Para quienes vivimos nuestra infancia durante los 90’s y la pubertad durante la crisis del 2001, internet era un lujo y la mayoría de nuestros consumos culturales estaban mediados por una TV de tubo que, en el mejor de los casos, tenía canales de cable. Que también eran un lujo. Lxs millenials nostálgicos como quien escribe recordarán la emoción de llegar a casa después de la escuela, revolear la mochila e inmediatamente plantarnos frente al tótem. Nuestra recompensa era una bomba de dopamina para fugarnos hacia mundos más felices.
Sin embargo, estas fantasías animadas no siempre envejecieron bien y, recientemente, el estreno de “Quiet on set” hizo que muchxs no podamos volver a ver a Nickelodeon de la misma forma. La serie documental de 5 capítulos recientemente estrenada por HBO levanta el telón del lado más perverso de la que fue la mayor productora de contenido infantil de los 90’s y 2000.
“Quiet on the set” es una docuserie de cinco capítulos dirigida por las periodistas Mary Robertson y Emma Schwartz, que explora las situaciones de violencia y abuso que ocurrieron en el detrás de cámaras de series que marcaron la infancia de millones de niños, pero también en la sala de guionistas e incluso en los platós. El título, premonitorio del hilo conductor de cada episodio, habla del ocultamiento del hostigamiento, el racismo, sexismo y las agresiones por parte de los jerarcas cómplices del canal, porque el show debe continuar.
Así se tejen los hilos de un común denominador: niños que sienten que tocaron el cielo con las manos cuando se les abrieron las puertas de Nickelodeon pero que, enseguida, se vieron envueltos en los caprichos sádicos de los showrunners y secuaces varios. ¿Cuánto estaban dispuestos a soportar esos cuerpos infantiles para triunfar en Hollywood y, en muchos casos, asegurarles a sus familias su principal sostén económico? Y la pregunta inevitable ante la crueldad servida en bandeja a la vista de todos: ¿cómo nadie dijo nada?
La serie no solo rescata esas experiencias pasadas, sino que las retrotrae al presente a partir de la reflexión de sus protagonistas, que relatan cómo se sintieron tras su paso por Nickelodeon y cómo cambiaron sus vidas cuando los echaron por diversos motivos: porque dejaron de ser divertidos, porque aparecían estrellas más jóvenes, porque alguna madre protestaba o porque simplemente crecían, y ya dejaban de ser atractivos para un público infantil.
A su vez, registra un clima de época donde la cultura del derecho de piso legitimaba la violencia contra cualquier mujer que trabajara detrás de cámaras. Desde tener que dividirse un sueldo a la mitad entre dos trabajadoras, hasta ser obligadas a comer dos kilos de helado en media hora para ganar 300 dólares: un reto que tenían que aceptar para pagar el alquiler. Total normalidad: cosas locas que pasan cuando se escribe comedia. Todos lo saben. Sobre todo si sos una chica que recién arranca, está viviendo el sueño de su vida y la amenaza de que te castiguen cerrándote la puerta de Hollywood en la cara te respira en la nuca. Y ese aliento es el de Dan Schneider, un guionista y productor amado por todos en Nickelodeon, responsable de la Edad de Oro del canal, que es medio jodón, un “genio loco”, pero antes que nada, es un tipazo que quiere lo mejor para sus “protegidos”.
Otros cimbronazos de la serie que impactaron en las redes son el ¿rescate? de escenas escritas para niños con un contenido sexual alevoso: “pasos de comedia” sistemáticos con referencias a la masturbación, los genitales masculinos y la eyaculación. Todo esto, a la vista de un ejército de adultos que convalidaban estas prácticas crueles codificándolas como bromas “edgy”. Y la revelación por primera vez de un caso de pedofilia que involucraba a una de sus mayores estrellas adolescentes de Nickelodeon, que AHORA escandalizó a las redes sociales, pero que cuando ocurrió, a principios de los 2000, contó con la complicidad de cientos de celebrities.
Nuestra propia factoría de niños y niñas sexualizadas
Es difícil ver este contenido y no pensar en nuestra propia televisión. Quizás, nuestro mayor análogo de contenido infantil y teen problemático haya salido de la factoría de Cris Morena. Durante el menemismo, Cris hizo soñar a millones de nenes y nenas con la romántica fantasía de ser pobres, huérfanos y vivir en un rinconcito de luz. Pero el verdadero antes y después lo marcó Rebelde Way, que se estrenó pisando la crisis del 2001. Presentándose como una serie adolescente que abordaba temáticas como el sexo y las drogas, la mayoría de sus espectadores éramos niñxs que lo veíamos a escondidas.
El primer capítulo establece el tono de la tira. Una Luisana Lopilato de 14 años hace un strip tease sobre el escenario del salón de actos de la escuela, vestida de colegiala, hasta quedar en culotte, (la canción “culo sexy” suena de fondo) en medio de un acto escolar. El objetivo: hacer sentir celoso a su papá, con quien tiene un vínculo que de daddy que trasciende el complejo de edipo. En el mismo episodio Camila Bordonaba, que en la ficción tiene 15 años, deja en claro que es una chica bien rebelde posando en bombacha y en tetas en un shooting rodeada de adultos, pero ojo, es cuidado, porque está haciendo body-painting. En el resto de la tira, las alumnas de la exclusiva Elite Way School, que pesaban menos que un trapo rejilla, aparecen en cada capítulo lo más sexualizadas posibles. Al punto de que era intrigante pensar: ¿a qué público apuntaba, realmente, esta serie?
Mezcla de hormonalidad teen y el dramatismo de las telenovelas mexicanas, Cris romantizaba la violencia física ejercida por los varones en la tira porque “si te trata mal, es porque te quiere”. Los vínculos entre preceptoras y alumnas, la idea de que las chicas vírgenes son re tontas y las más fáciles son las más zorras, y las únicas que son respetables son las que cogen “con el amor de su vida”. Un capítulo aparte merece el caso de Ángeles Balbiani, que interpretaba a “la gorda” de la escuela. Años después, Angie contó cómo esta experiencia de humillación dentro y fuera de la pantalla, que ocurría con el visto bueno de Cris (una de las grandes gordofóbicas de este país, junto a Cormillot), influyó en su vida, desencadenando episodios de TCA.
Estas categorizaciones trascendieron la pantalla, sedimentando un sentido común patriarcal, gordofóbico y que celebraba la sexualización de niñas y adolescentes. Nunca olvidaremos cómo Luisana, con 15 años, era invitada (vestida de colegiala) a programas de televisión donde un panel de varones de más de 45 años le hacían preguntas incisivas sobre su sexualidad y si estaría con hombres de 40 o 50 años; mientras que le señalaban que muchas trabajadoras sexuales “ratoneaban” a sus clientes queriéndose parecer a ella. O la obsesión de la prensa alrededor de sus tetas y su virginidad. Claro; si “es una nena” (léase con voz de Francella, claro).
Y, como corolario, está el episodio de Thelma Fardín y su denuncia contra Juan Darthes, que hasta el día de hoy muchísima gente no puede creer como un tipo tan pintón y “buen compañero” haya sido capaz de hacerle algo así a una nena. Otro TIPAZO que nos dejó la TV.
Aunque en 2024 se está generando la idea extendida de que el feminismo “ya fue”, enmarcado en una nueva subjetividad machista y neoliberal, es necesario volver a revisitar estas narrativas que marcaron generaciones y seguir desenterrando estas historias que durante años fueron silenciadas, normalizadas o hasta celebradaas. Quizás estos programas, como tantos otros más estrenados a principios de los 2000, nos den algunas pistas para seguir explorando cómo se y representan HOY situaciones de abuso disfrazadas de comedia. Sobre todo, cuando esos mensajes protagonizan la sección de tuits likeados del presidente.