CONTRATAPA

Horacio Verbitsky

 Por Horacio González

Estamos acostumbrados al debate en torno del periodismo. Una vez que se tuvo la certeza absoluta del modo en que las hojas de noticias diarias influían en la vida social aconteció un inevitable rasgón filosófico: Nietzsche, ya en la década del ’70 del siglo XIX, protestaba contra los periodistas y su estilo de escritura dejaba claro que optaba por una experiencia de escucha profunda: la voz del mito. Algo a lo que el periodismo, lo decía expresamente, nunca podría llegar. No obstante, una de las críticas que en su época recibiera su libro fundamental –el Nacimiento de la tragedia–, reclamaba tanto por la ausencia de análisis científico como por su inesperada semejanza con el proceder periodístico. Formidable paradoja.

Poco después, la revista La Antorcha, de Karl Kraus, revela, a modo de una gran incógnita que arrastra la historia del periodismo hasta hoy, cómo se puede hacer un periodismo que busca constantemente las fuentes primigenias del acontecimiento, lo que es imposible sin una simultánea afirmación de la fidelidad narrativa al hecho, pero no menos imposible sin una crítica obligatoria a los habituales procedimientos de relato. Otra formidable paradoja.

En general, todas las críticas que ha recibido el periodismo (vastísima palabra en la que caben todas las escrituras, todos los sarcasmos y todas las taumaturgias) pueden transformarse en formas superiores de periodismo. Una de ellas que ahora podemos recordar puede ser incluso el íntimo diario personal, tema sobre el cual reflexiona Piglia a propósito del diario de Pasolini. Pero también pueden ser actos específicos de una operatoria complacida en crear la noticia artificiosamente, pues para ello ya se cuenta con el signo vacío del género, los centimetrajes en blanco que esperan dar albergue a las más pesadas sospechas y a todo el sistema de prejuicios que a menudo componen el tejido profundo de pensamientos de una redacción. Que no necesariamente se expresa luego en los segmentos publicables, sea por un pudor lejano o por reaseguros éticos de última instancia. Pero en el zócalo electrónico de cada nota pueden destilarse ahora los sangrientos cortejos de injurias cruzadas, que enrarecen toda la vida social.

Es posible afirmar que los grandes periodistas están siempre en el límite de lo que se ha entendido habitualmente por periodismo. Se puede decir más aún, que es artificiosa la propia noción de periodismo, si descartamos las fuerzas maquínicas que lo constituyen, las modalidades industriales que fueron su lógica sintáctica (“escribo sobre las rotativas”, dijo Arlt) o las mutaciones tecnológicas de última instancia que producen insinuadas disoluciones ante las cuales se debe reaccionar, y que aún no han conseguido que sea un mero apéndice de los procedimientos fílmicos o electrónicos. Todavía puede incorporarlos (en general sumándose a ellos), y por eso lo hace con grandes dificultades y fuerte repercusión en las modalidades clásicas de escritura, con más esfuerzos de los que notablemente requirió la fusión de la página meramente tipográfica con la fotografía. De allí resultó la expresión común, “noticias gráficas”, y una revista se llamó simplemente El Gráfico, lo que seguía el uso periodístico y no matemático o estadístico de este concepto. Gráfico (de “fotográfico”) pasó a significar la imagen que acompaña al texto, aunque en la revista que mencionamos curiosamente se transformó en sinónimo de fútbol y no de un paso adelantado hacia la televisión, un guiño tan amplio que, sin embargo, al hacerse, amenazaba a la larga a la propia revista. La televisión sintetizó el sentido real de lo gráfico, pues además ingresó en una zambullida repentina y gigantesca en el habla común y cotidiana de las naciones, de las metrópolis y de las poblaciones más retiradas.

Llamamos periodismo a lo que subsiste a partir de un núcleo originario de escritura que busca su propia objetividad (cierto: no hay una objetividad exterior que dicta la relación con la verdad del sujeto periodístico) y que la busca uniendo varias formas de conciencia en un escrito que da a conocer lo que muchos deben conocer. Objetividad entonces no es algo que haya desaparecido, es la figura misma que instituye lo desconocido que, al darse a conocer como conexión de sentido histórico, se hace parte de la subjetividad individual y del colectivo dramático de subjetividades que llamamos reproducción social de la vida, el habla y el poder. Antes que se descubriera la torpe noción de “operación periodística”, el periodismo sabía sufrir internamente por su indeterminación frente a la historia, la política o la literatura, incluso ante la Justicia, cuestión desesperante que lo llevó a rondar permanentemente sobre el “yo acuso”.

Dijimos antes noticias gráficas. Fue el nombre de un periódico que durante más de tres décadas podría representar el espíritu de esa prensa escrita que poseía el secreto del equilibrio entre el testimonio gráfico y el estilo vehemente (con distintos grados de estridencia) que tenía su cuerpo textual y sus titulares. En Noticias Gráficas comenzó su labor periodística Horacio Verbitsky, en los años ’60, dedicado en su labor diaria a dar las noticias meteorológicas. A partir de allí, la meteorología sigue siendo tan consultada como antes, pero la mayoría prende la televisión para informarse; en los diarios perdió vigencia. Pero en las agitadas décadas subsiguientes una clase especial de meteorología, el arte de escrutar la vida de los climas sigilosos y trágicos de la política, lo siguió acompañando a Verbitsky, desde que surgió la idea, lamentablemente hoy desfigurada, de “periodismo de investigación”.

Como toda gran idea, el periodismo de investigación responde a la gran tradición romántica de la escritura que emana de un protagonista individual, solitario, con olfato perruno y que, sin proponérselo, y hasta sin saber que corre riesgos en lo que hace, representa el más fundamental de los huecos sólo potencialmente habitados de nuestro pensamiento y, por eso mismo, habitados con grados diversos de indiferencia, desvanecimiento y difuminación. La gran estirpe de esos periodistas corre peligro. En los últimos años el periodismo de investigación se convirtió en una trepanadora destinada a destruir los horizontes civilizatorios a los que había llegado la trabajosa alianza entre el periodismo y las nociones de justicia que buscaban, como los viejos alquimistas, la relación entre la esquiva objetividad y las éticas utópico-científicas. Así, en algún momento reciente de esta historia, fue incautada la idea de periodismo de investigación que inventó Walsh y prosiguió Verbitsky, por las grandes corporaciones que surgen de otro estadio de la lógica del capital. Que ya son capitales simbólicos, lingüísticos, hermenéuticos, que representan en última instancia al poder financiero (en sus diversas modalidades de autocreación, expropiación de vidas y plusvalías jurídico-estatales). Y esto consiguió llegar al estadio final de lo que vendría a ser la última graduación de la investigación sobre el individuo privado y sus estructuras ilusorias de gustos y preferencias. La pugna que se libra es ardua y oscura. Los ataques a Horacio Verbitsky son en sí mismos tan graves como injustificables. Pero lo que los hace más infaustos es que significan también la pérdida devastadora de la forma clásica del periodismo, en nombre de las nuevas torres de control desde las que emanan órdenes precisas de destrucción de personas.

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