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Historias de rock,
locura y muerte

La semana pasada, dos chicos murieron electrocutados y otros 25 llegaron heridos al hospital Argerich cuando Los Caballeros de la Quema y Divididos tocaban sobre el escenario de Buenos Aires Vivo 3. La historia del rock local registra otros casos: con la excepción de la muerte de Walter Bulacio, la mayoría pasaron al olvido.

Fernando D’Addario

Era miércoles a la noche, y la pantalla generosa de Azul televisión despedía rock en diferido, furioso rock con la sangre habitual de Divididos, esta vez tocando para el ciclo Buenos Aires Vivo III, en Costanera Sur. A la misma hora, en las localidades bonaerenses de Berazategui y Turdera, dos familias terminaban de enterrar, pero no de llorar, a Diego Aguilera (21 años) y Alejandro Lumille (20), muertos de manera inexplicable durante ese mismo show que se estaba televisando como si nada hubiera pasado. Es que en la Argentina, la historia del rock y la historia de la muerte empezaron a transitar juntas el camino de la naturalidad. La naturalidad del negocio, cuya lógica sepulta todo esbozo de discusión con el argumento de la inexorabilidad. La naturalidad de la muerte, que ya no indigna, ni provoca marchas de silencio, ni inspira canciones de homenaje, ni nada. La muerte, a secas, más sola que nunca, cuando los protagonistas directos o indirectos (funcionarios, músicos, periodistas, etc.) la destierran al archivo de la fatalidad.

En este país, la relación del rock con la muerte admite varias lecturas, la mayoría de ellas alejadas del estereotipo made in Crónica, que simplifica todo con la fábula de las “bandas de forajidos drogados”. La realidad, que no está exenta ni de forajidos ni de drogados (en las oficinas de gobierno, en las canchas de fútbol, en las reuniones empresariales y sí, también, en los recitales rockeros) incluye “descuidos” policiales, juicios irregulares, batallas ideológicas de vuelo rasante, vandalismo gratuito, negligencias organizativas y mala suerte lisa y llana. Históricamente, el rock mostró ante la muerte cercana una tendencia a mirar para otro lado. Como si temiera quedar como imputado en delitos de los que no participó (ni es responsable, por supuesto), potencia su costado paranoide y se escuda en el “no tenemos nada para decir”, o “no queremos televisar nuestro dolor” (Indio Solari dixit). La semana pasada, arriba del escenario, los integrantes de Divididos no se enteraron de que abajo, a unos 50 metros, un apagón se había convertido en la escenografía ideal para que abundaran peleas, navajazos y robos entre un puñado de jóvenes. Ricardo Mollo y los suyos no tenían forma de saberlo. A las 22.30, en pleno show, una unidad del SAME recibió (a un costado del escenario) a dos chicos electrocutados, con paro cardíaco. El mismo público los había trasladado, de mano en mano. Durante 45 minutos los paramédicos intentaron reanimarlos. Uno de los chicos murió en la ambulancia, rumbo al Argerich. El otro falleció pocos minutos después, dentro del hospital. Los músicos de Divididos no se enteraron de la tragedia, pero sí lo sabían sus allegados más directos y prefirieron no decirles nada durante el show.

Algún desubicado deslizó que las muertes tenían que ver con sobredosis de drogas (¿y por qué no? total eran rockeros...), algún funcionario lo desmintió, alguno nombró a Edesur (también está de moda) y muy pronto no se habló más del tema. Tampoco los integrantes de Divididos quieren hablar del asunto, aunque se dice que llamaron a los familiares de las víctimas para expresarles sus condolencias. Capítulo final para el capítulo titulado “Dos jóvenes murieron durante recital de rock”.

Hace cinco años, una descarga eléctrica durante un show de Hermética en la discoteca Morón 90 terminó con la vida de José Luis Damián, de 16 años. Vivía en una humilde vivienda de Laferrere, era hincha del Deportivo, y esa noche quería ir a ver a su banda favorita pero no tenía plata. Entre varios amigos hicieron una vaquita y transaron la entrada. Una vez comenzado el show, José Luis cayó fulminado como consecuencia de una descarga eléctrica producida por uno de los racks de potencia que estaban al lado del escenario. Por impericia o mala fe, el informe forense dijo “muerte por paro cardiorrespiratorio no traumático”. Los familiares protestaron, en la Comisaría 1-a de Morón les preguntaron “¿ustedes saben qué clase de gente va a esos recitales?”, la empresa de sonido no se hizo cargo, el boliche “no tenía nada que ver”. Y he aquí la gran sorpresa: Hermética dio la cara. Pagó los gastos de entierro y organizó un show abeneficio de la familia. Como corresponde. Iorio no era culpable ni responsable de la muerte de José Luis. Pero había invitado a un chico “a su casa” y el chico terminó muerto.

El 19 de abril de 1991 la policía detuvo a Walter Bulacio junto con un grupo de amigos, a la salida de un show de los Redondos, en el estadio Obras. Lo golpearon en el camino a la comisaría, lo volvieron a golpear después. Walter se descompuso y una semana después murió. Sería inútil transcribir aquí la maraña de trabas judiciales y policiales que volvieron imposible la resolución del caso. Sólo cabe agregar que cierto espíritu de cuerpo del rock nacional (que no incluye a los Redondos, claro) tomó a Bulacio como bandera. Las bandas ricoteras (y las de La Renga, Los Piojos, la Bersuit, etc.) patentaron eso de “matar un rati para vengar a Walter” y se hicieron (por iniciativa de la Correpi, la mayoría de las veces) festivales en su memoria.

Uno de ellos, organizado para protestar contra la represión policial, se convirtió en un boomerang. Fue un 28 de abril de 1996, en el Parque Rivadavia. Una bandita de skinheads provocó a una bandita de stones, rockeros y punkitos (es decir, toda la escoria junta, según Crónica), y la diferencia numérica se encargó del resto. El único que perdió realmente fue Marcelo Scalera (32 años, técnico de histología) que murió pocos días después del incidente como consecuencia de los terribles golpes recibidos. La causa pasó por no menos de 5 juzgados. La familia de Scalera negó que Marcelo fuera skinhead. “Marcelo no era skinhead y el día de la pelea había ido al parque a comprar libros, nada más”, dijo en su momento Alejandra, su hermana. Poco tiempo después, dos ignotas agrupaciones ultraderechistas, P.N.O.S.P. y J.N. se reunían frente al Monumento a Bolívar del Parque Rivadavia y repartían un volante que decía: “El 28 de abril de 1996 el militante nacionalista Marcelo Scalera fue asesinado salvajemente por una intolerante horda drogada anarco-bolchevique”. Todo sea por pacificar. No hay detenidos en la causa.

Pero nadie puede decir que en la Argentina haya impunidad. Raúl Zarza fue condenado a 9 años y medio de prisión por haber degollado con el pico de una botella a Fabián Maldonado, cuando ambos hacían cola en el intento de comprar entradas para la primera visita de los Rolling Stones, en River. En aquella ocasión la Rock & Pop cometió el desatino de centralizar la venta de tickets en un solo lugar. Ticketmaster todavía no había desembarcado en la Argentina. Cuando Kiss actuó por primera vez en River, en 1994, Edgardo Pereyra (23 años, habitante de General Pacheco) y Carlos Alberto Clavero (25, Florencio Varela) encontraron, con diferencia de minutos, una muerte absurda y tonta: Carlos Alberto intentó pasar de la tribuna popular a la platea General Belgrano. Se había sentado sobre una de las barandas de la escalera y, sin que nadie intentara persuadirlo, se puso a hacer equilibrio y a deslizarse por el cemento que conducía al abismo. Le salió bien tres veces. Unos chicos lo alentaban: “Volá, volá como un tucán...” haciendo referencia a un tema de Las Pelotas. A la cuarta, siguió de largo y se mató. Edgardo simplemente calculó mal en su intento de pasar a la platea y cayó al vacío desde una altura de 25 metros. Pocos minutos después de la confirmación de ambas muertes, la productora del espectáculo emitió un comunicado en el que lamentaba los hechos y deslindaba todo tipo de responsabilidades. Los integrantes de Kiss se enteraron de lo ocurrido y estuvieron a punto de no salir a tocar. Tristes y todo, salieron y tocaron. Son profesionales. El simple devenir trajo otras muertes. Después del síndrome Bulacio, ni el resto de las víctimas (ni sus familiares) merecieron conciertos a beneficio ni la letra de una canción. El rock tiene la culpa. El rock no tiene nada que ver. Por un grupito de vándalos descontrolados no se puede caer sobre todos los rockeros. El problema es la droga. Lo que pasa es que para los conciertos gratuitos hay que contratar a Sandra Mihanovich, no a Divididos. Y nosotros, los músicos, ¿qué podemos hacer? Y qué querés con Edesur, chilenos tenían que ser. No hay que televisar el dolor. Sólo vamos a hablar con la prensa cuando saquemos el próximo disco.

En el medio, un puñado de nombres, para el archivo de los diarios, para las oficinas de tribunales. Es que en la Argentina de hoy, todas las mañanas se levanta una tragedia para sepultar la del día anterior.

“Sobre este tema
deberían preguntarle a Corach”

por Willy Crook

La violencia es inherente a la imbecilidad que significa ser humano. Y hay un costado violento en nuestro espíritu, que, sin embargo, no se transforma en realidad para una mayoría de nosotros. Borges hablaba del cuchillo que uno encontraba en un cajón perdido y que, al empuñarlo, revelaba el asesino que todos llevamos dentro. Pero a mí es algo que no me compete, en un momento de mi vida hice sipalki y corté porque me daba miedo romperme los garfios contra la jeta de un pobre muchacho. Además, sobre este tema deberían preguntarle a Corach y a los que venden armas. Yo soy un pequeño cretino. No puedo aportar mucha luz en este caso. Una cosa es tener ganas de matar a alguien, y otra es matar a alguien. ¿Bulacio?: los Redondos son el triunfo de los buenos y Bulacio se murió o por pelotudo o porque lo mató la cana. Yo sé que mi amigo Solari, en su peor momento, jamás desearía que alguien muera. Otra cosa, habría que diferenciar bien la moral objetiva de la subjetiva. De repente matar a alguien es un pecado, un delito, y de repente viene la guerra y obligan a cualquiera a morir por una isla de mierda. Está tan subjetivado esto de matar y morir.

“Le pagamos el
funeral a un pibe que murió en un
show”

por Ricardo Iorio (Almafuerte)

La violencia se refleja, ante todo, en las leyes de tránsito: en la Argentina, hay más de tres mil muertos por año. Las rutas son mucho más violentas que el rock. Y creo que hay más violencia en la cumbia. En el heavy metal es donde menos violencia existe: nadie paga una entrada para ver a Almafuerte y pudrir todo. Al contrario, los que vienen se sienten hermanados. Uno hace música para que la gente la disfrute, para liberar al otro de su pena. Y en esto no veo violencia alguna. Lo que pasa es que, a veces, aparecen la inconciencia y la ignorancia, esa que le impide a algunos entender que los cables tienen electricidad. En La Plata, en un recital de Almafuerte, una vez se mató un pibe porque se tiró del escenario y sus amigos se abrieron. El chico se quebró el cuello, y encima, cuando lo levantaron, sus mismos amigos lo terminaron de arruinar porque no sabían cómo agarrarlo. Quedó hemipléjico y murió a los pocos días. Nosotros, en ese caso, no hicimos nada porque no tuvimos nada que ver. Había sido antes del recital. Pero sí nos hicimos cargo de otro chico que murió durante un recital de Hermética al quedarse pegado en un generador eléctrico. Lloramos por él, y le pagamos el funeral. Fue un garrón. Y también fue ignorancia.

“Hay violencia porque
los chicos están
frustrados”

por Ricki Espinoza (Flema)

La violencia está inmersa en la sociedad. Lo que pasa es que en el rock se le da mucha importancia a este tema porque siempre se lo relaciona con las drogas, la juventud marginal y todo eso. Pero la violencia no es patrimonio exclusivo del rock. Si no fíjense lo que pasa en las discotecas, la calle, los corsos y las canchas de fútbol. Es todo parte de lo mismo. Creo que este fenómeno obedece a la frustración de la juventud. Los chicos están frustrados. No son violentos en sí, sino por una gran cantidad de causas. Creo que una de las soluciones pasaría por darle a toda la gente, no sólo a los jóvenes, un buen empleo para que puedan vivir de su laburo y que tengan un salario digno. Además, no hay que olvidarse de que hay muchos chicos que no pueden realizarse en sus vidas como personas. Yo creo que la violencia, si no se solucionan los problemas económicos, cada día va a ser peor. Todo lo que veíamos de Estados Unidos por TV ya está pasando acá. Y lo tenemos que vivir a diario. ¿Cuál es el mensaje que puedo dejar? Que se curtan los grandes políticos y todos esospensadores que se la pasan hablando y analizando sin poder solucionar nada.

“La gente va a una fiesta
y no a matarse
a trompadas”

por Gustavo Cordera (Bersuit Vergarabat)

La violencia en recitales es una violencia mal enfocada, desviada, trasladada hacia otro punto. Pasa lo mismo que cuando uno tiene problemas familiares y se agarra a piñas con cualquiera. Nosotros, cuando vemos algún lío, paramos el recital, porque sabemos que la gente viene a una fiesta y no a matarse a trompadas. Viene a liberar su violencia, a despedirla cantando y bailando, y no a generarla. Por lo demás, creo que hay mucha gente que está pasando por un momento de degradación social terrible, que no tiene un mango para comer. Pero ojo que no solamente es el hambre, también son la educación y la marginación a través de las miradas. O el maltrato de la policía para con la gente que no está dentro de los carriles normales. Cuando hay congregaciones multitudinarias es más probable aún por la proximidad de unos con otros. Hasta muchas veces se termina agarrando a trompadas gente que no tiene nada que ver. Lo primero que tendría que pasar, para calmar un poco la cosa, es que desaparezcan todos aquellos que toman medidas, porque eso de tomar medidas, desde hace mucho tiempo, está en manos de asesinos, represores, usureros y transeros.

Canciones para Bulacio

Estas canciones fueron escritas para Walter Bulacio. “Arde Buenos Aires” apareció en el disco de los Fabulosos Cadillacs El León y “Ayer soñé con Walter” (un tema de Fito Páez) en el álbum de Fabiana Cantilo Algo Mejor. La Guardia del Fuego también grabó un tema para Walter que se llamó “Estatuas de sal”.

“Arde Buenos Aires” (Los Fabulosos Cadillacs)
Ahora presten atención/ es que mis amigos y yo/ vamos al concierto/de la banda que me gusta/ Suena el sucio rock’n’roll/ habla de la bestia pop/ todo el mundo a bailar la banda suda/ Pero cuidado lo que hacen/ o adónde vas/ después del gran recital/ están los puños de la ley para atraparte/ Tarde para reaccionar/ la ciudad va a reventar/ el camino es largo/ Buenos Aires arde/ Arde de sirenas y de canas Buenos Aires/ Arde de violencia ya se quema Buenos Aires

“Ayer soñé con Walter” (Fabiana Cantilo)
Ya salieron las bandas/ a ver un grupo de rock n’ roll/ ya salimos las bandas, algunas entran, algunas no/ y salimos disparados en un big bang/ y salimos disparados por la big band/ todo el mundo está bailando, pero ellos no/ ayer soñé con Walter/ ayer soné con Walter en la prisión/ y ustedes no, después corrieron a un bar/ corrieron y nosotros no/ se lo llevaron igual/ y salieron disparados en un micro/ y salieron disparados en un micro/ todo el mundo está saltando pero ellos no/ ayer soñé con Walter en la prisión/ Jorge estaba ahí con él/ y a las siete se cayó/ lo arrastró hasta la Cipec/ y su vómito limpió/ cada agujero de la red/ cada golpe que sintió/ cada lágrima de sal/ cada show de rock n’roll/ nadie se hace cargo aquí/ nadie se hace cargo allá/ demasiado para él/ y él ya no aguantó más/ ayer ayer, yo vivo en un barrio gris/ no hay milagros del señor/ la guitarra que vendí la robé en una estación/ meses del anochecer/ polizonte del horror/ usted quiere a su mujer, yo quiero una explicación/ yo lo voy a sorprender/ una noche por ahí/ cuando se baje del tren/ sin revolver ni matriz/ ayer soñé con Walter/ en la prisión.