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Jueves 4 de Octubre de 2001

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convivir con virus

“Mamá, ¿vos de quién te contagiaste?” Vaya pregunta para intercalar en una cena tranquila, cualquier noche de estas, entre choclos y papas al vapor, nuestra comida favorita. Comida favorita que quedó de inmediato a medio camino entre mi garganta y la mesa. ¿Cómo de quién?, pregunté en un intento vano de darles tiempo a mis dudas para que se ordenen. No fue muy útil y era obvio que sería así. Tampoco iba a inventarle a mi hija un pasado de venas abiertas sólo para dar rodeos. Nunca me piqué, obviamente me contagié en alguna relación no protegida que yo puedo o no tener individualizada pero que seguro no viene al caso. Cómo o cuándo me contagié es la pregunta del millón, es lo que genera más curiosidad, y siempre contesto lo mismo: no sé, ¿qué importa?, en todo caso me contagié porque no tomé las precauciones para evitarlo, porque en ese momento algunos abonábamos extrañas teorías como la no existencia del virus -teoría que sigue difundiéndose en internet y de la que todo el tiempo me llegan diversos reclamos–, tal vez porque todavía no era un problema de mujeres, tal vez por boluda. No la convencí. “¿Qué, acaso no sabés con quiénes estuviste?” Gulp. Sí, claro que sé con quiénes estuve, a lo mejor se me cae alguna noche de la memoria, a medida que pasan los años se descuelgan algunas más, pero tampoco es para exagerar. No contestar para mí siempre fue una cuestión ética, cuando me lo preguntaban intuía del otro lado cierta necesidad de quedarse tranquilos, de encontrar alguna conducta para quedar afuera de las posibilidades. O escuchar el relato de algún accidente quirúrgico para no tener que condenarme al infierno que merecen los promiscuos. Pero decirle a mi hija que no sé no es una respuesta tranquilizadora. Tampoco decirle que me contagié estando en pareja, en pareja estable como todavía se sigue recomendado como medida de protección eficaz. Una respuesta ejemplificadora que suelo dar en público, ya que integro las estadísticas que mencionan cuánto ha crecido la epidemia entre las mujeres. Opté por la respuesta no tranquilizadora, no me queda más que hacerme cargo. Me contagié en algún momento entre tal fecha y tal fecha, le dije, y sobre todo porque no use preservativo en todas mis relaciones sexuales. “¿Sabés que hoy una compañera nos dijo que no usaba preservativos porque al novio no le gusta? Yo me quedé helada, parece que ella tampoco sabía bien por qué lo tenía que usar.” El choclo y las papas pasaron al olvido, a esa altura apenas podía tomar aire. No sólo tuve que develar un retazo de mi vida sexual sino además escuchar que las niñas a los 14 ya están hablando de esas cosas. En su monólogo mi hija siguió contándome los consejos que le dio a su amiga, me contó que los chicos de su edad difícilmente se nieguen a usar preservativos, que es lo más normal del mundo, que espera que su compañera los use. No me atreví a preguntarle cómo sabía que todos (¡) aceptaban usarlo, hablamos muchas veces sobre la conveniencia de retrasar el inicio de las relaciones sexuales habiendo tantas cosas por hacer antes y sin riesgo de embarazo o enfermedades, las mil maneras de explorarse, conocerse y saber lo que una quiere. Pura teoría. Evidentemente no estoy lista –nunca lo voy a estar– para detalles. Una puede tener la cabeza muy abierta, pero no me toquen a la nena.

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