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Jueves 4 de Abril de 2001

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convivir con virus

MARTA DILLON

Hay un lugar común que en forma de queja se repite a menudo; es el que dice que sobre sexo no se habla. Mejor no hablar de ciertas cosas, cantó Luca alguna vez ampliando los límites del mandato de silencio mucho más allá del tema que nos ocupa. Y en parte es así, en la escuela se lo menciona sólo como referencia de la anatomía humana y sus funciones reproductoras –jamás de su capacidad de placer, goce y comunicación–, los muñecos y las muñecas no tienen genitales y a los nenes se les sigue pidiendo que saquen la mano de ahí cuando despreocupadamente investigan de qué manera pueden hacerse esas mágicas cosquillas. Pero todo esto, digámoslo, es hablar de sexo. Igual que lo es hacer un programa que se supone de rock mientras un montón de chicas menean el culo en gracioso montón para ver quién es la que lo tiene más lindo. Los límites son cada vez más amplios –hubo alguna honrosa excepción y algunos divertidos programas extranjeros–, pero el discurso siempre es el mismo. En las telenovelas las chicas siguen quedando embarazadas en el primer polvo (¿habrán oído hablar de forros?) y el humor al que estamos acostumbrados es apenas algo más que jugar a ver quién la tiene más larga o quién la pone más rápido y con más frecuencia. En la vida real a nadie se le escapa cuánto dolor y cuánta insatisfacción trae este supuesto de tomar las relaciones como una lucha de conquistadores y/o conquistadoras que tienen que poner a prueba su falta de prejuicios o su excelencia para conseguir erecciones. Ahora que se supone que la vida real ha pasado a la gran pantalla –léase “El Bar” o “Gran Hermano”– la historia no ha cambiado demasiado. Es cierto, tampoco había por qué esperar tal cosa. Pero bueno, tampoco había por qué pensar que las cosas serían tan patéticas (¿o sí?). Obligada a ver estos programas por el oficio del periodismo me topé con LA escena de sexo que en el reality show de Telefé se presentaba como LA sorpresa de la semana. Resulta que la chica se mete en la cama del muchacho, de espaldas, en la posición popularmente conocida como cucharita, sin desvestirse y con cara de máscara de sal, mientras el muchacho hacía lo suyo –¿en qué momento se habrá puesto el forro?– tapado hasta la oreja –fue lo único que se vio agitarse– y sin más trámite que el conocido mete y saca. Y sí, también es sorprendente escuchar a alguien de “El Bar” decir que tal chica fue la única “que tuvo huevos para coger” –y no estamos hablando de Celeste, la travesti–. Por suerte a esta altura ya todos sabemos que hay poco de realidad en estos shows, pero también sabemos que de algo están hablando estas escenas. Y creo, chicas, que nos hablan directamente a nosotras. Tener sexo no es una cuestión de huevos –obvio–, en todo caso de ganas, de sensaciones, de posibilidades, de encuentros, de seducción, de placer, de vida, de muerte y de millones de otros sentimientos que a veces pueden ser contradictorios u otras veces no. Pero siempre se trata de algo que se construye entre -por lo menos– dos y que exige cuidado y atención para que el placer también pueda ser compartido, alimentado y consumido. Pero para eso es necesario escuchar el propio deseo, ese que te habla al oído, que no necesita de palabras y que pocas veces tiene que ver con cumplir fantasías ajenas.

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