Portada del nuevo libro de Pedro Saborido

EL RÓTULO DE UNA RELACIÓN

Beethoven Saralegui, repositor de supermercados de origen uruguayo, cuenta cómo su oficio lo llevó a ser un famoso especialista en un insólito rubro: “Un día en el súper, se me apareció una mina de unos 30 años que me preguntó: ‘¿Dónde está el líquido para carburador de licuadoras?’ Le contesté: ‘En la tercera góndola, a la izquierda de los artículos de limpieza existenciales, atrás de las mascotas de goma, al costado de las caretas de Mick Jagger de segundas marcas, antes de los repelentes para inmigrantes del Caribe y después de los masajeadores anticelulitis a pedal”.

–¿Y dónde puedo encontrar el Cif para lustrar embajadores de Australia?

–Atrás de la góndola de fundas para celulares con motivos vergonzantes, después de los cepillos para peinar socialdemócratas, en el pasillo de botellas de fernet para partirles en la frente a tipos hijos de puta que usan barba candado.

–Bien... Ya que sabe tanto de ubicaciones... ¿dónde puedo ubicar una relación en la que tengo sexo sin amor una semana y amor sin sexo las dos semanas siguientes? Además de ser una pareja abierta, pero solo martes y jueves de 14 a 19.

–No entiendo. Acá, en supermercados Coto, no hay eso. Por ahí en Carrefour. Son franceses y siempre parecen más homosexuales y muy sexualmente dados al libertinaje erótico. Pero, igual, lo veo difícil, porque eso no se vende. O sí, pero...

–No me refiero a comprar o adquirir esa relación. Sino a clasificarla. Porque ya la tengo. ¿En qué categoría/góndola usted metería eso?

–Ehhhhrrrr... —dudé unos segundos durante los que me pregunté: ¿tengo que contestarle eso?

No estaba obligado, no era mi trabajo. Sin embargo, quería hacerlo. Una parte de mi mente ya se estaba ocupando de cómo catalogar esa relación. Y así, de pronto, sin dudar y con solo el empuje de mi vocación por ayudarla, le contesté intuitivamente:

–Dado que se establece por tiempos y horarios, puedo decirle que son esto: amantes con alternancia cariño-amistosa social y libertades eventuales en un 4% del total de compromiso.

–¡Exacto! Está muy bien eso. Me encanta. ¡Es eso! Gracias. Ya no voy a tener que estar preguntándole a Ricardo todo el tiempo: “¿Somos novios? ¿Somos pareja? ¿Somos solo amantes? A esta altura de la relación... ¿qué somos?” Ahora lo sé: llevamos dos años de amantes con alternancia cariño-amistosa social y libertades eventuales en un 4% del total de compromiso. Es bueno para mí saberlo. Ahora les puedo decir “qué somos” a mi mamá y a mis amigas. A Ricardo después veré si le digo, o no. Pero yo ya estoy más tranquila. Gracias, nuevamente.

Al otro día, ya me había olvidado del asunto. Mientras reponía la góndola de alimento balancea- do para jueces federales, se me acercó un tipo más bien grande, con una señora muy elegante:
–Dígame... ¿cómo se puede catalogar una relación de pareja abierta, pero condicionada a que los terceros, cuartos, quintos o sextos en cuestión cumplan con la condición de ser simpatizantes del Real Madrid, además de no poder llamarse Octavio ni Aída, ni gusten de bailar salsa o merengue?

Sin contestarle, me di vuelta y empecé a alejarme. Me molestó la situación. Pero en la góndola de odontólogos inflables se me acercó una chica y me preguntó:

–¿Usted es el repositor que cataloga relaciones? Con mi marido nos encanta divorciarnos para después volver a juntarnos y volver a divorciarnos. Ya van catorce veces en ocho años. No sé si gozamos con el reencuentro, o lo que nos gusta es el angustiante alivio y la libertad que a veces nos regala el divorcio. Esta vez no coordinamos bien y él está divorciándose mien- tras yo me estoy volviéndome a enamorar. ¿Cómo se le puede llamar a eso? ¿Qué somos? Por favor... necesito saberlo.

Obvio que, intuitivamente, sabía cómo catalogar esa alternancia divorcio-romántica, pero me escapé hacia el sector de mamparas para baños, mamparas para varios y mamparas para Marios. Pero me esperaba lo peor. Era evidente que la mujer del día anterior había comentado, seguramente por redes, donde se había viralizado, que yo le había dado nombre y definición a su relación. Solo eso podía explicar que hubiera más de doscientas personas reclamándome clasificar las relaciones que tenían.

–Nos enamoramos porque los dos sabemos cambiar el flotante de un tanque. ¿Cómo se llama eso?

–Yo estoy saliendo con Mónica. Pero ella todavía no lo sabe. ¿Qué somos?

–Queremos tener una pareja distinta: no vivimos juntos, no tenemos sexo, no paseamos juntos, no nos hablamos, no sabemos nuestros nombres. Apenas nos vimos una vez un minuto y medio y quedamos en ser una posible y potencial pareja. ¿Es una no-pareja? ¿Es una pareja ideal ya que es puro potencial? ¿Qué somos?

Concubinatos en diferido, amantes tercerizados, parejas de frecuencia discontinua y de asimetría afectiva. Todos buscaban saber qué eran. ¿Por qué yo podía decírselo? Cuando ya estaba desesperado frente a todos esos clientes a los que no podía dar respuesta, llegó en su carrito de supermercado a motor naftero Audi, de lujo, doble tracción, Don Alfredo Coto, dueño del supermercado. Me puso una mano en el hombro y me dijo:

–En un don, hay una condena.

Me quedé en silencio, lo que también era una pregunta. Y entonces me explicó:

–El capitalismo muestra, a través de la diversificación de productos, su contacto con el deseo particular de cada uno de los integrantes de las masas. Entonces produce con más particularidades. Mil variantes de quesos, dulces, televisores, medias, detergentes. Con fragancia a limón, con chispitas de chocolate, de 458 pulgadas, eco friendly o sin azúcares. Pero, a más par- ticularización, más deseo particularizado y, entonces, más diversificación de productos.

–Lo mismo pasa con las relaciones, supongo —dije.

–Así es. Se reconocen más particularidades. Por eso las parejas abiertas, el desapego y todo eso. Se necesitan nuevos nombres, nuevas categorías, nuevas definiciones.

–Pero una relación no es un producto –cuestioné.

–Sí lo es. Analizalo bien. Estás todo el día acomodando productos. Si lo pensás, lo vas a entender –remató Don Alfredo, yéndose con su carrito de supermercado Audi.

Y ahí me di cuenta de que sí somos productos. Todos distintos. Todos particulares. Con cada vez más permiso social para serlo y ejercer y declamar –¡los autopercibimientos!– cada particularidad. Y una relación no es más que un aparato, un producto de dos o más personas, es decir, de dos o más productos de la vida. Una relación es un producto de la vida, resultado de la combinación de otros productos de la vida, o sea, nosotros.

Lo dije en voz alta y todos me aplaudieron.

A partir de ese día me convertí en un falso repositor que solo esperaba entre las góndolas para ayudar a la gente en su necesidad: saber qué eran. Terminar con el torturante “¿Qué somos?”. Y tratar de darles una solución a esos ojos que ruegan, como los de esa chica, que conoció recién a un tipo que sabe que va a ser el padre de sus hijos, pero que es claro que se va a divorciar porque ya percibe que es un imbécil. Lo vio en la sección de electrodomésticos, en la góndola de hornos a microondas, hornos a micro “buenas ondas” y hornos a micro “¿qué ondas?”. Le dije que, si lo que sintió fue un flechazo, es que se iban a convertir en “futuros padres divorciados a primera vista”. Y se fue tranquila.

Pedro Saborido (Foto: Sandra Cartasso)

CÓMO SE REPARTE UN PASADO

Una pareja de mediana edad está hablando, en forma razonable, acerca de su separación:

–Bueno, Gabriela, está claro que vos te quedás con el auto, el monopatín de seis ruedas para estúpidos y con Miguel Feldman, el cellista que es odontólogo en sus ratos libres. Yo, con la camioneta, la máquina de hacer galletas con cara de Bruce Springsteen y el derecho a llamar a Damián, el plomero paraguayo que te pasa el presupuesto en guaraní, y quejarme por lo que cobra.

–De acuerdo. Deberíamos ver qué hacemos con Nancy y Julio. Siempre es un problema una pareja amiga. Podemos quedarnos con uno cada uno, hacer turnos para verlos o empujarlos y convencerlos de que también se separen, así compartimos temas de conversación.

–Los recuerdos de Villa Gesell. Las tazas que nos robamos del balneario El Náutico. La nave de Star Trek hecha con caracoles, que en realidad parece una maqueta de unas trompas de Falopio. La arena. El viento. El mar.

–El sonido de las olas. Y el canto de los vendedores de churros a los que no se les entiende que están vendiendo churros. 

–El problema de divorciarnos es qué hacemos con los recuerdos, con el pasado. ¿Cómo nos dividimos esos días en los que estábamos bien? ¿Quién se queda con el recuerdo del nacimiento de Andrea y Mora? ¿Quién con las noches de amor cuando las concebimos? Las sábanas revueltas. Los jadeos y los aullidos de placer. La noche en que nos fumamos tanto que no sabíamos cómo volver a casa, cuando en realidad estábamos en casa.

–Qué difícil repartirse el pasado cuando fue tan hermoso. ¿Qué se hace cuando uno se divorcia? ¿Se arrepiente? ¿Se niega? ¿Se olvida?

–¿Qué hacemos con Maradona?

–¿Eh?

–Es un recuerdo. Los dos lo amamos. ¿Qué hacemos con él?

–La foto que tenemos con él. Uno se puede quedar con el original. Lo sorteamos. El merchandising: veinte pósters cada uno. Vos te podés quedar con el Maradona inflable para la pileta y yo con la corneta que soplás y se escucha "la tenés adentrooo...".

–Eso está bien. Pero, ¿y los recuerdos? Tenemos muchos recuerdos juntos. Nos pusimos de novios el día que le ganamos a Inglaterra en México.

–Éramos una nena y un nene. ¡Cómo nos besamos ese día!

–Muy apasionados estábamos, Gabriela. Ahora no tenemos sexo desde que estrenaron Avatar. O Titanic. Era seguro una de James Cameron...

–La verdad es que me gustaría quedarme con los recuerdos de Maradona. Sobre todo, el de ese día. Besándonos con el relato de Víctor Hugo...

–Pero es claro que ese gol influyó en nuestro amor. Más de una vez en pleno coito me dijiste "¡Vos sos mi Negro Enrique!". Siempre entendí que era por el pase del gol...

–¿Ves lo que te digo? Vivimos muchas cosas en nuestra vida con Maradona. Es difícil suponer una vida sin él. Obvio que no es que uno estuviera siempre pen- diente de lo que hacía. Pero ahora ya está... no hay más noticias. Se fue, como nuestro amor.

–Yo también lo extraño, Mariano. Era como la Luna. No la mirás todo el tiempo. Pero cada tanto la ves. A veces te sorprende la belleza, a veces te parece vulgar. Pero está siempre ahí.

–Claro. Ahora es como si un día miraras al cielo y no está. Y no porque hay luna nueva. Sino porque no está más. Ahora es un montón de recuerdos.

–Así que, si nos vamos a separar, nos vamos a tener que repartir los recuerdos. Yo me quedaría con Diego cebollita y el de Argentinos Juniors.

–Yo me quedo con Diego en el Nápoli y cuando andaba con el camión Scania por Barrio Parque.

–Entonces yo me quedo con el de Boca y el del rifle de aire comprimido contra los periodistas.

–Entonces, Gabriela, dejame el Maradona con la Tota.

–Entiendo, Mariano, querés ese Maradona edípico. Entonces, seguro que podés dejarme el Maradona del tatuaje del Che Guevara.

–Bien, bien, Gabriela. Te dejo toda la internación en Cuba. Y yo me quedo con el abrazo con el Papa. Y con Kadhafi...

–Que quede claro que las charlas con Fidel son para mí, Mariano.

–Por supuesto. Deberías llevarte también el "Me cortaron las piernas".

–No, gracias. La parte de la enfermera, la efedrina y todos esos asuntos te los dejo.

–No, Gabriela. Los amores son para lo bueno y lo no bueno. No dejes afuera lo que no te gusta. Tendremos que llevarnos los recuerdos de Maradona completos.

–¿Me puedo hacer la boluda con algunos? ¿Hacer como que no los recuerdo?

–Haciéndonos los boludos, como que no nos dábamos cuenta, fue como nuestro amor llegó hasta acá.

–Se rompió el equilibrio. Ya tantos recuerdos hermosos no compensan un presente del orto.

–Qué bueno que los chicos son grandes y van a entender que nos separamos, Gabriela.

–Más difícil es explicárselo a los recuerdos. Cómo algo tan bello se convirtió en una mierda.

–¿Qué hacemos con el loro nuevo al que le enseñaste a cantar la marcha peronista en inglés?

–Una semana cada uno.

–Dale.