CONTRATAPA

Lewinsky, Irak y la mentira en EE.UU.

Por Javier Valenzuela*

Dicen los que de eso saben que para intentar convencer a los demás de una mentira hay que terminar creyéndosela de alguna manera. Así que quizá Bush, Rumsfeld, Powell, Condoleeza, Wolfovitz y los demás se tragaran sus falsedades sobre Irak. Si no, es difícil comprender cómo Powell pudo hacer tal ridículo mostrando en el Consejo de Seguridad aquellos gráficos y fotos que, según aseguraba, eran pruebas de la existencia en Irak de armas de destrucción masiva. Ahora David Kay, el jefe del equipo de inspectores estadounidenses instalados en Irak tras la derrota de Saddam, dimite y viene a decir que allí es más fácil encontrar las minas del rey Salomón que el arsenal que supuestamente constituía la principal amenaza para la humanidad. Y el propio Powell reconoce que ya no está tan seguro.
Los hechos confirman día tras día la exactitud de los argumentos empleados por los que se opusieron a la aventura neocolonial de Irak. No había armas de destrucción masiva, Saddam no tenía nada que ver con el 11-S y la población iraquí no pedía a gritos ser bombardeada y ocupada para deshacerse del tirano. En cambio, la resistencia de muchos iraquíes a la presencia militar extranjera es feroz –sin que el ya capturado “señor de los piojos” tuviera mucho que ver con ello– y el terrorismo islamista no ha cesado de cometer atrocidades aquí y allí en los últimos meses. Irak, que EE.UU. iba a convertir en un modelo de democracia y prosperidad para Oriente Próximo, malvive a sangre y fuego y, como era de prever, lo primero que sus mayoritarios chiítas desean adoptar del “american way of life” son las elecciones por sufragio universal, que les darían a ellos una posición predominante en Bagdad.
Los norteamericanos son un pueblo de creyentes: casi todos creen en Dios y muchos también están convencidos de que los extraterrestres se materializaron en Roswell en 1947 y de que Elvis está vivo. Por eso tantos de ellos se tragaron todo lo que su presidente les vendió para justificar una guerra contra Irak que ya había decidido librar antes del 11-S. Pero con esa guerra Bush abusó de la credulidad de sus compatriotas y sólo probó que EE.UU. puede ganarle en un santiamén a un país exhausto y desharrapado. Para salvar el alma de EE.UU. y para que éste deje de ser percibido como un imperio agresivo y vuelva a ser una república amiga, los norteamericanos deberían reaccionar con la indignación que los caracteriza cuando descubren que alguien los ha engañado. Su Congreso juzgó a Clinton por no decir toda la verdad y nada más que la verdad sobre sus relaciones sexuales con Monica Lewinsky. Lo de Irak es mucho más grave.
*De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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