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Frente al lago Caviahue hay un pequeño y cálido restaurante atendido por un matrimonio de amantes de la cocina que hacen todo solos: las compras, la cocina, el servicio y el lavado de los platos. El restaurante se llama Rosaleda y ellos son Néstor Arbio y Marcela Battilana, a quienes se les nota que cocinan en primer lugar para ellos, por el mero placer de ese arte lúdico de combinar ingredientes y ver qué resulta. De paso trabajan de lo que les gusta. No son, por cierto, unos improvisados, porque Néstor es chef internacional egresado del Instituto de Gastronomía Mausi Sebess. Rosaleda es una cabaña con techo y columnas de troncos que funciona con la modalidad bistró, es decir, con un menú acotado de platos del día que van variando sin otro criterio que preparar lo que a los cocineros les place cada mañana. La capacidad es de apenas 18 cubiertos y hay que hacer reserva porque están casi siempre completos. En las largas sobremesas la pareja de cocineros suele sumarse a alguna mesa –les encanta charlar de cine italiano, por ejemplo– y la única presión es para que uno no se vaya temprano. Se sirve cocina mediterránea con platos más específicos de cocina francesa, española e italiana. Todo es de preparación propia artesanal, y entre los platos principales una especialidad de Néstor es el gulasch con spatzle. Pero hay bastante para elegir: lasagna de salmón, osobuco con salsa de cebolla y hongos de pino, calzone napolitano, cintas caseras con salsa de calamar y mejillón, o cazuela de cordero estilo francés acompañada de medallones de polenta (estos platos cuestan alrededor de $60). Se sirven tres tipos de panes calientes “hechos en casa”: brioche, casero y fugaza árabe. Para los postres dos alternativas son la torta de chocolate francesa –casi sin harina, puro chocolate, manteca y merengue– y una genial “tarte tatin”, un postre legendario estrenado hace un siglo en el cabaret parisiense Maxim’s, que consiste en una tarta invertida de manzanas caramelizadas.