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Verano12|Miércoles, 6 de enero de 2016

Perímetro

Por Edgardo Scott
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El cuento por su autor

Este cuento lo escribí hace no menos de siete u ocho años. Hoy se me ocurre un ensayo, un ejercicio o preámbulo a toda una serie de relatos autobiográficos que escribí después. “Perímetro”, sin embargo, nada tiene de autobiográfico, aunque el tono del narrador sea muy similar al que usé para aquellos relatos posteriores. Una muestra más de que también lo autobiográfico es puro artificio. Como si a la hora de narrar sucesos personales, de todas formas fuera más importante el hallazgo de una determinada voz, ritmo y perspectiva, que vaya a saber qué garantía de autenticidad o realidad de los hechos.

Soy del 78. Casi ninguno de los que pertenecen a mi generación pudo haber nacido en un countrie. A cambio, hemos crecido a la par. A diferencia de otras tecnologías, de aparición más súbita y general, los countries y barrios cerrados (tecnologías de habitabilidad y urbanismo al fin y al cabo) se fueron desarrollando y multiplicando sin interrupción a lo largo de las últimas tres décadas, ajenos a los cambios de signo partidario o ideológico que hayan tenido las diferentes administraciones públicas en ese tiempo.

Por qué alguien elige vivir en un countrie, cómo alguien llega a vivir en un countrie, o cuáles son las particularidades de vivir en un countrie son interrogantes o fantasías que me han ocupado muy poco y que he desechado para la ficción. Además, el forzado aislamiento de una comunidad me parece un buen chiste de la Historia sobre sus posibilidades de evolución. Sin embargo, nunca termino de incorporar la antigua, elemental y perenne brutalidad de un cerco electrificado, o de cualquier otro tipo de fortificación. De chico ya me impresionaban los vecinos que al levantar una pared o medianera rompían botellas de vidrio para disponer los fragmentos sobre la última hilera de ladrillos. La idea de que el mero contacto o proximidad, ya no con alguien, sino con algo, con un bien, propiedad de otro, pueda ser mortal o tan peligroso, es una idea que aún hoy me impresiona y que probablemente participe de la imaginación de este relato.

Pero también el encierro es una vieja tecnología –una vieja fórmula o tema– de la literatura. Desde A puerta cerrada a Dogville, desde Plan de evasión a El beso de la mujer araña o El amparo, no poder/ querer/ saber salir de los encierros, cárceles y laberintos que acechan en todos lados, es una intriga y una angustia de la que Kafka, por ejemplo, se volvió ícono. Y sin embargo, me gusta pensar que en “Perímetro” también hay alguna sensualidad a la sombra de los muros. Una sensualidad por cierto algo ominosa, que tanto para este relato como para toda la serie posterior, sólo puedo encontrar y considerar en mi irrenunciable admiración por W. G. Sebald y Felisberto Hernández, a quienes trato de honrar como desea secretamente cualquier escritor: imitándolos, plagiándolos y saqueándolos una y otra vez.

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