CONTRATAPA

“La virtud del egoísmo”

 Por Norberto Galasso

Quienes andamos por los recovecos de la historia y de la economía, generalmente evitamos transitar los campos de la filosofía. Pero, en este caso, dadas las circunstancias políticas que generan honda preocupación y también audacia, vamos a asomar las narices en los fundos donde campean José Pablo Feinmann y otros intelectuales prestigiosos de la Argentina. Sucede que leyendo un viejo recorte periodístico me entero de que un día, uno de esos días en que puede ocurrir cualquier cosa en nuestro singular país, un periodista relata que andaba al ocaso mojando sus pies en las aguas playeras –creo que de Punta del Este– cuando divisó a Mauricio Macri, recostado en la arena, leyendo un libro. No interprete el lector que este comentario está cargado de ironía o es un alfilerazo al actual candidato a la presidencia y que implica suponer que un libro en sus manos es todo un acontecimiento. No tengo una pluma tan venenosa. Lo que llamó la atención del periodista fue el título del libro y eso me ha sorprendido a mí también. Se trata de una obra titulada La virtud del egoísmo. Claro, uno viene de mantener relaciones fraternales con muchos amigos, de una madre que se preocupaba porque estuviese bien el resto de la familia, de un padre que se esforzaba, a pesar de sus muchos años, en convencer a los vecinos del barrio de construir una cooperativa de vivienda, uno viene de una larga militancia política –de victorias y derrotas– y de todas esas influencias, sueña con una sociedad igualitaria, solidaria y de repente se encuentra con un candidato a la presidencia que parece leer con entusiasmo un libro titulado La virtud del egoísmo. ¿Y qué quiere usted? Uno piensa en Scalabrini Ortiz, que a su muerte no hubo sucesión porque vivió siempre en casa alquilada después de entregar noches y días a su país, uno piensa en el reclamo de Discepolín, “buscando un pecho fraterno para morir abrazao”. Uno piensa también en Jauretche, que vivió para que “mis paisanos tengan una vida mejor” y piensa en Evita y en el Che y no comprende cómo alguien puede exaltar el egoísmo. ¡Y ni qué hablar de Cristo, el revolucionario! ¿Comprendés? ¿Me oís, Francisco, desde tan lejos, allá en el Vaticano, desde tu balcón, que me mandaste de regalo un rosario aun conociendo mi ateísmo?

Esa noche no pude dormir y al día siguiente logré comprar La virtud del egoísmo por MercadoLibre. Y era así, nomás. La autora, Ayn Rand, nacida en Rusia pero nacionalizada estadounidense, expone allí lo fundamental de su prédica –“filosofía del objetivismo”– basada en la teoría del superhombre. Es autora también de El capitalismo, un ideal ignorado, pero el más importante de su obra es el que estaba leyendo Mauricio, cuyo título –glorificando al egoísmo– era suficiente para que lo hubiesen rechazado. En esa obra, esta bondadosa señora se dedica con esmero a rechazar cualquier tipo de altruismo y de generosidad en la vida del ser humano. Sostiene, por ejemplo, que “el comportamiento de los individuos en el sistema político es similar al de los agentes en el mercado, que siempre tienden a maximizar su utilidad o beneficio y a reducir los costos o riesgos”, es decir que la naturaleza humana, desde siempre y para siempre, apunta a la competencia y no a la colaboración, al individualismo más exasperado y que sólo un demente puede formular proyectos altruistas, colectivos, obras de bien común, difundir la fraternidad y otras que considera pavadas y contrarias al ser humano.

El periodista titula esa vieja nota “La filosofía inconfesable del macrismo” pues innegablemente se contrapone a la alegría, los bailes y los globos amarillos que difunde esa agrupación, reducidos entonces tan sólo a la condición de “globos” en el lenguaje popular. Hice un esfuerzo por seguir leyéndolo pero por momentos cerraba el libro y me venía al recuerdo la última vez que lo vi a Atahualpa Yupanqui, en el aeropuerto, ya viejito, con su guitarrita a cuestas, que se iba a Córdoba y me dijo: “Voy a difundir el canto del viento, ¿sabe?”, con toda su modestia. “Una voz bella, quién la tuviera / para cantarte, tierra querida”. Pero de repente, volví al hoy y me pregunté: ¿coincide Macri con Ayn Rand? ¿Se estaba adoctrinando bajo el sol y el rumor de las aguas para algún cargo importante en su país? ¿Cuál es realmente su opinión sobre la calidad de vida? ¿Acaso no era esa filosofía objetivista la que había prevalecido durante los gobiernos oligárquicos? ¿Acaso no estaba presente Ayn Rand cuando Macri sostuvo que los cartoneros eran ladrones y les mandaba sus muchachos de la UCEP para apalearlos, para “reeducarlos” porque “la letra con sangre entra”? ¿Acaso no se nutre en dicha autora su voto contra la estatización de las AFJP que permitió la creación posterior de la Asignación Universal por Hijo...? Me dejé llevar por estas inquietudes y tuve una actitud extemporánea, impropia de alguien que escribe: tomé el libro y lo arrojé al medio de la calle. Y eso me reanimó, esa actitud –bárbara diría un Sarmientito– me justificó en mi posición en contra del PRO y de Cambiemos, mi repudio a los globos amarillos –en definitiva nada más que globos–. Y se me ocurrió contarles mi experiencia a los lectores de este periódico, para que se alerten de libros como ése, de propagandas nacidas de esa filosofía. Y después volví a pensar en don Ata: “¿Qué es un amigo? Un amigo es uno mismo en otro pellejo” y también en aquello de “la arena es puñadito, pero hay montañas de arena”. Y me fui caminando tranquilo, ya disipado el mal momento, ya dejando atrás esas malas enseñanzas glorificadoras del egoísmo, pues la historia argentina demuestra que las mayorías populares son inmunes a estas prédicas reaccionarias.

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Candidato Mauricio Macri y Ayn Rand, autora de La virtud del egoísmo.
 

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