CIENCIA › DIáLOGO CON CARINA CORTASSA, DOCTORA EN CIENCIA Y CULTURA, INVESTIGADORA EN EL CENTRO REDES

La ciencia, la tecnología y sus públicos

Las representaciones que tanto los científicos como el resto de los ciudadanos tienen de lo que es la ciencia influyen en la comunicación pública de los saberes y condicionan el diálogo entre investigadores, divulgadores y lectores.

 Por Leonardo Moledo

–Acaba de publicar el libro La ciencia ante el público, que es el resultado de su tesis doctoral.

–Sí. El libro es el resultado de muchos años de trabajo en el área de los estudios de ciencia, tecnología y sociedad. Yo me concentro en un campo específico, que es el de la comprensión pública de la ciencia.

–Y eso es...

–De qué forma el conocimiento científico trasciende los límites de las comunidades especializadas y es apropiado y se disemina en la sociedad. Eso se establece, por ejemplo, a través de los medios de comunicación, a través del periodismo científico, de los divulgadores, del jinete hipotético, de las visitas a Tecnópolis. Lo que yo estudio no es ese contacto que se establece en la educación formal sino el que perdura a lo largo de toda la vida de un sujeto a través de otros mecanismos: los de mediación o interfaz.

–¿Por qué es importante saber lo que pasa ahí? ¿Y qué pasa ahí?

–Yo creo que es importante saber lo que pasa ahí por distintos motivos. Uno puede estar interesado por este tipo de cuestiones porque cree que todo el mundo debería poder disfrutar de la ciencia como un bien cultural, igual que de la literatura, de la música o del cine. Pero también puede haber otro interés: el sentido cívico, es decir, la formación de ciudadanía en ciencia y tecnología. Esta formación cívica tiene que ver con el hecho insoslayable de que la ciencia y la tecnología son hoy en día dimensiones constitutivas de nuestra sociedad contemporánea; atraviesan todos los procesos. Pero no sólo a nivel macrosocial sino a nivel cotidiano: toda nuestra vida está atravesada por el conocimiento científico y tecnológico.

–Lo que pasa es que yo no necesito el conocimiento científico para usar las cosas que uso.

–Pero tal vez sí necesita otras cosas, como leer los prospectos médicos o las características de los alimentos que consumen. Pero más allá de este nivel cotidiano, hay discusiones a nivel macro, como el debate que está asomando de la muerte asistida o el debate sobre la investigación de células madre embrionarias.

–O sobre la megaminería...

–Sí. Todas estas cuestiones son percibidas por el ciudadano, mucho más de lo que creemos. Yo lo que hago en el libro es tratar de hablar con la gente sobre ciencia, y de lo que me doy cuenta es de que son cosas que a la gente le interesan. La gente quiere ser parte de este tipo de discusiones. Creo que hay una imagen de “la gente”, que es la que se manejó históricamente, que es que esa gente es desinteresada, pasiva e ignorante en cuestiones de ciencia. Pero lo que pasa es que de algún modo es preciso, para que esa discusión sea posible, que se compartan ciertos conceptos básicos. Porque si no, no tenemos un diálogo sino un monólogo a dos voces.

–¿Por ejemplo?

–Por ejemplo: ¿por qué necesitaría la gente acceder al concepto de “proceso de lixiviado”? Y, porque la discusión necesariamente se establece en esos términos. Quien no puede disponer de ese tipo de conceptos queda afuera de la discusión. Tiene que haber un umbral de comunicabilidad mínimo en el cual se compartan ciertos conceptos (que signifiquen lo mismo para todos) el diálogo no es posible.

–¿Entonces?

–Yo lo que planteo es un modelo cognitivo, un modelo de la interacción epistémica. Planteo mi modelo de cómo se plantea la interacción entre el público, el mediador (un divulgador) y el científico. Lo que estudio es cómo circula el conocimiento hasta el momento en que es apropiado por el público. Trabajo con dos marcos teóricos importantes: uno, el de la epistemología social (que estudia cómo circula el conocimiento entre agentes con posiciones asimétricas) y el otro, la teoría de la representación social, una corriente de la psicología social que estudia el modo en que ciertas estructuras psicosociales inciden sobre la percepción que la gente tiene sobre determinados problemas, como la figura del científico o la de la ciencia. Entonces lo que yo trato es de hacer confluir dos dimensiones de esa interacción: el problema de la dimensión epistémica y el de la dimensión simbólica. Científicos, divulgadores y público son heterogéneos en dos planos: son heterogéneos en cuanto a sus competencias, capacidades y saberes, pero también son heterogéneos en cuanto a sus representaciones. Yo trato de ver, entonces, de qué modo esas interacciones inciden sobre la representación epistémica.

–¿Y de qué modo inciden?

–Inciden de varias maneras. En primer lugar, inciden porque ese tipo de representaciones sobre lo que es la ciencia, o el científico, crean anticipaciones sobre cómo es esa relación. Por ejemplo, la gente tiene una imagen de la ciencia y del científico, muy extendida, como el lugar de la certeza, de la certidumbre, de la verdad. Eso genera una expectativa respecto de la ciencia y los científicos que es desmedida...

–Genera una expectativa, pero además genera temor.

–Sí, claro. La teoría de las representaciones sociales supone que hay una doble representación, que se compone de una suerte de “núcleo duro” y elementos periféricos. Ciencia y tecnología son cara y ceca. El núcleo duro genera seguridad, bienestar, admiración, respeto, pero la periferia genera incertidumbre, demanda de cuidado, algo de miedo. Ambas cosas vienen pegadas. El marco teórico con el que yo trabajo permite comprender el problema de la ambivalencia de la imagen pública que tiene la ciencia.

–Volvamos al tema anterior...

–Bueno, esas representaciones que tiene la gente también las tiene el científico, que posee sus propias ideas sobre lo que es la ciencia. Y el divulgador tiene la propia. Se genera entonces una red de anticipaciones y expectativas que condicionan las actitudes con las que cada uno se incorpora al diálogo. Pero por otro lado, también inciden en el resultado, que es el modo en que una vez que la gente ha accedido a algún tipo de conocimiento nuevo lo incorpora a su propio bagaje de creencias.

–¿Por ejemplo?

–Cuando la gente se encuentra con un conocimiento que le parece muy improbable, como cuando lee que se encontró agua en un planeta extrasolar, la imagen previa que tiene de la ciencia le permite aceptarlo mucho más fácilmente. Como la ciencia ha demostrado muchas veces que cosas que parecían improbables efectivamente son como lo decía, el lector está más dispuesto a aceptar la noticia como cierta. Otro ejemplo: las dos patas de la ciencia (básica y tecnología) hacen que la gente vea a la tecnología como la materialización de la ciencia básica. El hecho de que un objeto hecho para calentar cosas, como el microondas, efectivamente caliente cosas, me da la pauta de que detrás de eso hay un conocimiento válido, y que además existe una entidad tal como las “microondas”, aunque yo no sepa qué son ni cómo funcionan. Es una especie de realismo a la Hacking: si las entidades son manipulables, es porque detrás hay algo cierto. Lo que yo quiero mostrar es que el tipo de razonamiento involucrado en la aceptación del conocimiento es irreductible a razones de tipo cognitivo, es decir, hay motivaciones que no tienen que ver estrictamente con entender o no entender.

–Eso pasa con los científicos también... Muchas veces la elección de la teoría no es debida a temas estrictamente cognitivos.

–Sí, claro. Hay valores no epistémicos que intervienen en la elección de una teoría. Lo que yo digo entonces es que hay otro tipo de cuestiones, no estrictamente cognitivas, que interviene en el modo en que la gente acepta y se apropia de teorías científicas.

–¿Cuáles son esas motivaciones?

–Las que están condicionadas por la representación que la gente tiene de lo que es la ciencia, que son las que le vengo contando: la motivación por la imagen de la ciencia como progreso y certidumbre y la motivación fundada en la historia de éxitos cognitivos, entre otras. Y hay una motivación que es muy importante, que es la credibilidad del agente de interfaz.

–¿De qué depende eso?

–Bueno, la gente tiene no sólo una imagen de sí y del científico sino de los agentes de interfaz, y sabe en qué agentes de interfaz puede depositar mayor o menor confianza. Una misma información (por ejemplo, que se descubrió agua en un planeta extrasolar) tiene diferentes grados de aceptabilidad de acuerdo con el medio donde aparezca: si sale en un diario serio, se le cree; si aparece en una revista de ovnis, no. La gente no puede juzgar por la noticia en sí, sino por el lugar donde aparece. La misma proposición se juzga como verdadera o falsa, según el medio.

–Eso es lo mismo que con cualquier otra noticia...

–Sí. Lo que todavía no se sabe muy bien, y ése es un problema muy interesante, es a quién le cree la gente. Por un lado está el científico que dice “hay agua en Marte” y por el otro está el periodista o el jinete hipotético, que le transmite a la gente lo que dice el científico. La gente no tiene mucha referencia para juzgar la credibilidad del científico original; en todo caso, la referencia que puede tener es la que le da la propia interfaz.

–¿Se puede creer lo que no se puede comprender?

–Hay que hacer una diferencia entre “creer” y “aceptar”. Cuando hablamos de “creencia”, parece ser una disposición involuntaria. Es importante distinguirlo de la aceptación, del acto intencional de aceptar una proposición científica. La gente marca muy bien la diferencia entre la creencia en la ciencia y la creencia religiosa. Nadie pide ver a Dios para creer o no. Del mismo modo, nosotros no podemos ver el agua en el planeta extrasolar, pero demandamos que, si se nos afirma que existe, se muestre algún tipo de evidencia que opere como garante de esa institución.

–Es una actitud más científica.

–Y lo que es importante ver es que la confianza en la ciencia no es una confianza ciega. No hay que hacer la analogía entre ser confiado y ser crédulo. Porque históricamente se dice que la gente confía en la ciencia, como si fuera crédula. Y eso está mal. Para que la ciencia pueda avanzar y circular por la sociedad es necesario que haya confianza epistémica.

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Imagen: Leandro Teysseire
 
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