CONTRATAPA

Homo Pausa

 Por Rodrigo Fresán

Desde Barcelona

UNO De nuevo, en la mitad del camino de su vida, Rodríguez ruega por un poco de piedad, de pausa, de esas dos líneas que definen a la tecla de pause. Dos tajos verticales y paralelos, como si fuera el signo matemático de igual que, de pronto, ha decidido pararse para hacer un alto en la ecuación del verano. Rectas a menudo acompañando a ese acostado triángulo/punta de flecha siempre a punto de salir disparada para clavarse. Y que equivale al play de aquello que rara vez se detiene y que, cuando lo hace, no es para entrar en el paraíso del retiro perfecto sino, apenas, en el purgatorio de las imperfectas vacaciones. Purgatorio con P de Pausa. Vacaciones que, por aquí, ya comienzan a apagar sus ruidosos y tóxicos motores que consumen cada vez más combustible para moverse más lento, para ya casi no moverse. Esa última semana en la que todo lo que no pasó ya no pasará. Ahora ya no es más el stop sino, apenas, la pausa terrible para tomar impulso. La barra del limbo dance que ya no puede ir más abajo porque ya no podemos doblarnos tanto sin quebrarnos, la punta del trampolín de agosto desde la cual arrojarse a las profundidades oscuras de septiembre. Así, entonces, el momento de dejarse caer antes de que comiencen a caer las hojas. El instante en que uno coge esa hoja con la punta de los dedos y se dispone a pasar página y no pasa, no pausa.

DOS Aquí y allá y en todas partes, de regreso en Barcelona, con una última semana de descanso por delante, Rodríguez se mira al espejo y se descubre una perfecta cara de pausa. Un rostro pausado. Los mismos rasgos de siempre, pero como en suspenso ante lo que vendrá o no. La mirada de un conejo encandilado por los faros de un Humvee que tal vez frene, pero quizás... ¿Es la cara de los que aseguran que ha disminuido el paro en España ignorando el hecho de que sólo uno de cada cuatro contratos de trabajo que se firman son en firme y sin fecha de vencimiento y que hay tantos vencidos que no cobran las ayudas porque ya no les toca o ya no buscan trabajo porque se han cansado de no encontrarlo o ya se han ido a buscarlo en otra parte? ¿Cara de dónde estarán las 885 obras catalogadas del Museo del Prado, se sabe ahora que “perdidas” desde hace décadas y que, por lo tanto, “no pueda desprenderse responsabilidad alguna por la no localización de las mismas”? ¿Cara de lo de la consulta por el tema de la independencia de Catalunya lo dejamos para otro día, sí? ¿Cara de quien vive y padece la insegura certeza de que en todas partes se cuecen virus? ¿Cara de quien sospecha que toda comunicación oficial bien puede ser algo parecido a lo que se incubaba en aquella película donde Robert De Niro y Dustin Hoffman producían la non-fiction/fiction de una guerra para distraer al pueblo/público de temas más urgentes? ¿Cara de ¡Abracadabra!? ¿Cara de ¡Presto!? ¿Cara de quien quiere creer porque ya no cree en nada? ¿Cara de Are you talking to me? En todas esas caras piensa Rodríguez, mirándose a solas al espejo, hablando solo, con ganas de hacer algo pero, hey, todavía queda una semana de vacaciones. O mejor dicho: falta una semana para que las vacaciones se vayan de vacaciones.

TRES Y, ah, cómo va a extrañar Rodríguez el poder sumergirse en ese limbo amniótico/catódico que son las tertulias de periodismo rosa en la tele de la tarde. ¿Qué va a ser de su vida cuando esté de regreso en uno de los escritorios de Tangoz Publicidad y ya no pueda seguir las idas y vueltas en la vida romántica de la Hija de Isabel Pantoja? A saber: hija adoptada en su tierna infancia por legendaria cantante folklórica local que ahora es madre joven y abandonada por chico listo. Y todos, por supuesto, crecidos y (de)formados en la era Facebook/Twitter y enviando mensajitos cada minuto y... ¿Y cómo hará para enterarse de las nuevas novedades de la nueva Familia Real? Le queda tan poco tiempo para dedicarse a y ocuparse de la nada, del paréntesis. Adiós a la pausa que refresca y a la chispa de la vida. De aquí a unos días, Rodríguez puede imaginarse de nuevo en los sitios que solía frecuentar, de regreso en la escena del crimen, cerca del mundanal ruido y volviendo a concentrarse en otro tipo de noticias. Noticias sin importancia, se supone. Noticias noticias que son como pequeñas pausas secretas en el flujo de la realidad. Noticias de color no local sino universal. Noticias como que la Luna es cien millones de años más joven de lo que se creía. Noticias como la aparición de un diccionario que supuestamente perteneció a William Shakespeare, con anotaciones en los márgenes de su puño y letra. Noticias como la de que el ser humano ha desencadenado la sexta extinción masiva en nuestro planeta. Noticias como la de la investigación que determina que los errores de escritura en WhatsApp o Twitter en particular no son causa de errores de la ortografía en general. Noticias como la de que una roca del tamaño de un autobús pasó cerca de la Tierra a principios del pasado mes de mayo y de que todavía no se sabe a ciencia cierta si el tan mentado asteroide Aphopis (del tamaño de dos campos de fútbol) cabeceará a nuestro planeta en el 2036. Noticias como la de que Lego ha lanzado una nueva línea de modelos para armar con mujeres científicas luego de haber sido acusada de sexista por la ausencia de chicas aventureras y profesionales entre sus modelos para armar, que suelen mostrarlas como Barbies para armar y desarmar. Noticias como la de que los ancianos duermen menos porque van perdiendo un determinado tipo de neuronas. Noticias como la de que –según los especialistas– “los robots cada vez entienden más frases y por menos dinero”. Cualquier noticia de esas que lo distraiga del hecho –ya anunciado por el President de la Generalitat– en cuanto a que a los catalanes les esperan, en los próximos meses, “montañas de desafíos y pruebas” en lo que hace a la continuidad del proceso soberanista y que todos deberán desarrollar gran “fortaleza psicológica” para hacerles frente.

Noticias como la de que la fobia al paso del tiempo se llama cronofobia.

CUATRO Para ir acostumbrándose a lo que se viene, Rodríguez e hijo –lamiendo sendos helados Calippo con saber a chicle, para ambos el gran producto del verano– van a Caixaforum durante el último día de una exposición titulada Contratiempos y cuyo tema es el modo en que el ser humano se ha convertido en un esclavo del reloj. Allí, diez artistas han propuesto piezas en múltiples tipos de soporte para mostrar y demostrar los muchos modos en que el paso de los segundos y minutos y horas y días y semanas y meses y años clava las agujas en el cuerpo de los humanos. Y los embruja y los posee. Y los hace hacer lo que quiere y cuando quiere. Y falta menos para que se lance una exitosísima plataforma digital a ser bautizada como VooDo desde la que se obligue cordial y graciosamente a hacer tareas para segundos y terceros. Y después colgar los puntos que has conseguido en YouTube. Seguir trabajando gratis, sí. Y así –sin entender cómo o por qué– sentirte tan pero tan bien de, perdiéndolo todo, haberle ganado un poquito a esos robots que cada vez comprenden más por menos y sin ninguna necesidad de hacer ninguna pausa.

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