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Videos|Sábado, 30 de agosto de 2003

Con las mejores intenciones del cine independiente off-Hollywood

“Chicas de verdad”, del joven director David Gordon Green, profundiza en la temática y la estética del cine alternativo a la gran industria.

Por Horacio Bernades
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Los protagonistas de “Chicas de verdad” son gente de pueblo chico, sin demasiadas aspiraciones, salvo encontrar el amor.
Buena parte de lo que se conoce como “cine independiente estadounidense” parecería configurarse como antípoda de Hollywood. Si el cine oficial de los Estados Unidos se construye sobre la base del espectáculo, el cine independiente hará hincapié en lo real, lo cotidiano, lo “auténtico”. En suma, lo que se parece (o parecería que se parece) a la vida de todos los días. El nombre del premio que All the Real Girls ganó en enero de este año –en el Festival de Sundance– lo dice todo: “Premio del Jurado a la Verdad Emocional”. Estrenada en su país en febrero y seleccionada para la muestra competitiva del Festival de Mar del Plata al mes siguiente, Chicas de verdad se conoce ahora en video, editada por LK-Tel.
Producida por Jean Doumanian (la productora que se hizo famosa al demandar a Woody Allen por una cifra sideral), Chicas... es el segundo opus del jovencísimo David Gordon Green, nativo de Arkansas, de sólo 28 años y que debutó en cine hace tres. Su opera prima, George Washington, también se había conocido, unos años atrás, en Mar del Plata. Hay más de una línea de continuidad entre una película y otra. Empezando por el hecho de que ambas transcurren en Carolina del Norte, estado próximo al lugar natal del realizador, en el sur de los EE.UU. También es común el carácter coral, aunque esta vez el grupo protagónico haya crecido en edad. Mientras los protagonistas de George Washington eran preadolescentes afroamericanos pobres, vecinos de una ciudad indeterminada, los de Chicas de verdad son jóvenes blancos (pobres también: el sector social que en términos despectivos suele denominarse white trash) que habitan un paraje rural, en una zona montañosa y lacustre. Se mantiene la recurrencia a actores amateurs, aunque, a diferencia del film anterior, esta vez el elenco está reforzado por profesionales.
Por lo demás, mientras a George Washington –dada la casi total ausencia de acontecimientos– se la podía caracterizar como film “ultraindependiente”, Chicas de verdad parecería dar un paso en dirección al cine “normal”, en tanto se trata básicamente (por más que esté contada del modo más desdramatizado del mundo) de una historia de amor. Hijo de padres separados, Paul (Paul Schneider, que cumplía un papel secundario en George Washington) anda en los veintipico, trabaja como mecánico de autos y todavía vive con su madre (Patricia Clarkson, vista recientemente en Lejos del paraíso). Suele andar con su barra de amigos y se dice que supo ser un donjuán, aunque no tenga la pinta: de aspecto agradable, no parecen sobrarle luces ni un gran sex appeal. A veces acompaña a su mamá a algún hospital –donde aquélla aliviana sufrimientos haciendo de payasa– y otras se toma una cervecita en compañía de sus amigos, cuando no hace algún papelón corriendo carreras con un autito que no da para eso.
Hermana menor de uno de sus amigos, Noel (Zooey Deschanel, una de las groupies de Casi famosos y entre las actrices más prometedoras de su generación) acaba de volver al pueblo tras seis años de estudios. Trabaja como operaria en la hilandería de las inmediaciones y, por más que sea bonita y atractiva, es virgen, lo cual tal vez sea consecuencia de haber estudiado en un colegio de niñas. Gente de pueblo chico, Paul y Noel no derrochan deseos, proyectos o aspiraciones, más allá de querer encontrar a alguien a quien amar. Gordon Green se acerca a ellos con el mismo tono tenue, moroso y asordinado que parece caracterizar la vida diaria en esos parajes. Renunciando a todo crecimiento dramático, evita ligazones y continuidades demasiado evidentes entre una escena y otra.
Ese estilo narrativo ya era perceptible en George Washington y parecería responder al deseo de que cada escena funcione como una forma apagada de iluminación, antes que como engranaje dentro de una cadena de sentido. Es tan persistente su acercamiento a ambos protagonistas, que de algún modo lo logra. La pregunta que queda flotando es si la delimitación deterritorios entre Hollywood y el cine independiente no expondrá a este último a quedar privado de intensidad, fantasía e imaginación (términos que dentro de este esquema parecerían asociarse con Hollywood) a cambio de ganar en modestia, contención, sencillez y capacidad de reflejar lo cotidiano.

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