Una historia de vida

La de Carlos es una historia de lucha. Vino de Venezuela en 2017, trabajó en restaurantes, también como repartidor de delivery. En pandemia se puso a hacer hamburguesas en su casa, para vender a sus amigos. “Un compatriota tenía un taller para motos; le gustaba mi hamburguesa y me ofreció armar una cocina en el primer piso del local. En ese momento yo trabajaba en un depósito de fiambres en Mataderos. Arrancaba 6.30, salía a las 16.30; y de 18 a 24 hacía hamburguesas en el taller”, recuerda.

A Carlos le fue bien que pronto los vecinos comenzaron a quejarse por la gente que se reunía en la calle. Habló entonces con Belén, su pareja, y juntos abrieron un nuevo local, sobre la calle Piedras, al que llamaron Carlo’s Burger. “La plata nos alcanzó justo para entrar. Construí las mesas con pallets del depósito de fiambres, con Belén pintamos las paredes”. Los primeros meses fueron duros; más de una vez pensó en cerrar. “Un día vino Leno, el de @burgerfcts. Le encantaron mis hamburguesas, hizo un hilo en Twitter y el local explotó de gente. No lo podíamos creer”.

Detrás de este éxito, se esconde una combinación imbatible: excelentes hamburguesas a precio amigable. Carlos investigó, probó, comió, anotó; en un cuaderno guarda treinta combinaciones distintas, que va dando a conocer en el local. Algunas hamburguesas son de tipo smash (aplastando la bola de carne directo en la plancha); otras son medallones de 120 gramos. Para todas usa una mezcla de tapa de asado y roast beef; los panes son de papa (de The Burger Pan).

El menú va de clásicos (precios con papas fritas incluidas) como la Cheesebacon (smash, doble cheddar, doble panceta, cebolla y pepinillo, $6250 la simple, $7150 la doble) o la Oklahoma (smash mezclada con cebolla y doble cheddar, $6100/$6650); suma invenciones como la Godzilla, con hasta tres medallones, queso dambo, cebollas encurtidas y salsa picante (desde $5750), una vegana con medallón de falafel, una Baby Cheese, la Provonesa o la Mac Carlo's, entre otras.

Perseverancia y amor por las hamburguesas.

Carlo’s Burger queda en Piedras 111. Horario de atención: lunes a sábados de 12 a 19. Instagram: @carlosburger.ar.

Meditación pizzera

Se llama Pizza Zën, nombre que esconde un doble juego. Primero, refiere a la paciencia, a esa meditación budista que implica la larga espera: son pizzas que fermentan lentamente durante 48 horas, para recién entonces estirarse y cocinarse en hornos de barro a alta temperatura. Segundo, es un guiño al apellido de sus creadores, el famoso cocinero Roberto Petersen y su hijo Mateo. Pizza Zën nació hace ya siete años, con Roberto poniendo a prueba su fanatismo por los procesos, la técnica y la tecnología, para vencer el prejuicio (tantas veces acertado) de que todo producto de góndola tiene que ser mediocre. 

Son pizzas precocidas y congeladas, que se venden en supermercados y en la tienda online de la marca, para guardar en el freezer y regenerarlas en el horno hogareño. Lo increíble es que no sólo funciona bien, sino que son realmente ricas, compitiendo (y ganándole) a muchas pizzerías barriales. Harinas orgánicas sin conservantes ni aditivos, ingredientes de calidad, sabores clásicos y otros más audaces, en un formato de pizza contemporánea, de borde inflado, con piso crujiente y generosa cantidad de queso por encima.

Cada pizza pesa unos 500 gramos, y viene en cajas por dos unidades del mismo sabor. Está la clásica de mozzarella (con algo de reggianito, orégano de Jujuy y oliva virgen extra) a $12500 (el precio es siempre por las dos unidades); la Margarita Love con mozzarella, queso Lincoln, tomates secos y albahaca ($14000) o la ATP con salsa de tomates, mozzarella, provolone, tomates cherrys asados, aceitunas sanjuaninas y orégano orgánico ($14000). Una de las más sabrosas es la Porto Smoke, con hongos portobello y un queso bien ahumado ($14000); se suman dos opciones veganas (una Margarita y otra de hongos), ambas con mozzarella vegana, también a $14000. Hay además empanadas con la misma filosofía de calidad: de hongos y queso ahumado ($19500 las 12 unidades), de carne cortada a cuchillo ($19500), de queso y cebolla ($17000), de jamón y queso o de humita ($17000).

Un gran comodín para tener en el freezer: pizzas de góndola con calidad de restaurante.

Pizza Zën se vende en casas de delicatessen, en supermercados y en la tienda on line pizzazen.com.ar.

El pollito francés

Mon Poulet, “mi pollo”. Así se llama el flamante restaurante abierto por el cocinero Christophe Krywonis: un local especializado en cocinar pollo a la brasa con una mirada donde se conjugan las tradiciones francesas y argentinas. “El pollo es una carne muy querida en Francia; y la cocción a las brasas es típica de Argentina”, confirma el propio Christophe. Primero, algo de la historia de este cocinero: nacido en Francia, hace 30 años que vive en la Argentina, donde no sólo fue pionero en los 90 en abrir un restaurante en –en ese entonces– poco deambulado barrio de Palermo, sino que se convirtió en una celebridad mediática por su paso por la TV (especialmente ElGourmet y, más aún, como jurado de Masterchef). 

Mon Poulet marca el retorno de Christophe a la cocina diaria. El lugar es un fast food de precios accesibles con mucha más ambición que el promedio: el salón es cómodo, bonito, muy limpio, decorado con los colores franceses; hay una parrilla/spiedo hecha a medida, un cotizado horno rational, una cocina profesional, una plancha hermosa: muchos detalles que pasan desapercibidos pero que demuestran el compromiso de este lugar por la calidad. Para abrir Mon Poulet, Christophe sumó un socio y apostó todos sus ahorros. “Me jugué la vida”, confiesa.

La estrella de la casa es el pollo a la brasa: son pollitos muy pequeños, de 900 gramos cada uno, que se venden enteros o por mitades (entero, para compartir entre dos, con 300 gramos de papas fritas, sale $13900). Tras pasar una noche en salmuera, se los cocina sobre brasas de quebracho y carbón, untados con una manteca de la casa: salen en extremo jugosos, suaves, de sabor rico y delicado. Se pueden comer con la mano, aprovechando unos guantes descartables que vienen con la porción. Hay más para pedir: pastel de carne con parmentier, platos del día, ricos sándwiches (el de lengua tratada como pastrón sale $5900), unas muy buenas chauchas teriyaki, una -no tan lograda- tarte tatin.

Cocina rápida bien entendida, con la cuota justa de modernidad y una búsqueda que va más allá del lugar común.

Mon Poulet queda en Av. Federico Lacroze 1724. Horario de atención: todos los días de 10 a 22. WhatsApp: (11) 2751-9999. Instagram: @monpoulet.wtf.