Los primeros minutos de Cómo tener sexo, la ópera prima de la jovencísima realizadora británica Molly Manning Walker, recrean la sensación imbatible de tener menos de veinte años y viajar por primera vez de vacaciones sin el corsé represivo de los padres o los preceptores. Todo es excitación, intensa excitación, y también anticipación exuberante por lo que puede llegar a ocurrir durante los siguientes días. Sol, mar, pileta, boliche, tragos, sexo. Todo está aún por suceder, pero lo antelación ocupa todo el espacio en las cabezas de las chicas. Tara, Skye y Em, tres amigas y compañeras de escuela que, con dieciséis años, dejan atrás por una semana las obligaciones –están a punto de terminar la secundaria, fin de toda una etapa– para embarcarse en un vuelo desde el Reino Unido hacia un resort estudiantil en la isla de Malia, Grecia, con la intención de pasar unos días “de descanso” de locura. Son tiempos de teléfonos celulares y redes sociales activas las veinticuatros horas, y el tránsito vacacional europeo es culturalmente muy específico, pero las sensaciones de las protagonistas son universales y atemporales. Más allá de compartir intereses (y el mismo cuarto durante los días y noches por venir), las chicas son diferentes entre sí, como suele ocurrir en cualquier grupo de amigas.

Tara (notable Mia McKenna-Bruce) es la más tranquila de las tres, aunque no tanto como para tildarla de retraída ni, mucho menos, tímida. Es, eso sí, la única virgen del grupo, algo que ese fugaz asueto antes de volver a los estudios promete quebrar definitivamente. De eso, entre otras cosas, hablan Tara, Em y Skye de camino al hotel griego, antes de la primera noche de consumo intensivo de alcohol y la primera mañana de resaca. Y de eso también hablan cuando descubren que, en el cuarto de al lado, se ha instalado otro grupillo de jóvenes un poco mayores que ellas, en su mayoría varones. Las vacaciones comienzan y con ella algunos excesos, como corresponde; también el viaje de Tara a sus primeras relaciones sexuales, que no serán exactamente cómo las había imaginado. Ganadora del premio principal en la sección competitiva Un Certain Regard del Festival de Cannes, Cómo tener sexo –que puede verse exclusivamente en salas de cine antes de desembarcar en la plataforma MUBI– recrea con ajustada fiereza y sensibilidad algunos días en la vida de una joven en una edad particularmente compleja. Esa edad en la cual las relaciones de amistad comienzan a dejar atrás las cualidades de la pubertad y los primeros escarceos amorosos se revelan bastante más complejos de lo que podía suponerse.

No hay nada estrictamente autobiográfico en Cómo tener sexo, pero Molly Manning Walker, que acaba de cumplir treinta años, le cuenta a Radar que sí existieron en su vida varias temporadas de vacaciones durante la adolescencia que inspiraron libremente el guion de su debut en el largometraje. “Hace un tiempo me reuní con algunos compañeros de escuela y comenzamos a rememorar viejos recuerdos. Entre otros recordamos la situación de una chica haciéndole una mamada a un chico en un escenario, frente a un montón de gente. Supongo que eso tuvo un impacto importante en la manera en la cual entendí la idea del sexo consensuado en aquel momento. Fue a partir de esa reunión que surgió la idea de la película y enseguida comencé a escribir el guion”. La escena de la felación se replica en la pantalla y llega cerca de la mitad de la película, poco antes de la primera vez de Tara, y el espectador con algo de memoria recordará haber leído sobre alguna situación similar en un boliche catalán en los portales de noticias. “Escribí sesenta páginas del guion rápidamente”, continúa la realizadora, “partiendo de esa situación, reflexionando sobre la brecha que existe entre alguien que dice sí explícitamente y esa sensación de no sentirse cómoda. ¿En qué momento parar? Luego eso desembocó en cuestiones ligadas a la presión por tener sexo, a cómo se llega a ese momento y, finalmente, a describir como se desarrollan las cosas de allí en más para darle un cierre al proceso”. Pero antes de eso las chicas sólo quieren divertirse. Y se divierten. Manning Walker emplea el primer tercio del metraje para construir un segmento básicamente descriptico, en el cual los grititos agudos de las chicas –constantes, por momentos enervantes–, toda su hiperactividad adolescente, es expuesta en carne viva. Asimismo, la dinámica entre Tara y Skye (Lara Peake) ofrece zonas de celos y resquemores que eventualmente derivarán en algún roce, mientras que la mirada de Em (la debutante Enva Lewis) acerca una sensibilidad más amable y comprensiva. Nada novedoso en un grupo de chicas de dieciséis años, todo un mundo de matices a descubrir.

La pileta del hotel, atestada de hormonas en plena ebullición, tiene la forma inequívoca de un pene. Entre otras diversiones organizadas por el equipo de entretenimiento del lugar se destacan la ingesta de cerveza a alta velocidad y sin paradas, con la botella convenientemente incrustada entre un par de tetas, si el que bebe es un muchacho, o simulando un pito chorreante, en el caso de las chicas. Así se pasan las tardes, la previa de la noche, que llega con más griterío, más música y más alcohol. Si la fiesta parece interminable, con el acercamiento a los chicos –a dos de ellos, en particular– Tara está a punto de experimentar por primera vez una penetración. Ese primer polvo que tantas veces aparece en las conversaciones con las amigas, nada sutiles a la hora de brindar detalles sexuales. No habrá arrepentimiento, pero la manera en la cual Paddy (Samuel Bottomley) comienza a interactuar con Tara se acerca bastante a la toxicidad y, eventualmente, al abuso. ¿Cómo evitar caer en las trampas del aleccionamiento o el cuento con moraleja? “Intenté que la película escapara por completo al sermón o que pudiera interpretarse como un relato que juzga a los personajes”, detalla Manning Walker. “Me interesa que los hombres se identifiquen y que el film no se entienda como un ataque hacia ellos. Es un poco cómo la sociedad en su conjunto nos ha moldeado como seres humanos, la presión que viene desde todos los ángulos”. ¿Cómo y cuando decir no, entonces? ¿Y qué puede esperarse de esa respuesta? Tara es un manojo de incertidumbre, pero el camino apenas si ha comenzado.

Gran parte del éxito creativo de Cómo tener sexo, que de ninguna manera es una comedia del tipo American Pie ni nada que se le parezca, descansa en el ensamble actoral y en la manera en la cual la realizadora registra la interacción de los actores mientras interpretan los personajes. Desde luego, eso es algo que puede afirmarse respecto de casi cualquier película de ficción, pero en las sutilezas y zonas grises está la clave de las bondades de la película. Y en la elección adecuada del casting. “El proceso de selección fue muy largo, cerca de siete meses. ¡Vimos a tanta gente! Lo importante en el caso de Tara era que nadie en la audiencia pudiera verla y pensar de inmediato en ella como en la típica víctima, en el sentido de verla en pantalla y tener la impresión de que es débil y frágil. Tenía que ser alguien que diera la impresión de ser divertida, resiliente, por momentos incluso irritante. Porque ella es alguien que lleva adentro cosas bastante pesadas pero se autoimpone una máscara para esconderlas de la gente que la rodea. En cuanto vi a Mia McKenna-Bruce supe que ella era la actriz adecuada; hay algo en sus ojos que logran transmitir la sensación de que algo pasa en su interior, pero al mismo tiempo está llena de energía, rebotando en las paredes”. Una vez que Mia estuvo a bordo, el siguiente en sumarse fue Shaun Thomas, que interpreta a uno de los vecinos, Badger, destinado a convertirse en una suerte de inopinado confidente de Tara. Un amigo consciente de las conductas no del todo apropiadas de Paddy y, sin embargo, a pesar de todo, su amigo. “Lo loco es que Samuel Bottomley se acercó al casting para interpretar otro papel, ya que originalmente Em, la amiga de Tara, era heterosexual. Su actuación tiene algo muy sugestivo, y puede resultar engañoso en su forma de mirar. Era importante que no diera el aspecto del típico chico malo”. A la hora de construir los personajes la directora escribió una buena cantidad de información sobre ellos que nunca fue pensada para que estuviera presente en el film, pero le sirvió al reparto para imaginar su pasado, su bagaje emocional. Luego, les ofreció una camarita digital para realizar una serie de improvisaciones, paso previo al rodaje propiamente dicho.

Si bien las cuestiones de fondo que atraviesan Cómo tener sexo resultan comunes a la experiencia de varias generaciones de jóvenes, las diferencias existen: ser adolescente hoy no es igual al tránsito de la adolescencia hace quince o treinta años. “Hicimos una serie de talleres justamente para investigar ese tema, las diferencias entre mi generación y la que sigue. Fue realmente increíble y, por desgracia, descubrimos que la idea del sexo consensuado no evolucionó demasiado. Muchas chicas levantaban la mano y decían que lo ideal era usar más ropa y no emborracharse. Por otro lado, y esa fue una de las razones por las cuales el personaje de Em es finalmente gay, es que la generación centennial es mucho más abierta en términos de diversidad sexual. Está mucho más aceptado. Por eso en la película ocurre y no es algo central, simplemente se da y nadie le da demasiada relevancia. Nuestro prejuicio podría indicar que a los muchachos de la película no les gustaría tener una amiga queer, pero ella encaja perfectamente”. En cuanto a las reacciones del público multigeneracional que asistió a la exhibición del film en al menos una docena de festivales, la realizadora recuerda que las conversaciones luego de las proyecciones terminaron en conversaciones muy interesantes, para bien y para mal. “Por ejemplo, apareció la idea de que si la protagonista tuvo sexo una vez de manera consensuada luego no puede considerarse que hay un abuso, un asalto sexual. O la idea de que ella estaba muy incómoda, pero dijo que sí. Si ella está incómoda entonces eso no es algo bueno. Fue muy interesante ver las diferentes reacciones en distintos lugares del mundo”.