpuestos a niveles de ruido altos, puede resultar hasta algo molesto. Sólo la naturaleza tiene permiso para hablar en su lengua saludable.z

Potrerillo está camino a San Clemente, en el kilómetro 8,5, en el Valle de Calamuchita. Informes y reservas: (03547) 48-8330 y en: www.potrerillo.com.

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