CIENCIA › DIáLOGO CON JUAN JOSé FANARA, DOCTOR EN BIOLOGíA

Avatares, evolución e ideología

El jinete se siente evolucionar, pero no sabe en qué dirección, ya que la evolución es una fuerza ciega: ¿terminará como un mamut, como un hipopótamo, como una mosca o algo parecido? Para tranquilizarse, recurre a un biólogo evolucionista.

 Por Leonardo Moledo

–A ver, voy a empezar como casi siempre: ¿Qué estudia usted?

–La dinámica de los genes en las poblaciones naturales. Con “dinámica” me refiero al cambio de frecuencia en los genes de acuerdo con algunas características relacionadas con el clima, con la geografía (que muchas veces están muy relacionados). Esa es una parte del proyecto. La otra parte es la identificación de la función de algunos genes.

–Empecemos por la primera parte, si le parece bien.

–Me parece bien. A ver... En cuanto uno sale a la calle lo que ve es una gran diversidad de formas, tanto sea entre distintas especies como dentro de una misma especie. A mí lo que me interesa ahora es la diferencia de formas dentro de una misma especie. ¿A qué se debe esa diferencia? Fundamentalmente, a dos cuestiones. Una es la composición genética que tiene cada uno de los individuos que forman parte de esa especie, cuál es la frecuencia de aparición de los alelos (las diferentes formas que tiene un gen) y la otra es el ambiente. Además hay una relación entre la composición genética y ese ambiente. Lo que yo intento estudiar es cómo las diferentes frecuencias de los genes interactúan con el ambiente de forma tal de expresar lo que nosotros vemos y caracterizamos como el fenotipo, es decir, el tamaño, el color, el comportamiento, la susceptibilidad a enfermedades, etcétera. Eso es lo que uno mide para ver qué tan bien está adaptado un organismo a un determinado ambiente.

–Cuando habla de diferencias intraespecie, ¿son diferencias muy grandes?

–No necesariamente. A mí las que me interesan son las diferencias que estadísticamente resultan ser significativas.

–A ver, por ejemplo, en los gatos...

–Me interesaría el color, el tamaño, la forma de la cabeza, su comportamiento de prelación y de huida, el tiempo que tarda en desarrollarse. Y trato de ver si esas características están relacionadas con alguna particularidad del ambiente específico. Supongamos que los gatos blancos estén mejor adaptados a condiciones de frío y los gatos negros, a condiciones de mayor temperatura.

–¿Y es esa la situación que mantiene el mecanismo de la selección natural?

–Es la piedra fundamental. Cuando uno habla de selección natural, se habla de diferencias al nivel del fenotipo. El fenotipo es, de algún modo, la interacción entre una determinada información genética (genotipo) y el ambiente. Una determinada información genética puede estar muy bien adaptada a un ambiente A y muy mal adaptada a un ambiente B. Esa relación genotipo-ambiente es fundamental. Tres cosas, entonces, son fundamentales para comprender la variación del fenotipo. La primera: las diferencias a nivel del genotipo. Su información genética es diferente de la mía. La segunda: el ambiente. No es lo mismo el desierto que el bosque o que la selva. La tercera: la relación con el ambiente. Usted y yo nos vamos a desenvolver de manera diferente en esos tres ambientes.

–¿No hay un poco de riesgo de caer en el darwinismo social?

–No necesariamente. El darwinismo social se nutre de la selección natural para poder explicar un montón de teorías que están relacionadas con el comportamiento social, y el egoísmo...

–También trata de justificar la dominación de unas personas sobre otras, o la eugenesia.

–Pero nuestro proyecto de investigación no tiene nada que ver con eso. Tratamos de identificar la composición genética de una población (por ejemplo, moscas que se desarrollan a diferentes altitudes) y ver cómo cambia el comportamiento si efectuamos variaciones. Por ejemplo: hacemos criar esas moscas a diferentes temperaturas, para ver si el comportamiento de las moscas de alta y de baja altitud está relacionado con su crianza en diferentes temperaturas.

–Además, lo que en un ambiente es adaptativo en otro no lo es.

–Claro. El término “adaptativo” no es absoluto sino relativo.

–Y eso es importante desde el punto de vista ideológico, porque al no haber características que sean ontológicamente superiores a otras evitamos creer en la superioridad de, por ejemplo, una raza sobre otra (lo cual, como sabemos, llevó a las más espantosas masacres).

–Sí, claro.

–¿Cuántas generaciones hacen falta para que aparezca un cambio genético significativo que se convierta en un rasgo adaptativo? Por ejemplo, ¿cuántas generaciones hay entre el antecesor del elefante y el elefante?

–Si le contestara eso, le mentiría, porque hay muchísimos factores que inciden. En primer lugar, habría que decir que no todos los nucleótidos tienen el mismo peso. Hay genes que tienen una “categoría” jerárquica superior. Los homeobox, por ejemplo. No es lo mismo que surja una mutación en un gen “superior” que una mutación que surja abajo. Si surge arriba, probablemente la cascada de cambios será mucho mayor y la selección natural actuará con mayor fuerza. Si ocurre a nivel superior y la selección lo “dejó pasar”, el tiempo necesario para que ocurra un cambio adaptativo va a ser mucho mayor, porque está actuando sobre muchos más genes que si actuara abajo. No todo evoluciona a la misma tasa.

–Aun si consideramos que hubo 600 millones de años en el medio, es muy poco intuitivo cómo uno de esos bichos se convirtió en hipopótamo.

–Hay tantas cosas no intuitivas en las ciencias...

–Me gustaría que hablemos un poco de la teoría sintética de la evolución y de la teoría del equilibrio puntuado. La sintética se basa en un gradualismo total. La del equilibrio puntuado, en cambio, se basa en la idea de períodos de evolución rápida y períodos de estasis o quietud.

–Igualmente no se olvide que son teorías concebidas con una diferencia temporal muy grande. La sintética se postula a finales del ’30 y principios del ’40, cuando prácticamente no se conocía nada de la estructura del gen (Watson y Crick describieron el ADN en el ’53). Mucha de la teoría sintética estaba basada en estudios de campo con moscas. En el caso de Stephen Jay Gould, su teoría es de los años ’70 y ya cuenta con todo un bagaje sobre genética, ya se empezaba a pensar en una estructura jerárquica de los genes.

–También había una cosa ideológica.

–Desde ya...

–Porque la teoría del equilibrio puntuado permitía pensar que el hombre no estaba evolucionando en ese momento preciso...

–Claro.

–¿Y hoy en día se toma como posibilidad el equilibrio puntuado?

–Sí, claro. Yo creo que ambas teorías conviven. Es muy complicado llegar a una síntesis total entre las dos. Le pongo un ejemplo: en el hombre uno ve una evolución en mosaico. No es lo mismo la evolución del cerebro o de la capacidad craneana que la evolución del largo del cúbito, o del fémur. Cada una de nuestras partes puede llegar a evolucionar a tasas diferentes.

–Lo que quería señalar es que, dado que la evolución ha sido usada con fines racistas, fascistas, eugenésicos, no podemos desprendernos del bagaje ideológico que la acompaña. Y Gould es muy consciente de eso.

–Sí.

–¿Y qué más me puede contar sobre la evolución?

–Por un lado, que es una cosa impredecible, ciega y azarosa. Uno puede estudiar la evolución a nivel del fenotipo, pero cuando uno trata de entender cómo es que se construye la evolución, cuáles son los mecanismos que determinan la evolución, todo se vuelve muy pero muy complejo.

–La biología evolutiva no es una ciencia newtoniana. La postulación de la evolución y de la termodinámica adelantan lo que va a pasar a fines del siglo XIX con la ciencia.

–Sí, estoy de acuerdo con eso. Y por otro lado, es necesario desarmar la idea de que lo más evolucionado es lo más perfecto. Nosotros, por ejemplo, somos muy evolucionados, pero si nos tiran al río nos morimos en dos minutos.

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Imagen: Daniel Dabove
 
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