“Voy a trabajar hasta dónde el cuerpo me lo permita”, dice Mirna y suspira mientras apoya el plumero y el trapo en la mesa en una mañana nublada. La semana recién comienza y se sienta para conversar con Las12 en la casa donde trabaja en limpieza hace dos décadas, en Florida, Vicente López. La humedad se siente en el pelo color cobre, que lleva recogido con un broche y le hace juego con la remera a rayas marrón y gris. “Por suerte” no llovió cuando salió de su casa a las cinco de la mañana para tomarse el colectivo 203 en el barrio Los Paraísos de Moreno, conurbano oeste.

Mirna tiene 63 años y trabaja desde los 11 en casas particulares. Cuando era una niña, en Córdoba, vivía bajo el mismo techo que sus “patrones”. En la adolescencia, se trasladó a Buenos Aires junto a su madre, su padre y sus seis hermanos. Comenzó a percibir aportes recién en 2009, cuando su empleadora, Alicia, la inscribió formalmente como trabajadora doméstica. Aún así, le faltaban 15 años de aportes para poder jubilarse. Hasta que un día una vecina se acercó, le tocó la puerta y le comentó que gracias a la política de la moratoria previsional ella podría hacerlo.

Mirna le pidió asesoramiento a Alicia, reunió los papeles necesarios y a fines de 2022 lo logró. Dejó durante un año su trabajo en casas particulares y se dedicó a las tareas de cuidado en su propio hogar, donde está a cargo de su marido, ex electricista que no percibe ningún ingreso, su hijo de 44 años y su madre.

“Nunca tengo tiempo para mí. Pensé que si me jubilaba, iba a poder descansar”, se lamenta Mirna. Si bien no sabe qué haría en su tiempo libre, confiesa que le gustaría vacacionar, porque no nada en el mar desde su adolescencia. Sin embargo, el haber mínimo, de 190.141,60 pesos, no le alcanza para pagar los servicios, la comida y el sostén diario de su familia. Cuando el año pasado vio que iba a haber un cambio de gobierno, decidió esperar y ver si la economía “mejoraba”. Ocurrió lo contrario: cada vez le costaba más llegar a fin de mes, por lo que este verano tuvo que llamar a Alicia y volver a trabajar en su casa. Lo hace dos días a la semana, pero está en búsqueda de más horas en otras casas. Desea encontrar alguna cercana a la suya, para no viajar tanto.

“Yo me jubilé durante el gobierno de Macri, pero tengo el orgullo de decir que mi mamá fue una jubilada de Cristina”, cuenta Niní.


Si se aprobara la Ley Bases... más desigualdad

En abril de este año las jubilaciones quedaron un 32,5 por ciento por debajo en términos reales respecto al primer trimestre de 2023, según el Centro de Economía Política Argentina (CEPA). Aunque este ingreso no sea suficiente, Mirna reconoce que tendría que trabajar el triple si no contara con ese dinero. Como ella, muchas otras adultas mayores. Un 85,4 por ciento de las mujeres jubiladas accedieron a este derecho a partir de los 60 años a través de la moratoria previsional.

Hasta hoy, la ANSES realiza un cálculo de los aportes adeudados y establece un plan de pagos para cancelar esa deuda que, en la mayoría de los casos, responde a aportes no realizados por empleadores, tareas de cuidado no remuneradas o al hecho de que en la Argentina el 47 por ciento del mercado laboral es informal, de acuerdo a la Encuesta Permanente de Hogares (EPH). Según establece la normativa, las cuotas que se descuentan en cada pago de haberes son equivalentes al 29 por ciento de la remuneración mínima no imponible.

En la Argentina, las moratorias previsionales se llevaron adelante por iniciativa de los ex presidentes Néstor y Cristina Kirchner en 2004 y 2014 y luego en 2016, con Mauricio Macri, y en 2023 bajo la presidencia de Alberto Fernández. Actualmente, solo un 6 por ciento de las mujeres que tienen entre 60 y 64 años cuentan con los 30 años de aportes necesarios para no recurrir a este mecanismo, según datos relevados por la economista Lucía Cirmi que se desprenden de las estadísticas del Boletín de la Seguridad Social. Hay 250 mil mujeres a punto de jubilarse que, si se aprobara la Ley Bases en el Senado, deberán esperar a cumplir 65 para cobrar un haber equivalente a la Pensión Universal para el Adulto Mayor (PUAM), que representa un 80 por ciento de la mínima: cerca de 150 mil pesos. Asimismo, la ley que obtuvo media sanción en la Cámara Baja elimina el derecho a la pensión por viudez para quienes no cuenten con los aportes.

En una nota publicada la semana pasada en Las12, Cirmi planteó que las principales perjudicadas de la reforma jubilatoria que impulsa el presidente Javier Milei serían las trabajadoras de casas particulares, las trabajadoras informales y las amas de casa, que hoy son dos millones y medio de mujeres en edad activa. “La moratoria previsional es una política con perspectiva de género porque el sistema previsional se pensó para la carrera laboral de un varón. Para tener 30 años de aportes se necesita trabajo registrado y casi no interrumpir la carrera profesional. Eso no le suele pasar a las mujeres a nivel global, regional o local”, amplió. Por este mismo motivo, el colectivo Ni Una Menos realizó una acción callejera el miércoles al mediodía en el Congreso de la Nación bajo la consigna “Ni una jubilada menos”.

El trabajo que mueve el mundo

Ana tiene 83 años. A los 18, abandonó su país, Italia, y se asentó en el barrio porteño de Mataderos, donde se abocaría el resto de su vida a las tareas del hogar. Cuando cumplió 22, tuvo a su primera hija y, al año y medio, el segundo, por lo que necesitó contar con la asistencia de su mamá en la crianza, ya que su marido trabajaba todo el día en un almacén, donde ella asistía en la carga de materiales y venta de productos. Poco más de una década después, su pareja murió y tuvo que tramitar una pensión que le permitió cubrir los gastos básicos de su familia. También fue modista en fábricas y talleres textiles en condiciones irregulares, por lo que recibía muy poco dinero.

“Yo no pude disfrutar de la crianza de mis hijos, cambiarle los pañales, dar la teta, tenerlos a upa, salir a pasear. Era muy chica, tuvo que ayudarme mi mamá, al tiempo quedé viuda y entré en una depresión. Pero sí lo hice con mis nietas, Sofía y Victoria, que hoy tienen 30 años. Salíamos a caminar, a dar vueltas con el cochecito, a jugar a la plaza, inventábamos canciones. Hasta les enseñé a hablar inglés e italiano. Con ellas sí me pasé la gran vida”, cuenta Ana. Sus días transcurrían divididos entre esas mañanas “soñadas” y las tardes en las que le tocaba cuidar a su mamá: le cobraba la jubilación, le compraba la comida y la atendía cuando estaba enferma.

El 75 por ciento de las tareas de cuidados recaen en las mujeres, de acuerdo a un informe de la ex Dirección Nacional de Economía, Igualdad y Género de la Argentina. Las identidades feminizadas dedican 6:31 horas al día al trabajo no remunerado, mientras que los varones solo 3:40 horas. Se trata del famoso “trabajo invisibilizado” que analizaron distintas autoras feministas, entre ellas, la filósofa marxista Silvia Federici: “Porque tan pronto como levantamos la mirada de los calcetines que remendamos y de las comidas que preparamos, observamos que, aunque no se traduce en un salario para nosotras, producimos ni más ni menos que el producto más precioso que puede aparecer en el mercado capitalista: la fuerza de trabajo”.

Ana no contaba con ningún aporte y pudo jubilarse recién a los 67 gracias a la moratoria previsional

Ana no contaba con ningún aporte y pudo jubilarse recién a los 67 gracias a la moratoria previsional. Al igual que Mirna, la ayudó una vecina. En este caso, la mujer trabajaba en una oficina de la ANSES en Liniers. “Háganle los papeles a Ana lo antes posible. Quiero que salga de acá con la jubilación”, le exigió a sus compañeros de trabajo. Y así fue.

Hoy, casi 20 años después, todavía disfruta de tomar mate dulce con sus nietas y de jugar a “la Escoba del 15”, en la que dicen que es imposible ganarle. La tan postergada “etapa de los deseos” llegó: va a yoga una vez por semana y a un “taller de memoria” con juegos de ingenio en el club de adultos mayores de su barrio. La jubilación mínima no le permite cubrir sus gastos, en especial los medicamentos que necesita por la artrosis de su mano derecha, por lo que recibe la ayuda económica de sus dos hijos: una, psicomotricista y el otro, comerciante.

“Los años más felices”

“Yo me jubilé durante el gobierno de Macri, pero tengo el orgullo de decir que mi mamá fue una jubilada de Cristina”, comenta Niní desde su casa en el Barrio Caren de José León Suárez, cerca de la cuenca del Río Reconquista, provincia de Buenos Aires. Allí vive desde que dejó atrás su ciudad en Santiago del Estero, cuando era una bebé, junto a sus seis hermanos y su madre viuda. “Nos vinimos con una mano adelante y otra atrás”, remarca.

Niní también se enteró de la moratoria previsional por el “boca en boca”, pero no fueron sus vecinas quienes le hablaron de esa política, sino los empleados que atendían los comercios donde vendía matafuegos. Ella se define como una “buscavida”. “Terminé el secundario en 2005, en una escuela nocturna, cuando me separé. Antes y después trabajé en muchas cosas: en el buffet de una escuela, en una hilandería, donde tuve algunos aportes, y después siempre en la venta de productos, porque vender es lo que mejor sé hacer”, relata. 

Cuando logró la jubilación, se emocionó, pero no como cuando se enteró que le había salido a su madre: “Mis cuñadas intentaron jubilarla en cada gobierno. Mi mamá venía peleando por esto hace mucho. Ella lo tramitó, pero ya no creía. Un día llegó la carta a casa y lloramos las dos. Por fin se iba a reconocer que había trabajado toda la vida, criando a cinco mujeres y a un varón”, dice. 

Niní vive con su hija Casandra, de 39 años, primera universitaria de la familia, y su perro. En su tiempo libre, le gusta salir a caminar y leer. Ahora disfruta de un libro de relatos de niños, niñas y adolescentes de La Carcova, una villa a 30 cuadras de su casa. Todavía se dedica a la venta de matafuegos, porque la jubilación tampoco le rinde. Lo que más extraña de su día a día de 15 años atrás son las vacaciones e ir a recitales. “La plata alcanzaba y rendía. Iba a ver a Serrat, mi novio, un montón de veces al teatro, en unas lindas ubicaciones. También a Fito Páez. Nos hemos ido de viaje en familia a Mendoza, o a Jujuy en avión, hasta paramos en un hotel. Hoy, eso es imposible”, afirma y concluye: “Cuando una es feliz no lo sabe, tiene que volver a ser infeliz para darse cuenta de que estaba bien”.

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