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Universidad|Martes, 20 de septiembre de 2005

Los investigadores jóvenes que se necesitan en el granero del mundo

Un estudio advierte sobre la ausencia de científicos capacitados en el sector agropecuario y el envejecimiento del plantel.

Por Javier Lorca
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Argentina es uno de los mayores productores mundiales de soja.
“El sistema de investigación agropecuario no sólo es pequeño, sino que está envejecido.” Martín Oesterheld, profesor e investigador de la Facultad de Agronomía (UBA), llegó a esa conclusión después de analizar el estado actual de la generación de saber en un sector productivo clave para el país. Y lo más preocupante –advirtió en diálogo con Página/12– es que “el sistema no se arregla solamente con más plata... El problema es que no tenemos en el país la gente necesaria para formar a todos los investigadores que hacen falta”.
Titulado “Creciente demanda y escasa oferta de calidad de posgrados en ciencias agropecuarias”, el estudio de Oesterheld comienza planteando que la producción agropecuaria requiere, para ser competitiva, un sólido respaldo de conocimiento generado en las universidades y los organismos de investigación. “Ese componente de conocimiento debe ser continuamente alimentado por la investigación científica”, para mejorar la tecnología y formar nuevos investigadores y técnicos especializados.
“Las ciencias agropecuarias argentinas cuentan con recursos económicos llamativamente reducidos para la envergadura de los problemas que deben afrontar.” Según el estudio, se invierte apenas el 0,5 por ciento del producto bruto agropecuario (unos 80 millones de dólares) en financiar a las facultades de agronomía, el INTA, el Conicet y los subsidios de la Agencia de Promoción Científica. Eso sería –ejemplifica– unas seis veces menos, en términos absolutos, de lo que gasta la empresa Monsanto en el rubro investigación y desarrollo (527 millones). Peor resulta la comparación si se atiende la proporción respecto de lo facturado: en ese caso, la inversión es 22 veces inferior a la de la misma firma.
Otra cuestión crítica es la relación entre la producción agropecuaria y la generación de conocimiento. Ejemplo: Argentina es el tercer productor mundial de soja, genera el 16 por ciento de la producción, detrás de Estados Unidos (43) y Brasil (24). “Sin embargo, produce sólo el 2 por ciento de los artículos que se publican sobre soja en el mundo. Estados Unidos produce el 30 por ciento de los artículos y Brasil el 10. Es decir, de los principales países productores de soja, el nuestro es el que representa, por lejos, la mayor discrepancia entre producción de riqueza y de conocimiento”, señaló Oesterheld, director de la Escuela de Graduados de la Facultad de Agronomía.
Contando al personal que se desempeña en las diferentes instituciones académicas y científicas, en Argentina hay unos 2600 investigadores dedicados full time a temas agropecuarios. ¿A qué se refiere Oesterheld con el “envejecimiento” del plantel? El censo docente 2004 de la UBA indica que en Agronomía el 45 por ciento de los profesores tiene más de 45 años. “Ese promedio es joven comparado con el del INTA, donde el 50 por ciento de los investigadores tiene más de 55 años, y el del Conicet, donde el 70 por ciento tiene más de 40”, explicó. Para reemplazar a los investigadores que se van retirando por jubilación, el sistema agropecuario precisaría unos 75 nuevos investigadores por año. “Algunos cálculos gruesos predicen que en unos pocos años el sistema puede requerir más de 200 nuevos investigadores cada año sólo para mantenerse en números estacionarios.” La dificultad es que son muchos menos los académicos que se están formando. “La oferta de posgrados es escasa.” Hay cinco programas de doctorado y 17 maestrías categorizados por la Coneau. Entre los primeros, tres tienen la máxima categoría (A) y, entre las segundas, sólo seis. “En su conjunto, las tres universidades con programas de doctorado A produjeron en los últimos tres años cinco doctores, y 37 magisters por año.”
–¿La demanda del sistema es real o sólo teórica? –le preguntó este diario a Oesterheld.
–En realidad, no se percibe una alta demanda efectiva. Si uno termina un doctorado y quiere trabajar en el país, no va a encontrar las puertas abiertas. Pero hay una necesidad real. Falta producción de conocimiento y falta una apertura a los investigadores jóvenes para cubrir las pérdidas por jubilaciones. En el sistema universitario y científico, las vacantes del sector agropecuario se cubren o con gente muy preparada pero en áreas periféricas, como química o biología, que pueden hacer muy bien su trabajo pero no es lo mismo, o se cubren con gente que no está suficientemente capacitada.
–¿Cuál es la conclusión más preocupante de su estudio?
–El sistema no se arregla solamente con más plata. Si el Gobierno triplicara el presupuesto, tampoco tendríamos la gente para aprovechar esos fondos. El cuello de botella es formar investigadores y darles un lugar de trabajo. Y no hay otro modo que ponerlos a trabajar junto a otros investigadores, en maestrías o doctorados. El problema es que no tenemos en el país la gente necesaria para formar a todos los investigadores que hacen falta. Necesitamos un plan para definir cómo hacemos, de acá a diez años, para formar masa crítica en las áreas que precisa el país.

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