CULTURA DIGITAL › HACKTIVISTAS DETENIDOS POR INHABILITAR SITIOS WEB

Anonymous, la palabra más buscada

Esta organización de militantes en “defensa de la libertad de expresión” a través de Internet sufrió algunos golpes y respondió con furia, volteando sitios web. Ayer, los activistas “bajaron” sitios turcos.

 Por Mariano Blejman

“Fire, fire, fire”, “go, go, go”, “Just keep firing” (“fuego, vamos, sigan disparando”), leía ayer este cronista a las 17.38 hora argentina en uno de los canales de comunicación usados por la organización Anonymous para coordinar los ataques cibernéticos. El blanco esta vez era un sitio del gobierno turco, bilisimsuclari.iem.gov.tr ,y, a través de los canales de chat, se podía observar la organización del ataque. La dirección para atacar fue posteada a último momento cuando todos tenían sus “cañones” prendidos. El objetivo era dar de baja el sitio turco para captar la atención internacional luego de la detención de 32 supuestos militantes de Anonymous en Turquía. Diez minutos después, unos veinte activistas digitales tiraban abajo el sitio turco. A las 19 horas también habían bajado adalet.gov.tr.

Este tipo de acciones ocurre cotidianamente en los últimos tiempos. Son ataques eminentemente político-culturales, que suelen afectar a gobiernos y empresas grandes involucrados en alguna acción que el “colectivo” de Internet interpreta como un ataque a la libertad de expresión. Algunos ataques tienen más prensa que otros. Y no en todos los países tienen el mismo tipo de pena (de hecho, en la Argentina este tipo de acto ni siquiera está tipificado en el Código Penal). El concepto de denegación distribuida de servicio (ddos) consiste en que muchas computadoras accedan al mismo tiempo a una misma dirección, bloqueando el acceso para todo el mundo. Este “sistema” de protesta empieza a ser conocido ahora masivamente: cada vez que un activista de Anonymous es arrestado, o se vulnera algún derecho a la libre información (dar de baja wikileaks.org puede ser un motivo), una masa de militantes vuelve a la carga contra “el sistema” y da de baja algún sitio clave involucrado en las detenciones o en las acciones de hostigamiento. Los últimos días volvieron a poner a Anonymous en el centro de los medios, los gobiernos, los aparatos policíacos y –claro– los nuevos militantes por la libertad de expresión en Internet.

“Somos anónimos, somos legión, no perdonamos, no olvidamos”, son algunas de las frases que usan los militantes de Anonymous, que han tomado la mascarilla de la película V de Vendetta, basada en el comic de Alan Moore, que funciona como una crítica a la sociedad de control. Es la idea de adoptar una máscara para liberar a una sociedad de la censura efectuada por los gobiernos y las corporaciones. Esconderse en el anonimato para liberarse de los controles es la disyuntiva que plantean. Anonymous tiene todos los condimentos necesarios para conseguir seguidores jóvenes activos y mala prensa mediática: sigue la lógica de la interconexión para coordinar acciones, usa la velocidad como instrumento perturbador, descree de personalismos para tomar decisiones, defiende el flujo libre de información y comunicación, es –en estos momentos– algo así como la conciencia ética de la red. El daño real que puedan lograr los militantes de Anonymous es mucho menor que el simbólico: lo que queda es la idea de que la información debe circular libremente.

El asunto es que este colectivo que apoya el “libre flujo de la información” es un organismo espontáneo en el cual cualquiera puede sumarse de manera bastante sencilla: sólo basta con saber dónde apuntar los cañones digitales a través de un software libre llamado LOIC, o de proponer uno que tenga cabida en los canales de chat. Porque nadie seguirá un ataque a ningún sitio si el “colectivo” estima que es un objetivo que no se lo merece. Y ya que se basa en la participación espontánea, no es muy difícil saber cuál será la próxima acción. De allí que la pantomima organizada por la policía española el viernes pasado, cuando anunció la detención de tres “cabecillas” de Anonymous que supuestamente habían participado de ataques, fue el centro de todas las risas en Twitter.

Aunque los hacktivistas más respetados de Anonymous saben enmascarar sus direcciones de Internet a través de redes privadas virtuales o proxies, la mayoría de los activistas “anónimos” no son especialistas en seguridad informática, participan voluntariamente de los ataques en muchas ocasiones develando su información, no usan máquinas infectadas para atacar, y suelen ser personas con algo de tiempo libre y la sensación de que hay algo injusto, y que deberían llamar la atención. La detención de estas tres personas, “cabecillas” de la “organización de hackers organizada en células”, fue correspondida con un ataque al sitio policia.es dado de baja el lunes a la madrugada, organizado bajo el hashtag #OpPolicia. Al parecer, las cabecillas no eran tales.

Lo de la policía española con Anonymous es algo así como el encuentro de dos mundos: los oficiales creen estar lidiando con alguna célula perdida de la ETA o de los talibán, mientras que Anonymous encarna una cultura de intercambio preexistente a la invención de Internet, claro, pero que se ejerce cotidianamente en la presunción de que liberar cualquier información es bueno para las sociedades. La de Anonymous es apenas una idea (diría Sarmiento), y es difícil matar a las ideas. Sin embargo, la detención de 32 personas en Turquía denota una situación un tanto más preocupante en cuanto a la ignorancia de la gran mayoría de los voluntarios que quieren participar: moverse sin dejar rastros por Internet no es sencillo, y requiere de una serie de conocimientos técnicos que Anonymous no ha desarrollado entre sus filas con especial dedicación. Y ser detenido en España, se sabe, no tiene las mismas implicancias que en otros países, como es el caso de Turquía, Egipto, Túnez, Argelia o China.

El caso de Wael Ghonim, ejecutivo de Google que encendió el fósforo de la revuelta convocando a una movilización en Egipto (y que recientemente dejó Google), no tiene nada que ver con Anonymous, está claro, pero sí muestra el impacto del rastreo de direcciones de Internet en la vida cotidiana de los militantes sociales: Ghonim (que no había usado su nombre real en Facebook) fue detenido a las pocas horas de haber convocado a la marcha, estuvo preso una decena de días y salió en libertad gracias a que la “revuelta” triunfó en Egipto, convertido en héroe nacional. Pero no todas las historias terminan así.

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