CONTRATAPA

La consigna

Por Eva Giberti

¿Por qué las consignas? ¿Quiénes las inventan? ¿Quiénes las sostienen? ¿Cuáles son las que perduran? ¿Por qué ésas y no otras?
El fermento opositor y reactivo adquirió categoría de consigna cuando la vivencia y el sentir ciudadano verbalizaron: “Que se vayan todos”.
Las consignas forman parte del vocabulario que utilizan quienes forman parte de determinadas reuniones masivas y entre nosotros adquirieron particular significación durante la dictadura que se inauguró en marzo del ‘76. Una de ellas, que reitera un mandato político internacional: “La sangre derramada no será negociada” es paradigmática de aquello que se considera inclaudicable. Esa consigna es la que utiliza Bordieu, citando a Thompson, para ejemplificar el grito de una rebelión que no tiene que ver con el pensamiento revolucionario que imaginan los intelectuales sino con la indignación propia de la toma de conciencia.
Es una consigna que supone la traición por parte de quienes podrían negociar la sangre derramada ¿de quiénes? de aquellos y de aquellas jóvenes que protagonizaron “la Patria fusilada” durante las lejanas épocas en las que se hablaba de la Patria.
Una consigna de esta índole afirma el compromiso de no transigir con una negociación capaz de canjear la condena que merecen los derramadores de la sangre (que se considera valiosa y heroica) por intereses políticos que promuevan amnistías y puntos finales. Se trata de una consigna que puede persistir debido a la ética incanjeable que la sostiene.
Apela a la presencia de las víctimas como demanda inclaudicable de justicia y encierra un núcleo de sensatez que la fortalece y que está representado por el derecho y el deber de continuar reclamando juicio y castigo para los responsables. El componente visceral que la impregna cuenta con una conciencia política acerca de la causa que la provocó: Nunca más el 24 de marzo de 1976.
Esta consigna no autoriza dudas acerca de su propósito. Tampoco parecería que hubiese titubeos en quienes reclaman ¡”Que se vayan todos”! Sin embargo, esa expresión responde al sentido etimológico e histórico que la caracteriza como señal o indicio y también como signo. Es decir, que aunque aparezca como rotunda en su verbalización: “No tiene que quedar ninguno de los que están” según el deseo y la intención de quienes la pronuncian, admite una revisión. ¿Quiénes son todos? ¿Quiénes elegirán la totalidad de esos “todos” para comenzar a consagrar su expulsión? A pesar de su fuerza, visceral y vivencialmente sostenida (y de las indiscutibles verdades que asisten a quienes la vociferan), carece de los proyectos encargados de aportar los cuadros que se precisarían para gobernar una vez que “se echó a todos los malos”. Es una consigna expulsiva como una regurgitación, como un eructo que anticipa una digestión; funciona como un indicador de algo que aunque ruidoso es transitorio y sólo representa la justa ira ciudadana en un nivel emocional, lo cual es importante, aunque todavía carente de elaboración. Pero consiguió incorporar algo nuevo en la relación entre “la gente” y los políticos: así como “la sangre derramada no será negociada” subraya el protagonismo de las víctimas, “que se vayan todos” localiza a los políticos, caracterizados como victimarios. Victimarios responsables por los padecimientos personales y por la situación en la que se encuentra el país. Así es como se los posiciona hoy en día y la peligrosidad que se les atribuye reclama su partida.
No evalúo si es posible referirse a la verdad o falsedad de tal apreciación, analizo los contenidos y metamensajes de la consigna.
Quienes militan en los partidos políticos se ocuparán de desactivar –como puedan– la furia actual; en tanto los ciudadanos y las ciudadanas tendremos que cuidarnos de creer que estamos refundando la Nación o la República, también tendremos que cuidarnos de la inflación del narcicismo que puede suscitarse entre cacerolas y asambleas, y tendremos que mantener el registro de nuestros derechos frente a quienes están entrenados en vulnerarlos. No será sencillo. Tal vez, aquella antigua y noble consigna que nos enseñaban en la escuela, durante la Semana de Mayo, pueda acompañarnos: “El pueblo quiere saber de qué se trata”. Hasta ahora ¿hemos querido saber qué hacían con las empresas y con los bienes nacionales aquellos que estaban decidiendo nuestro destino como país? ¿Procedimos como pueblo que como tal incluye a quienes hoy –como antes– se mueren de hambre y desamparo? ¿Querremos saber cómo sigue esto de salvaguardar al país después de que se abran los corrales?
Intento responderme escribiendo por milésima vez la consigna que hace años elegí: La esperanza es la más revolucionaria de las virtudes. Vamos ya.

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