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Domingo, 4 de junio de 2006
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NEUQUEN > Desde San Martín de los Andes

Villa Quila Quina

Un tranquilo paseo por el paraje Villa Quila Quina –en pleno Parque Nacional Lanín–, rodeando el margen sur del lago Lácar, en tierras de la Comunidad Mapuche Curruhuinca.

Por Julián Varsavsky
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Una vista de ensueño desde el muelle Don Bruno.

San Martín de los Andes es un pueblito cordillerano a orillas del lago Lácar, elegido por aquellos viajeros que en general añoran simplemente descansar en una cabaña de madera, disfrutar de la cocina patagónica y realizar paseos cortos y tranquilos que ofrezcan panoramas idílicos de las montañas. Uno de estos paseos –que permite observar el lago desde el margen sur y luego atravesarlo en un catamarán– es el circuito que llega a Villa Quila Quina, un paraje al borde del lago, en el extremo opuesto a San Martín.

DESDE EL PUEBLO

Este paseo –que es uno de los circuitos del Parque Nacional Lanín– comienza por la Ruta Nacional 234 (o ruta de los siete lagos). Saliendo desde San Martín con rumbo sudoeste, a los 5 kilómetros de ruta aparece el acceso a Quila Quina, un camino de ripio en buen estado que recorre 12 kilómetros más hasta el borde del lago.

La visita se puede realizar de forma autoguiada o con una excursión armada. Una alternativa es tomar el catamarán a orillas de lago Lácar y atravesarlo hasta el otro extremo para desembarcar en el muelle. Allí comienza Villa Quila Quina y desde la orilla se puede caminar por la costa del lago para observar las laderas montañosas llenas de cipreses y unas agradables playitas que se extienden al pie de la montaña. El regreso a San Martín sería otra vez con el catamarán.

La segunda opción es realizar la salida con auto propio, siguiendo la misma ruta que realizan las agencias de turismo con una combi. La ventaja de ir con una excursión es que el guía va comentando la compleja historia de la zona, incluyendo la riqueza cultural de sus habitantes, quienes conforman una comunidad mapuche.

El bucólico paisaje del lago Lácar desde una playita en Villa Quila Quina.

“Bienvenidos al paraje Quila Quina. Comunidad Mapuche Curruhuinca.” Así reza el cartel que recibe a los visitantes junto al camino, señalando que las relaciones entre los pobladores autóctonos de la región y el huinca (hombre blanco) han mejorado por lo menos un poco en los últimos años. Esta comunidad tiene asignado desde 1989 un lote de 10.500 hectáreas de tierra en todo el paraje, las cuales son intransferibles y las comparten entre todos sin mayores problemas (ellos mismos eligen su cacique cada dos años). Viven en casas que aparecen espaciadamente entre los vallecitos, a no menos de 500 metros una de la otra.

No existe registro exacto que determine cuándo exactamente la comunidad mapuche llegó a esta zona –lo hicieron desde el otro lado de la cordillera, empujados por los españoles–, pero la historia cuenta que vivían junto al lago Lácar donde ahora está el pueblo de San Martín. Hasta que en 1898 fueron expulsados por Rudesindo Roca –hermano de Julio Argentino–, ante quien decidieron negociar en vez de combatir dada la inferioridad de fuerzas guerreras. Ahora viven de cortar leña –los guardaparques les señalan qué árboles pueden talar–, crían chivos, se emplean en el pueblo para realizar trabajos manuales, cultivan algunas verduras y ahora también comienzan a dedicarse un poco al turismo. Sus condiciones de vida –a decir verdad– han mejorado con la llegada de la democracia, ya que sus votos comenzaron a tener valor y en los últimos años lograron “arrancarle” al Estado casas de material, que les mejoraron la vida en un paraje que luego de una tormenta de nieve queda aislado del mundo. Y lo más curioso de todo esto –según comenta el guía– es que quienes diseñaron las casas nuevas para los aborígenes no se preocuparon por preguntarles qué tipo de estructura hogareña les gustaría tener. En sus casas ancestrales han vivido siempre en comunidad familiar, ocupando un único ambiente que tenía en el centro un caldero que servía de calefacción y para cocinar. Las nuevas casas traen divisiones internas y una estufa junto a la pared, así que los arquitectos modernos lo que hicieron fue desestructurar una tradición acaso milenaria que por supuesto los aborígenes no iban a cambiar de la noche a la mañana. Como resultado, algunos de ellos que habitan en lugares muy apartados siguieron viviendo en sus casas de madera y utilizaron las de material como galpón.

En la primera mitad del recorrido sobre el ripio se atraviesa un típico bosque andino patagónico donde predominan los achaparrados ñires. En el punto más alto del recorrido –a 10 kilómetros de la partida–, se llega a un mirador natural con una vista panorámica del lago, la villa y el arroyo Grande. Desde allí se ve una planicie que alberga una exclusivísima villa residencial con unas pocas mansiones de lujo desperdigadas en la inmensidad, adentro mismo del parque nacional. Se trata de un grupo de casas en comodato a orillas del lago que fueron construidas en la década del ‘40, cuando la Administración de Parques Nacionales decidió impulsar el turismo, otorgando facilidades a las familias más adineradas de Buenos Aires para que instalaran sus casas de veraneo en este increíble lugar. Y es el día de hoy que los portadores de apellidos de alta alcurnia no se han desprendido de sus propiedades, que pertenecen a las familias Delbene, Zubizarreta y Pérez Companc.

Desde el mirador, el camino comienza a descender por el bosque hasta la tranquera de acceso a la villa. Allí, quienes vengan con auto propio pueden buscar a los guías baqueanos de la comunidad mapuche para que los acompañen por los distintos circuitos que llegan a pie hasta un área de pinturas rupestres. Además se visitan la casa de la pobladora Doña Yolanda –quien recibe a los viajeros con mate, tortas fritas y dulces caseros– y la cascada del arroyo Grande.

El bosque andino patagónico en su máxima expresión.

Una vez en Villa Quila Quina (“tres puntas” en idioma mapudungun), la excursión se detiene en el muelle Don Bruno, donde hay una confitería y un hermoso panorama del lago. A la derecha del muelle se extiende una playa muy concurrida en verano por sus finas arenas, donde se realizan navegaciones a vela o botes a pedal y paseos en kayak. Y a la derecha del muelle se llega a la Gruta de la Virgen donde hay una vertiente de agua natural que brota entre las rocas. En cambio, un camino que surge hacia la izquierda por la costa del lago ofrece una hermosa vista del Cerro Abanico, con sus formaciones basálticas de origen volcánico llamadas andesita, de donde proviene el nombre de Cordillera de los Andes.

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