El origen de las parteras se remonta a tiempos antiguos. Sus antecesoras eran diestras mujeres sanadoras, respetadas y requeridas por la comunidad. Podrían compartir sus raíces con las actuales médicas rurales, médicas generalistas, y ginecólogas, con las enfermeras y con las médicas pediatras, e incluso con las veterinarias.

Así fue la iniciación de muchas parteras desde tiempos inmemoriales. Pero con el advenimiento de las sociedades ‘modernas’ occidentales, la partería fue engullida por cambios en la estructuración y la (re-) organización social. De empírica pasó a ser ‘educada’, de oficio a profesión, del aprendizaje transferido en el linaje, la tradición y la propia experiencia de parir a sus propios hijos a la enseñanza en Casas de Estudio de jóvenes vírgenes con mucho camino por andar, del campo a la ciudad, del conocimiento de las medicinas de los territorios (plantas, alimentos, hábitos y costumbres saludables para el cuerpo y el espíritu individual y colectivo) al uso de pastillas para cualquier cosa, de la espera de los tiempos confortando, alentando, cocinando, tejiendo a la impaciencia de los goteos endovenosos para acelerar el trabajo de parto, de la observación de las señales de progreso a la ceguera mecanizada de los exámenes vaginales repetidos, dilatar el cérvix con los dedos, romper la bolsa de las aguas, hacer pujar con premura; de la sabiduría que conoce y entiende de la complejidad en los procesos de salud bio-psico-social a la completa ignorancia de la psico-neuro-endocrino-inmunología. 

La partera, de ser respetada y reconocida como una ‘mujer- medicina’, chamana, sanadora, curandera, facilitando y velando por la salud sexual y reproductiva de la gente de la comunidad, hasta de los animales, a estar invisibilizada detrás del Cuerpo médico y de un guardapolvo blanco. De ser libre, autónoma y soberana a ser explotada, oprimida y funcional dentro de un sistema médico-hegemónico de jerarquía dictatorial y violencia estructural mas o menos explicita o encubierta, en el abuso de intervenciones, instrumentalización de los cuerpos/as y en la violencia obstétrica, fiel reflejo por ejemplo en la epidemia de cesáreas y las mutilaciones genitales como los cortes en vagina, vulva y perineo hechos de rutina en los partos ‘normales’.

Dos fuerzas traccionando. Una valiéndose de la partera como un instrumento de control social, la otra como una amenaza para el mismo. Siendo en sí misma libre o presa. Evidenciándose en las estadísticas de salud que su esclavitud, esclaviza a otras. Claro ejemplo son los hospitales privados donde la tasa de cesáreas es de un 70-90%. Y su independencia en los partos domiciliarios solo requiere un 4-6% de cesáreas. Lo que esta en juego es quien ocupa el centro y qué intereses priman. 

Personas versus cis-tema millonario médico corporativo. Una fuerza que pretende extinguir a estas mujeres que empoderan a otras en la experiencia cumbre de parir por sus propios medios desplegando se pleno potencial, subordinándolas con la promesa de una etiqueta vacía al mejor estilo de Chespirito- ¨Digame Licenciada¨, tentadas con ser un peón del sistema biologicista de salud. La que quiere enfrascar semejante oficio en la Facultad de Ciencias Médicas desnaturalizándolo a semejanza del paradigma tecnocrático de los cuerpos-máquina, la que ubica a las parteras como ‘colaboradoras’ del Arte de Curar, la que da la espalda al saber y las destrezas custodiados y aplicados por siglos, la que pretende maniatarlas con leyes y con persecuciones en los Tribunales Criminales denunciadas por el aparato opresor con el objetivo de restringir su actuar y de esa manera indirectamente coercionar a las personas asistidas negándoles los derechos humanos perinatales, diversos e interculturales, acerca de ‘Cómo, dónde y con quien parir.’

Pero hay otra fuerza, que sobrevivió a la Caza de Brujas de la ‘Santa Inquisición’ durante el Oscurantismo que asesinó a cientos de miles. Ejemplo extremo de lo que el poder médico puede llegar a hacer cuando puede perder su poder opacado por estas sage-femmes (léase ´mujeres sabias´), sus conocimientos y medicinas, a diferencia de las sangrías y venenos usados por los médicos de aquella época (y del presente), por ser rivales y competencia, por ser idóneas a pesar de ser iletradas, por ser mujeres, campesinas, indígenas, negras, no-católicas, inmorales, subversivas. Que supera con su hacer al abordaje limitado que se enfoca únicamente en la biología escindiendo a la persona de su totalidad. Una fuerza que silenciosa, invisible, como el diente de león, la manzanilla, el calanchoe, el helecho, la menta, la wachuma (el San Pedro de la colonización) se abre paso, aunque la arranquen de raíz. Sigue estando a pesar de los intentos fallidos durante siglos de exterminarlas como una maleza. Haciendo la resistencia a un paradigma que tarde o temprano perecerá. Una fuerza que cobija y conserva esta sabiduría ancestral milenaria, que entiende que su existencia excede la validación y reconocimiento médico, educativo, jurídico y legal. Guardiana del umbral de la Vida y de la Muerte. Limpiando heces y vómitos. Tan pequeña y tan inmensa. Tan nada y tan todo a la vez.

*Partera, activista por los derechos humanos perinatales, auxiliar de justicia, Oradora TEDx.