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Sábado, 3 de agosto de 2002
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FRANCIA Andanzas por la región celta

Bretaña encantada

Bretaña es una tierra donde vive todavía el fantástico imaginario celta. En esta región hay restos misteriosos de culturas neolíticas, y en uno de sus bosques quedan recuerdos de las leyendas del Grial y de los actos heroicos de los Caballeros de la Mesa Redonda.

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Vista de una torre y las fosas del Castillo de Comper.
Por Graciela Cutuli

Bretaña es dos veces celta, por eso sin duda conservó más que otros lugares recuerdos y vestigios de esta fascinante cultura. Bretaña fue celta una primera vez, cuando los celtas se instalaron en la región –como en el resto de Europa Occidental– unos cinco siglos antes de nuestra era. Y fue celta una segunda vez, cuando recibió a cientos de miles de celtas de Gran Bretaña en el siglo V, que huían de sus tierras invadidas por los anglosajones. Junto con ellos llevaron sus mitos, sus creencias y costumbres, que se superpusieron a los de sus primos bretones (en realidad, solamente a partir de esta migración se empezó a llamar “Bretaña” a la región, como referencia a la tierra de origen de los nuevos inmigrantes. Antes se conocía como Armorica).
Una de sus tradiciones más famosas es el ciclo arturiano. Los hechos de este ciclo se conocían a ambos lados del Canal de la Mancha, pero se afianzaron en Bretaña hasta tal punto que toda una comarca les sirvió de escenario a las aventuras de sus caballeros y magos. Por eso, hoy día es posible afirmar que el ciclo arturiano forma parte de la cultura de las Cornualles, del País de Gales y hasta de Irlanda, pero en Bretaña es posible además visitar la tumba de Merlín, ver la Fuente de la Juventud, el castillo de Arturo y el valle del hada Viviana.

LOS MENHIRES DE OBELIX En realidad, Bretaña es una tierra propicia para los mitos. Sus paisajes parecen hechos a medida de los duendes y los gnomos, protagonistas de muchos mitos y leyendas locales. Son sierras bajas gastadas por millones de años de erosión, que se parecen más en realidad a una sucesión de colinas. Los únicos vestigios de estas montañas, que estuvieron entre las primeras tierras emergidas del globo, son sus costas rocosas y acantiladas, matizadas por numerosas islas, y algunos valles muy marcados, propios de montañas y no de colinas. Es una tierra acosada por las brumas y las lluvias –no es una leyenda más– buena parte del año. ¿Por qué, entonces, en sus espesos bosques, vestigios de la inmensa selva que cubría toda Europa en tiempos prehistóricos, no podría aparecer, saliendo poco a poco de detrás de las cortinas de bruma y lloviznas, la silueta de un caballero medieval?
Cada tanto, esta imagen se hace realidad, ya que desde el fin del siglo pasado modernos druidas hacen revivir las antiguas culturas y creencias celtas, en ceremonias donde se amalgama toda la cultura de aquel pueblo, desde el culto a las divinidades de los árboles y los ríos hasta los Caballeros de la Mesa Redonda. Ese renacimiento surgió a la par de un nuevo interés por la lengua bretona, que a duras penas consigue sobrevivir al lado del francés.
Muchas veces se asocia con esta renovación el interés por los dólmenes y menhires (dos palabras bretonas adoptadas por todos los idiomas), que fueron sin embargo levantados por pueblos pre-celtas, a pesar de lo que se puede leer en las aventuras de Astérix.
En Bretaña, estos megalitos se cuentan de a miles. En un solo lugar, en Carnac (sobre la costa sur de Bretaña), hay más de 3 mil menhires (piedras colocadas verticalmente), algunos de ellos de más de 300 toneladas de peso, con una altura que puede alcanzar hasta los siete metros. Estos menhires no revelaron sus secretos, aunque se cree que pueden haber servido para ritos religiosos. Los dólmenes son mesas gigantescas de piedra: los hay en varios puntos de Bretaña, pero el más famoso e imponente de todos se encuentra en Locmariaquer, cerca de Carnac. Los demás monumentos megalíticos son los “cairns” (túmulos de piedra y roca) y los pasillos cubiertos por grandes losas, sostenidas sobre piedras de pie. Durante siglos se pensó que estos megalitos habían sido levantados por los celtas, con fines religiosos. Hasta los romanos los vieron como parte de la cultura celta.

LA SELVA DE MERLIN En realidad, el verdadero corazón celta late un poco más al norte, a menos de cien kilómetros, en el espeso bosque de Paimpont (del nombre del pequeño pueblo, de unos mil habitantes, que se levanta en uno de sus confines). Es una selva de 7 mil hectáreas, con lagos, árboles varias veces centenarios, megalitos, caminos se adentran en la espesura... En fin, el bosque típico de los cuentos de hadas... o de lobos. La única diferencia es que allí los cuentos son de otra magnitud. La selva de Paimpont esconde bajo el nombre del pueblito su verdadera identidad, la selva de Brocéliande. Se piensa que el bosque actual es el residuo de la extensa selva que en tiempos medievales cubría buena parte de Bretaña. Es el corazón mismo de aquella foresta –su parte más impenetrable– lo que resistió hasta el siglo XX el avance de la actividad humana. ¿O será tal vez porque esta porción de selva está protegida para la eternidad por algún hechizo de Merlín, el más poderoso de todos los magos?
Todos los amantes de los ciclos celtas habrán reconocido su nombre: Brocéliande es, en realidad, el lugar donde transcurre lo esencial del ciclo arturiano. Algunos hechos históricos sirven de base a uno de los más populares temas literarios de todo Occidente. La historia de los Caballeros de la Mesa Redonda se remonta a la muerte de Cristo y al viaje de uno de sus discípulos, José de Arimatea, que llega hasta Bretaña con su tesoro, algunas gotas de la sangre divina en la copa que Cristo utilizó durante la Ultima Cena. Se trata del Grial, que desaparece misteriosamente en la selva junto con su portador. En el siglo VI, el rey Arturo junta a cincuenta de sus caballeros para encontrarlo. Esta leyenda es la base de innumerables aventuras que formarán el ciclo de la Mesa Redonda. Sobre las historias de Arturo y sus caballeros se agregaron otras, sobre todo las de Merlín y Viviana, Tristán e Isolda (que recuerda las épocas en las que los celtas de Bretaña y los de las Islas Británicas tenían trato seguido y cruzaban la Mancha con frecuencia), y hasta la leyenda de la Ciudad de Ys, que se sumergió en el Océano y cuyos vestigios se disputan varias localidades actuales del sudoeste de Bretaña.

BOSQUES Y MITOS Desde el siglo XIX, la selva de Paimpont o, para decirlo con más certeza, la selva de Brocéliande, fue un verdadero rompecabezas para todos los estudiosos de las leyendas celtas. Se trataba de poner un marco físico a cada aventura del ciclo. Así es que hoy se presenta a la Fuente de Barenton como uno de ellos. En las leyendas se habla de una fuente cuyas aguas hierven a pesar de ser frías, y a cuyo lado una gran piedra puede provocar lluvias. En Barenton, los químicos explicaron lo que no pudieron las leyendas: la fuente parece hervir porque deja escapar burbujas de nitrógeno. En cuanto a la piedra, se recuerda que en 1954 algunos miembros del muy serio Congreso Arturiano repitieron un ritual mágico sobre ella, y empezaron lluvias en la región después de una sequía de varios meses. Esta fuente se encuentra también en las aventuras de Yvain, el Caballero del León, y era donde se encontraban Merlín y Viviana. Se pudo comprobar que los druidas utilizaban sus aguas con fines curativos.
Otro de estos lugares vinculados con el ciclo es el Hôtié de Viviana, o en las leyendas, el Valle sin Retorno. Ahí, el hada Morgana ocultaba a sus prisioneros. Hoy el valle está custodiado por una escultura moderna, el “Arbol de Oro”, que recuerda un incendio dramático en los años ‘90. En el vecino pueblo de Tréhorenteuc, la iglesia tiene vitrales que evocan episodios del ciclo arturiano.
En otro punto de la selva están el castillo y el lago de Comper. Este lugar se puede definir como el corazón mismo de las leyendas, ya que se cree que este castillo pudo haber sido el de Arturo. Y en el lago estaría el palacio de cristal que construyó Merlín para Viviana, donde ella crió a Lancelot (del Lago, así se explica su nombre). Cerca de este sitio, al final de un pequeño camino que pasa delante de varios menhires, se encuentran los lugares más emocionantes de la selva. Se trata de la Tumba de Merlín y la Fuente de la Eterna Juventud. La tumba es tan humilde como grande la fama del personaje cuyos restos cuida (aunque las leyendas cuentan que Merlín sigue encerrado en el círculo mágico en el que lo puso Viviana, como desafío a sus poderes mágicos). Se trata de dos piedras entre las cuales brotó un abeto. La fuente, por su parte, está a escasos pasos de la tumba, y sus aguas oscuras tal vez guardan la memoria de algunos de los hechos de las aventuras de los Caballeros de la Mesa Redondaz

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