CONTRATAPA

Viento

 Por Rodrigo Fresán

UNO Dicen que una imagen dice más que mil palabras; y ésta –que vi hace unos días pero que ahora es repetida por esas recopilaciones de bloopers televisivos– no dura más de un minuto pero dice más que un millón de páginas. Aquí está y aquí viene otra vez, inmediatamente célebre, instantáneamente histórica: la dramática y épica y encarnizada lucha del presidente de la mayor potencia mundial contra su paraguas deformado por el viento. Y, sí, sépanlo: ganó el paraguas y perdió el presidente. Aunque seguro que también la vieron y no la creyeron y –como yo– sintieron la tentación de grabarla para después, incrédulos, poder analizarla cuadro a cuadro con la misma pasión obsesiva que otros estudian esa otra filmación casual en la que otro presidente saluda desde un descapotable en Dallas, 22 de noviembre de 1963.
El miércoles pasado Bush tironeaba, sacudía, manipulaba, cambiaba de mano, se mordía el labio inferior, pero no hubo caso: el paraguas se le resistió y, finalmente, hastiado, Bush se lo pasó a un asistente que, claro, enderezó y arregló el paraguas en un segundo.

DOS La definición de viento que ofrece el diccionario es larga, tiene múltiples variaciones y –como debe ser todo aquello que es invisible y que sólo adquiere cuerpo y forma al llenar o al empujar algo– tiene algo de poético. Viento es –además de “Corriente de aire producida en la atmósfera por causas naturales”– “Cosa que mueve o agita el ánimo con violencia y ansiedad” así como “Vanidad y jactancia”. Dar al viento equivale a “divulgar noticias o sucesos”. “¡¡¡Viento!!!” exclamábamos durante nuestra infancia cuando algo era muy bueno, formidable, gracioso, genial. “¡Viento!” grité el otro día frente al televisor que divulgaba la noticia de la vanidad y la jactancia de Bush luchando con un paraguas encabritado por una corriente de aire producida en la atmósfera por causas naturales.

TRES Y siempre me pregunté si el viento es siempre el mismo. Ese viento que jamás deja de girar. Un viento que comenzó a soplar hace milenios y que por momentos se cansa y se detiene para tomar nuevo aliento y seguir soplando. Seguro que hay una leyenda al respecto: alguien convertido en viento por desafiar a los dioses y condenado a vagar por toda la eternidad y todo eso. El viento de los fantasmas que agita las pesadas cortinas en las películas de terror. El viento de los westerns que hace girar de aquí para allá a esas bolas de paja seca por las calles agonizantes de Tombstone. El viento que soplaba en “una de guerra” hace seis décadas en las playas de Normandía, y que despertó a los paracaidistas de entonces, y que arrulla a los paracaidistas de la redonda efeméride de ahora y despeina a los estadistas de hoy paseándose entre cruces blancas. Fox News se emociona en vivo y en directo y ahí, también –aunque, dicen, llegó tarde, ¿problemas con el paraguas, tal vez?– está Bush. Y seguro que piensa: “Ah, igual que en Salvando al soldado Ryan”. El film dirigido por Steven Spielberg, se sabe, es el favorito del alguna vez recluta invisible Bush. Y está protagonizado por Tom Hanks quien produjo junto a Spielberg la noble serie sobre el Día D y sus alrededores shakespeareanamente titulada Band of Brothers. Hanks se puso patriótico semanas atrás en Cannes y casi lloró al mencionar a “los muchachos” en Irak. No creo que Hanks sea un mal tipo, pero su exabrupto sí me hace pensar en que –para el americano medio, y parafraseando a Gertrude Stein– “un soldado es un soldado” no importan las causas, las tramas, las motivaciones detrás de una guerra. El viento de la Historia –el viento que corría y se tiraba cuerpo a tierra aquel 6 de junio de 1944, un viento limpio y jamás investigado por una comisión del Congreso– es el que, para muchos,justifica las tormentas que ahora soplan en Bagdad & Co. Es el viento que –para demasiados– arrastró el olor a quemado del World Trade Center para pasearlo por todo el planeta. Error. Bin Laden no es Hitler, las Twin Towers no son Pearl Harbour, y el petróleo no es sangre. “La Historia es como el viento: viene desde muy lejos pero aún así llegamos a sentirla en nuestros rostros”, asegura un antiguo dicho. Lo importante, claro, está en saber para qué lado sopla. Y en nunca mear en su contra.

CUATRO Y atención, cuidado, tomar precauciones: el viento afloja, desorienta, erosiona, confunde. Hay vientos –el sirocco, el cafard, el ghibli, el alzheimer, el zonda– que no te sueltan y te vuelven loco. El viento que –como las guerras; y me pregunto también si las guerras no serán siempre la misma cambiando de piel como una serpiente– se lleva la memoria y trae la amnesia y, por las dudas, centrifuga y arrasa a incómodos cargos de la CIA. Tal vez de ahí la costumbre de arrojar las cenizas de los muertos al viento. El viento se lleva hasta las vidas, y leo en alguna parte que –aquí y ahora– mueren 1200 veteranos de la Segunda Guerra Mundial al día. Tal vez leí mal. Son demasiados. En cualquier caso, tarde o temprano no quedará ninguno de ellos y sólo perdurarán las grabaciones, los testimonios, ese viento sin cuerpo de las leyendas verdaderas. Leo también una vieja crónica del corresponsal Ernie Pyle que se conmueve al encontrar –entre los muertos en esa plage rebautizada Omaha Beach– el absurdo de una raqueta de tenis. Contemplo una postal fósil y movida del fotógrafo Robert Capa –un error de revelado destruyó la mayor parte de los rollos que disparó durante aquel largo Día D– quien escribió en su diario: “Me arrojo al suelo, mis labios tocan la tierra, no hay ganas de besarla. Me digo algo que escuché: La guerra es una cosa muy seria”. Pyle y Capa murieron de uniforme, lejos de casa. Bush –cada vez más cercano a la gestualidad del marine zombie Forrest Gump– reza por volver a Texas, o a los funerales de Reagan, y que termine este tour de emperador inseguro por un mundo que le es hostil y al que no entiende. Sí, se le nota en esos ojitos llenos de basuritas: Bush no ve la hora de cerrar el paraguas porque ya está cansado de tener que abrirlo una y otra vez.
Y Bob Dylan sigue cantando que “la respuesta está soplando en el viento”. O.K. Pero lo que yo quiero saber es si este viento va a dejar de soplar algún día. Porque en esta Noche-X, con tanto aire en remolino, no se escucha nada de lo que el viento responde a nuestras preguntas.

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