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Domingo, 17 de diciembre de 2006
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Navegacion > Río de la Plata

La luna sobre el río

Durante los anocheceres de luna llena, el velero Don Sala organiza salidas para ver la puesta del sol sobre el perfil de Buenos Aires, disfrutando de la luz lunar en medio de las aguas del Río de la Plata.

Por Graciela Cutuli
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Catalinas, uno de los paisajes de un velero que también hace salidas a Punta del Este y a la costa del Brasil.

Cambiar las luces de la ciudad por las de las estrellas y la luna. Cambiar el rumor de las calles por el del oleaje contra el barco. Cambiar el calor retenido sobre el asfalto y el cemento por la brisa que corre sobre las aguas del Río de la Plata. Cambiar, sobre todo, de estado de ánimo y de rutina. Durante un par de horas, el velero Don Sala navega hacia los cambios y ofrece una mirada distinta sobre la enorme ciudad que acostumbramos ver desde las veredas o las ventanas de algún piso. Jorge y Natalia Gianolini, sus dueños, armaron una propuesta para poner proa a una experiencia distinta. Ofrecen varias clases de salidas, desde travesías hasta las costas uruguayas hasta recorridos del Delta, sin olvidar prácticas para los exámenes en los cursos de timonel. La navegación bajo la luna llena es sin duda la más romántica y la más fascinante de todas: durante unas horas, cada pasajero del velero se siente un marinero místico en busca de las leyendas y de los mitos de este río que se asemeja a un mar. En el cielo, la luna pone todo el brillo. En la costa, las luces de la ciudad ponen el telón de fondo.

HACIA LA LUNA El Don Sala es un velero oceánico, donde pueden pernoctar hasta ocho pasajeros. Está diseñado para largas travesías y su capitán larga las amarras varias veces al año para navegar hasta Punta del Este y las costas de Brasil. Pero uno de los paseos más pedidos tiene fines fotográficos, durante un par de horas, siguiendo la costanera urbana hasta La Boca. Jorge Gianolini organiza también un programa de navegación antiestrés, que forma parte del “programa de control del estrés y calidad de vida”, coordinado por una psicóloga. Sin duda, encontrarse en medio del río (un día sin viento y con pocas olas, por supuesto) es una excelente manera de relajarse. Y si es de noche, la luna llena le pone un broche de... plata.

La cita es a las 18.30 horas en el Dique Cuatro, de donde sale el barco. A esta hora, el sol todavía ilumina los pisos más altos de las nuevas torres de Puerto Madero, y pone rojos en las fachadas vidriadas de los modernos edificios y en el cielo. Jorge Gianolini desamarra los cabos, enciende el motor y hace zarpar suavemente el barco. En medio del dique, maniobra entre otras embarcaciones mientras cuenta algunas anécdotas sobre algunos barcos que se van cruzando, y sobre los lujosos yates amarrados ocasionalmente en Puerto Madero. En un extremo de la dársena del dique está la Corbeta Uruguay, el único barco que perduró de la llamada “Escuadra de Sarmiento”, inaugurado en 1874. Fue declarado Monumento Histórico Nacional y se expone en la zona portuaria desde los años ’70.

La primera experiencia de vida a bordo que se tiene durante la navegación es el paso del canal para entrar a la Dársena Norte, de donde zarpan los ferries y los aliscafos a Uruguay. Para cruzar este canal, hay que esperar que el reloj dé la hora en punto: es el momento preciso en que el puente se cierra a la circulación de automóviles y se abre para dejar pasar las embarcaciones. A las 19.00 en punto, entonces, el Don Sala y las demás embarcaciones tienen paso, cuando se abre el puente giratorio de la calle Cecilia Grierson. Los turistas no faltan para asistir a este movimiento del puente y saludan al barco que pasa debajo de ellos. Los techos asimétricos del centro de eventos que imita una pequeña Opera de Sydney en miniatura ya quedan atrás. Empujado por su motor, tan planchado está el río, el Don Sala se adentra en la Dársena Norte y bordea la Reserva Ecológica, después de lo cual dobla el edificio del Yacht Club Argentino, con su elegante torre, casi toda rodeada por el río.

“SKYLINE” DE BUENOS AIRES A esta hora del día, ya el sol se escondió detrás del “skyline” de Buenos Aires, la silueta formada por las torres de Catalinas y de la city. El cielo está pintado de rojos y ocres. Como no se puede ver una puesta de sol sobre el agua, por lo menos se tiene el espectáculo de una puesta de sol sobre la ciudad, y no es menos encantador. El Don Sala navega hacia el noreste, hacia la costa de Uruguay, y bordea el largo muelle del Asociación Argentina de Pesca. La luna ya está alta en el cielo y el atardecer está virando hacia el violeta sobre la ciudad: hace rato ya que Jorge Gianolini apagó el motor y junto a Natalia levantó las velas. Cuando el río está manso, hay poco viento y la navegación se hace lenta. El capitán busca alejarse de la orilla para luego poner proa hacia el oeste y llegar hasta la costa del Aeroparque. Esta meta no siempre se cumple, si el viento no acudió a la cita.

En ese momento de la navegación, la ciudad ya es un espejismo sobre el agua y brilla con todas sus luces en el horizonte. La luna se refleja en el río, las estrellas brotan en el cielo oscuro. El silencio es total. Los pasajeros prefieren dejar por un tiempo los bocadillos y las copas que se les ofreció hace un rato para interiorizarse y gozar de esta intensa calma. Jorge cuenta algunos recuerdos de navegación y explica los rudimentos de la vela, mientras deja también el timón a algún pasajero que se anima a intentar la experiencia.

La navegación dura “dos horas de puente”, es decir que el Don Sala está nuevamente delante del puente giratorio de la calle Grierson a las 21.00. En el horizonte, hacia el noreste, se ve la luz de la antena de Radio Colonia en la costa uruguaya. Del otro lado, cuenta Jorge, “cuando salimos de Colonia, vemos las luces de las nuevas torres de Puerto Madero”.

Uno de los espectáculos más insólito de esta salida, además de ver el despegue y el aterrizaje de los aviones, que forman un baile de luces en el cielo a medida que se acerca la costa de la zona norte de la ciudad, es el puerto: de noche, sus múltiples reflectores forman un oasis de luz diurna en medio de la oscuridad. Doblando la escollera que protege el puerto se puede ver el intenso movimiento, con las grúas que descargan y cargan contenedores. Al lado de los monstruosos cargueros, la silueta ágil del Don Sala hace parecer al velero un barquito de Liliput perdido en el País de los Gigantes.

De regreso hacia Puerto Madero, se deja el puerto atrás y se pasa de nuevo delante del Yacht Club. Su silueta iluminada se refleja en la oscura masa de agua. Hace ya un rato que las velas se bajaron y que el Don Sala se acerca nuevamente con su motor. La luna ya está alta en el cielo y la ciudad empieza a mostrarse nuevamente con sus luces de colores que dibujan un perfil urbano sobre el firmamento oscuro.

Una vez que el puente cortó el tránsito, el barco regresa al Dique 4. Los edificios de Puerto Madero forman una escolta de luces y los transeúntes se detienen para ver las maniobras del barco a la hora de desembarcar. La luces de la ciudad rivalizan con la de la luna, cuyos reflejos quedaron allá lejos, en medio del río. Será cuestión de regresar, para volver a verlos. O de navegar de día, hacia La Boca, hacia el Delta, o incluso hacia Colonia, donde espera un nuevo paisaje dibujado por las aguas del “mar dulce” que nos separa de Uruguay.

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