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Domingo, 1 de octubre de 2006
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CRONICAS DE VIAJE > Relatos de pioneros

Los primeros turistas

Cronistas de todas las épocas, los viajeros revelaron en sus relatos los misterios de paisajes, pueblos y culturas nuevas. Desde Marco Polo hasta Saint-Exupéry, desde los fenicios hasta quienes se adentraron en la inmensidad de América, todos ellos hicieron conocer el mundo a través de sus diarios de viaje, de sus aventuras, de sus expediciones. Fueron estos primeros turistas los que despertaron en sus lectores las ansias de viajar.

Por Marina Combis
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El joven Marco Polo y sus hermanos Nicoló y Matteo parten de Venecia rumbo a la corte del Khan.

En este siglo en que el turismo cultural parece haberse puesto de moda, solemos olvidar que el hombre fue, desde siempre, un ávido buscador de nuevos territorios. Reyes y comerciantes, militares y aventureros, artistas y poetas fueron pioneros en el arte de viajar, conocieron mundos que nadie había transitado, y abrieron las puertas para que otros viajeros siguieran sus pasos.

Dos mil quinientos años antes de Cristo, los egipcios enviaron una expedición al sur del continente africano: intentaban encontrar un país donde, según las leyendas, existían riquezas insospechadas y pueblos de raras costumbres. Pasaron mil años y la reina Hatseput mandó una gran flota desde el Valle del Nilo, para llegar a esa tierra mítica. Los barcos regresaron trayendo en sus bodegas plantas de mirra, colmillos de elefante, oro y marfil, extrañas historias de gente que viajaba sobre los rayos del sol. Los grandes navíos fenicios abrieron las rutas del comercio, comenzaron a recorrer las aguas del Mediterráneo y dieron la vuelta completa al Africa. Partiendo desde el mar Egeo, el explorador griego Pytheas navegó hacia el norte hasta alcanzar los límites del mundo habitable, donde el mar se transformaba en hielo, mientras Homero describía en prosa las epopeyas del Peloponeso. Los descubrimientos se volcaron en muros de piedra, en rollos de papiro, en tablas de arcilla y en hojas de papel.

Muchos viajes siguieron a estas primeras búsquedas de geografías y culturas hasta entonces desconocidas. Las expediciones de conquista de Alejandro el Grande transitaron los caminos del Asia central y el Valle del Indo, donde aprendieron del arte y las costumbres de pueblos milenarios. El Imperio Romano abrió las puertas de Europa y se adentró en Egipto para contar otras historias. Amantes del mar, los vikingos del siglo VIII cruzaron las aguas tempestuosas en sus ágiles barcos, los drakkar, y llegaron hasta el norte del continente americano donde fundaron Vinland, la “tierra del vino”. El mundo islámico se hizo dueño por un tiempo de la península ibérica, imprimiendo una mirada llena de frescura en la sociedad, la cultura, las artes y las letras.

El encuentro entre sociedades diferentes causaba tanta admiración como lo hace en el mundo actual, pero fueron los aventureros solitarios y los exploradores indómitos quienes develaron con más detalle los misterios de paisajes, pueblos y culturas nuevas. Ellos fueron, probablemente, los primeros turistas.

TRAVESIAS

Marco Polo era un adolescente veneciano cuando decidió convertirse en uno de estos buscadores incansables de nuevas tierras. En 1271 comenzó sus viajes imposibles: alcanzó el norte de Asia por la época en que Genghis Khan dominaba el mundo mongol, y al fin de una larga travesía llegó hasta Cathay, que era el reino chino de la seda y las especias. Al regresar de uno de sus viajes fue capturado en Génova, y permaneció preso durante tres largos años. Su compañero de celda era Rusticello da Pisa, un escritor de cuentos caballerescos que escuchó con deleite las aventuras del joven Marco. Rusticello convirtió estas historias en un libro que se hizo famoso cuando todavía no había nacido la imprenta: Los viajes de Marco Polo, del que se conocen más de ciento cincuenta versiones manuscritas del texto original. Fue un tratado histórico y etnográfico de los pueblos exóticos, una guía para viajeros y un verdadero best-seller turístico de la época.

Tanto quedaba por conocer que, dos siglos después, muchos navegantes se lanzaron por mares inexplorados. El Nuevo Mundo, con sus leyendas sobre increíbles tesoros y ciudades mitológicas, era un territorio aparentemente virgen que despertaba la sed de nuevas aventuras. Hombres de todas las nacionalidades pugnaban por embarcarse hacia América, por ser los primeros, por describirla para el mundo. Bernal Díaz del Castillo llegó junto a Hernán Cortés al México de los aztecas, en el siglo XVI; era un cronista de prosa exquisita y con ella pintaba paisajes, ciudades, rostros y espíritus. En el Río de la Plata fue Ulrico Schmidl, un simple soldado alemán de la expedición de Pedro de Mendoza, el primero en escribir sobre la soledad de la llanura pampeana, sobre sus indómitos habitantes, sobre el paraíso terrenal de la selva.

El Pacífico se hizo conocer gracias a los viajes legendarios de James Cook, el primero en cruzar el Círculo Polar antártico y en percibir a la distancia los hielos eternos. El capitán Cook escribía sin pausa, a bordo de su famoso velero Endeavour, y su diario de viaje escondía en cada página los bosquejos de una Polinesia encantada, de islas paradisíacas como Tonga, Tahití, Hawai, Nueva Caledonia y Rapa Nui, la Isla de Pascua. El Conde de La Pérouse siguió el ejemplo de Cook, recorriendo los mares del sur y las costas de Asia, y su Atlas de viaje todavía despierta las ansias por conocer los arrecifes de coral, los volcanes humeantes, los cantos armoniosos, las danzas ancestrales. Se acercaba el fin de la época de los grandes navegantes que dieron la vuelta al mundo, y era el comienzo de otras epopeyas.

VIAJEROS

Todavía faltaba penetrar en las inhóspitas extensiones del Africa, recorrer montañas y desiertos, atravesar estepas infinitas, internarse en la espesura de la selva. Lingüista, explorador, agente secreto, antropólogo, soldado y poeta, Richard Francis Burton era un inglés que a temprana edad hablaba fluidamente treinta lenguas diferentes. Disfrazado de árabe, fue el primer europeo en entrar en las ciudades prohibidas de Harar y La Meca, y tenía 36 años cuando, en 1855, intentó alcanzar las fuentes del Nilo, uno de los últimos lugares de la Tierra que todavía permanecían en el misterio. Pero fue su prosa exquisita y sensual la que le permitió llevar al papel los fantásticos relatos de Las mil y una noches, traducir el Kama Sutra, escribir El libro de la espada o La Casida, y describir cada paisaje nuevo con ojos de viajero: “Fue aquello un verdadero delirio para el alma y un vértigo para los ojos. Lo olvidé todo, absolutamente todo, peligros, fatigas, enfermedades e incertidumbres del regreso”.

También el escocés David Livingstone se adentró en la sabana africana para recorrer el desierto de Kalahari y el lago Tanganika. Pocos exploradores fueron capaces de escribir con tanto detalle sus experiencias de viaje, la flora, la fauna, la geografía y los pueblos que encontraba a su paso. Casi un millón de palabras necesitó para relatar sus treinta años de viajero por las inexploradas tierras del Africa.

Inspirado por la expedición de Nordenskjold al Artico, el sueco Sven Hedin penetró en las misteriosas tierras del Asia central, casi en los albores del siglo XX, para sacar al Tíbet de la leyenda y darle un lugar en la historia de Occidente. Cada diario de viaje abría las puertas para quienes vendrían después y proponía nuevas aventuras, menos peligrosas pero que atrapaban la imaginación y mostraban que un mundo de sensaciones nuevas esperaba a quienes se atrevieran a recorrerlo.

RUTAS DEL SUR

Recién nacido como país independiente, el territorio argentino era poco conocido a mediados del siglo XIX. Estaban pobladas de misterio las selvas del Paraná, las llanuras que se extendían desde el Plata hasta los Andes, la interminable extensión de la Patagonia.

Algunos intrépidos se internaron en el sur desconocido. Francisco P. Moreno tenía apenas 21 años cuando emprendió su primer viaje a la región del Río Negro. Estanislao Zeballos recorrió a caballo las tierras del sur y plasmó sus experiencias en numerosos libros como Viaje al país de los araucanos. A caballo fue también Ramón Lista, el primer explorador criollo de la costa oriental de Tierra del Fuego. No todos los viajeros eran argentinos: comerciantes y viajeros ingleses, franceses e italianos recorrían el país de norte a sur, publicaban memorias de viaje en sus países de origen y daban a conocer la región del Plata.

El siglo XX también fue pródigo para estos padres del turismo. El ferrocarril y el avión permitieron recorrer largas distancias que hasta entonces parecían inalcanzables, los caminos conectaban regiones lejanas: el mundo se ponía al alcance de la mano. Un viajero, escritor y poeta memorable de estos nuevos tiempos fue Antoine de Saint-Exupéry. Supo volar como un pájaro sobre las arenas del Sahara, unir Francia con el Brasil, recorrer las costas de la Patagonia y descansar de tanto viaje en Entre Ríos. Saint-Exupéry siempre miró el planeta desde más allá de las nubes, aunque jamás olvidó su condición humana: “La tierra nos enseña más sobre nosotros que todos los libros”.

Todos estos peregrinos sin fronteras relataron sus historias maravillosas, utilizando un vocabulario casi íntimo, para poner ante nuestros ojos mil paisajes y culturas lejanas. Su avidez por la aventura y sus relatos minuciosos los convirtieron en periodistas de su tiempo, capaces de despertar en sus lectores las ansias de viajar.

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