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Jueves 23 de Agosto de 2001

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convivir con virus

Una duda como un gusano abre surcos en su mente. Ya se miró veinte veces en el espejo, ya constató otra vez que el corpiño le aprieta, que las tetas ya no le caben en las manos. Están hinchadas ¿Estaré embarazada? Lo pregunta así, como quien viviendo en una choza en La Matanza siente el olor de la sudestada que inevitablemente se llevará todo. ¿Cómo embarazada, nena, acaso no te cuidás? ¿No eras vos la que exigía forros texturados? para molestar, nada más, porque de la textura no se entera nadie. Y sí, era ella, y no fue un accidente, todo lo contrario. Ella prefiere cuidarse con forros, las pastillas le molestan, se olvida de tomarlas, tiene la idea de que la hacen engordar. Pero coincidió un desequilibrio hormonal que la obligó a tomar anticonceptivos y un análisis hecho a tiempo para que desechara los condones. Estaba todo bien, dice, por qué no darse el gusto. El gusano, entonces, empezó a caminar por mi cerebro. ¿Cómo será coger sin forros? ¿Será más calentito? ¿Más suave? ¿Se sentirá la escupida como un beso bien adentro, como una caricia, como una última lamida allí donde no llega la lengua? Ya no me acuerdo de esas sensaciones, y hasta había olvidado la nostalgia por lo perdido. Pero esa posibilidad, ese relajado olvido, ese mezclarse de los fluidos sin mediaciones, ese olor de después que queda entre las piernas, esa fantasía, incluso, de lo que puede gestarse, sentir su orgasmo, su caída, el enchastre de las sábanas, el pegoteo entre mis piernas, esa posibilidad perdida irremediablemente cae sobre mí como una noche oscura en medio del desierto. Ya no puedo. Eso no es lo que me toca. Me tocan sí sus manos pequeñas como un experto pianista, su cuidado en saber si lo hace bien, si lo estoy sintiendo, si podemos seguir así hasta acabar los dos en ese juego de manos. Me toca enfundarlo en el látex, me toca acariciarlo hasta que esté listo. Me toca también su falta de cuestionamientos, su espontáneo cuidado, las preguntas inevitables. Me tocan tantas cosas que no puedo quejarme. Pero las dudas se me pegan en la frente como mosquitos. ¿Cuánto pesa a la hora de hacer proyectos saber que Siempre voy a coger con forros? ¿Cuánto pesa tener la clara conciencia de los límites? El látex es mi límite. Otros tendrán otros, ya lo sé. Algunos más difíciles de soportar que éste. Alguien no querrá ofrecer alguna parte de su cuerpo, alguien más cercará sus fantasías, o lo encerrarán sus miedos. Mi límite es concreto y sin embargo puedo seguir inventando juegos. Es sólo esta nostalgia que me pesa algunas noches, que me llena de miedo cada vez que conozco a alguien. Es esta sensación de recordar lo perdido lo que me sorprende y lo que me asusta. Un instante, nada más, un resto de envidia, una gota en el mar. Ella, por suerte, no estaba embarazada. Tampoco había razones para pensarlo, ya sabemos cómo son las fantasías, siempre andan por su cuenta. Las mías, a pesar de los límites, también.

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