El foso y el péndulo, es un cuento. Podríamos decir una pesadilla, escrita por Edgard Allan Poe. Fumador de amapolas, que era juglar.

En Toledo, durante la inquisición, un prisionero francés es confinado a un recinto de tortura. Un lugar con un foso lleno de alimañas hambrientas. En él además, pende la amenaza oscilante de un péndulo que va descendiendo acorralándolo y empujándolo a escoger una doble salida. Arrojarse al foso o ser despedazado por el péndulo.

Así la literatura nos sirve para comparar una situación angustiante.

Tal vez nuestro foso sea el Riachuelo, un lugar de borde elegido allá por el 1880 como límite claro y divisorio de la pampa bárbara, parar entronizar la recién creada Capital Federal.

El Riachuelo fue un lugar de descarte, un lugar donde se autorizó ensuciar con basuras, a todo aquel emprendimiento que la Buenos Aires que aspiraba ser Europa no resistía. Ese río, oficio de límite, no solo físico, sino también cultural. Fue un foso de palacio con antecedentes. Como aquella Zanja Nacional de Adolfo Alsina. Un surco en el oeste pampeano, que establecía una nueva línea de frontera para evitar malones y entorpecer el paso del ganado robado. Rodear los fortines y fuertes primero, los campos fértiles después. Formas de establecer antecedentes del cuidado que llegan hasta la infinidad de casas y plazas enrejadas actuales, por no arriesgar otra solución de convivencia, educación y justicia distributiva.

Muchos exitosos emprendedores de hoy, que se llevan sus empresas de mercado libre al Uruguay, comenzaron trabajando cueros familiares y pudriendo aguas del Riachuelo. Realizaron el ajuste de sus costos, contaminando y ahorrando egoístamente en saneamiento ambiental. Ese foso fue también, el que ante cada golpe de Estado elevó sus puentes para evitar la “invasión” del aluvión zoológico o los peligros que asediaban a la ciudad. Como verán el deterioro de una zona y su estigmatización es un proceso que, como su recuperación, se debe a un abordaje integral, diferente en su intención, claro está.

La creación de ACUMAR empezó a evidenciar mejoras en la Cuenca Matanza Riachuelo, sobre todo en estos cuatro últimos años, mediando dos de pandemia. Hoy sus riberas son espacios públicos verdes, se avanzó en planes de control industrial, salud, vivienda, cultura y patrimonio, agroecología, educación, calidad ambiental, participación social. Cada vez más la comunidad se apropió de esos espacios, para recreación, contemplación, deporte diario, incluso para remar en sus aguas. Es común ver esa actividad en un lugar que era imposible por sus olores y basuras. Hoy se hacen casas donde hubo villa, que buscan ventanales con vista al Riachuelo. Falta aún, pero hay un rumbo marcado de recuperación y avances. Estos procesos de recuperación largos, se deben sotener en el tiempo. A muchos les gusta tomar de ejemplo al Tamesis y su recuperación. Pero desde el año 1952 hasta hoy, su politica ambiental es ininterrumpida: es un río que tiene peces, que no se pueden consumir, no se puede nadar pero sí se puede convivir con él, remarlo, navegarlo y contemplarlo. Estos “ríos industriales” son como alcohólicos anónimos, que siempre están en recuperación.

Y en nuestro foso, la contaminación no la vino a resolver “la mano invisible de la libertad de mercado”. Solo llegó el Estado a través de la denuncia vecinal y la justicia. No se puede decir con respecto a los ríos desde una posición anarco capitalista, como dijo el actual presidente, “si el agua empieza a escasear deja de valer cero, entonces empieza un negocio y van a ver como se termina la contaminación”. Hay 200 años de contaminación empresarial que lo contradicen y sobran los ejemplos.

Entonces bajo ese discurso fundamentalista de mercado, vemos como cuatro millones de personas están sometidas como aquel prisionero del cuento de Poe. Viendo volver al foso y al péndulo con nueva orientación política destruyendo lo construido. Hoy la noticia no es que han vuelto las aves y la gente se asombra ante la presencia de cardúmenes de peces. Las noticias son los despidos masivos de los y las jerarquizadas trabajadoras de ACUMAR, la falta de pagos a proveedores y el parate absoluto de todas sus obras. El péndulo amenaza nuevamente, propiciando la vuelta al foso.

Dejar de cuidar la Cuenca Matanza Riachuelo es una invitación en el corto plazo a volver a daños irreversibles. Despedir personal experimentado es acelerar el proceso de degradación de la cuenca y el estado.

Así el péndulo político deja a la población ante las mismas opciones torturantes de aquel prisionero, que fuera salvado a último momento. Esperemos que la CMR también.

Se precisa una profunda reflexión sobre las “políticas públicas pendulares”, es imposible crear credibilidad en nuestro pueblo para construir un país previsible ente otras cosas ambientalmente.

*presidente de Nuevo Encuentro CABA, ex director general de Gestión Política y Social de ACUMAR.