Un hombre que escribe 8 puntos
Argentina, 2024
Dirección: Liliana Paolinelli
Duración: 61 minutos
Intérpretes: Abelardo Castillo, María Moreno, Mayra Leciñana.
Estreno: Disponible todos los viernes de mayo a las 19 en sala Cacodelphia, Av. Diagonal Norte 1150.
La diferencia entre el cine y la fotografía es notoria, al menos en teoría. Pero si alguien quiere confirmar el abismo que las distingue puede realizar un ejercicio muy simple. Primero ver Un hombre que escribe, el documental de la cineasta Liliana Paolinelli que tiene como protagonista al escritor Abelardo Castillo. Luego, ir hasta la biblioteca a buscar cualquiera de sus libros y mirar los retratos en la solapas interiores. Lo que se percibe del mismo personaje en cada uno de los formatos no puede ser más distinto.
En las fotos, Castillo era un hombre duro, que miraba a la cámara con un gesto intimidante que le daba un aire de compadrito, de boxeador retirado o de detective de film noir. Casi se pueden oír sus gruñidos. En cambio, en la película -donde se lo toma siempre en un primer plano parecido al que se usa en los retratos de solapa- resulta un conversador afable, de un humor pícaro y propensión a la sonrisa, incluso a la risa franca. Aquel gesto adusto e inmóvil no es acá más que una expresión muy diluida que asoma de forma ocasional y solo mientras escucha con atención las preguntas que llegan desde fuera de campo. El que solo hubiera conocido a Castillo por las solapas de sus libros habría dudado de siquiera acercarse a él para pedir su firma en un ejemplar, por temor a confirmar la aspereza que transmiten los retratos. En el otro extremo, quien vea esta película terminará con ganas de ir a abrazarlo. Por desgracia, Castillo dejó este mundo hace exactamente siete años.
Un hombre que escribe no es más que una entrevista, realizada un año y pico antes de su muerte, que no necesita de la extensión para alcanzar profundidad. En ella se abordan desde pensamientos en torno al oficio de escribir hasta cuestiones personales y en principio muy íntimas, que Castillo acepta tratar con naturalidad. A pesar de sus más de 80 años, las imágenes lo muestran vital, enérgico y lúcido. Paolinelli logra ese carácter cautivante que distingue a los registros audiovisuales de las charlas con grandes escritores, capaces de inducir a la fascinación, incluso en los casos en los que estas responden a formatos precarios, como el de las entrevistas de televisión. Para confirmarlo alcanza con recordar A fondo, la serie española de entrevistas a escritores latinoamericanos, registradas en las décadas de 1970 y 1980 por aquel periodista español de apellido palermitano, Joaquín Soler Serrano.
La película de Paolinelli comparte por completo esa naturaleza, a la que logra enriquecer con la calidez saludable de lo cinematográfico. Un espíritu acogedor que se nutre de esa cercanía con la que registra el rostro de Castillo durante toda la conversación. Un recurso benéfico que consigue generar una relación de intimidad con cada gesto del escritor y que acaba resultando fundamental para desarticular aquella deliberada pose de tipo recio que las solapas seguirán mostrando para siempre. En ese sentido, Un hombre que escribe tiene el valor agregado de evitar que sea solo esa versión impostada de Castillo la que sobreviva al escritor.
De forma adicional, el documental confirma algo que los amantes del cine ya saben: la importancia de contar con un gran protagonista. Porque de la inteligencia y el talento literario de Castillo existen numerosas pruebas a través de sus libros, sus artículos periodísticos o de las cientos de entrevistas que le hicieron en sus casi 60 años de carrera. Pero la picardía de su mirada, su velocidad para la respuesta precisa, ya sea erudita o ingeniosa, y el cordial encanto que le imprime a la charla, terminan de darle forma a una figura hipnótica. Y como se dijo, en el cine, incluso en el documental, difícilmente haya una buena película sin un personaje capaz de seducir. Castillo pertenece a esa estirpe.