CULTURA › MYRTHA SCHALOM HABLA DE RAQUEL LIBERMAN, FIGURA DE “LA POLACA”

“Ella desconoció la ley del hombre”

A través de “La polaca”, la actriz y dramaturga retrata la red de prostitución armada por la organización Zwi Migdal: Liberman fue la única mujer que se atrevió a romper el círculo de complicidad.

 Por Silvina Friera

El brillo de sus ojos melancólicos se hunde en la lente de la cámara fotográfica, que capta ese preciso instante en el que la mirada de Ruchla Laja Liberman –según constaba en su pasaporte– se congela en un abismo lúgubre, insondable. Del rostro pálido de esa mujer de vida “airada” -eufemismo utilizado por el diario Crítica para informar sobre la denuncia presentada por la corajuda prostituta Raquel Liberman– emana una belleza cautivante. La fotografía que ilustra La Polaca, novela editada por la editorial Norma, escrita por la actriz, guionista y dramaturga Myrtha Schalom, probablemente haya sido sacada en un burdel del barrio de Once, manejado por la organización judía de tratantes de blancas, Zwi Migdal, donde Raquel fue obligada a ejercer la prostitución durante casi quince años, de 1916 a 1930. Había nacido en Berdichev, un lunar de la gran Rusia, y con sus dos pequeños niños, José y Moisés, recaló en el puerto de Buenos Aires para emprender otro viaje: en el pueblo de Tapalqué la esperaba su marido, que hacía un año que estaba en la Argentina, viviendo en la casa de una hermana. La tuberculosis minaba la salud de su esposo de modo inapelable.
Liberman ni siquiera tuvo tiempo de llorar la muerte de su marido: la pobreza y el hambre nunca brindan una tregua. Engañada por su cuñada con la promesa de un trabajo honrado, Raquel dejó a los niños en Tapalqué y viajó a Buenos Aires (esa ciudad que escondía historias tortuosas “que nadie quiere ver pero están”, según pensaba). Cuando llegó a la gran urbe, balbuceando una mezcolanza de palabras en idish, ruso y polaco, fue encerrada en un prostíbulo. Existían muchas inmigrantes en similares condiciones de esclavitud, que trabajaban de las cuatro de la tarde hasta las cuatro de la madrugada atendiendo hasta cincuenta hombres por noche. Pero sólo ella se animó a romper ese silencioso círculo de complicidad, alimentado por el miedo y las amenazas constantes contra sus vidas, que les permitía a los proxenetas mantener la impunidad y continuar obteniendo pingües ganancias con la explotación de sus cuerpos. Esa mujer, apenas mencionada por la prensa de la época, que decía lo que todos callaban, logró que más de cien rufianes fueran procesados por el juez de instrucción Carlos Rodríguez Ocampo. Pero su nombre fue borrado de la historia, olvidado y sepultado como tantas pequeñas luchas que la sociedad suprime de su memoria, por pudor y vergüenza. Schalom, coautora junto con Marta Wolff del libro Judíos & Argentinos, comenzó a reconstruir las piezas sueltas de la vida de Liberman a mediados de la década del ‘80. Al principio, La Polaca (apodo utilizado para distinguir a las prostitutas judías) adquirió la forma de una pieza teatral. Luego se transformó en un guión para una miniserie de televisión, “Te llamarás Raquel”, que nunca se filmó.
“Como vengo del mundo del teatro, me siento cómoda narrando a partir de las imágenes. Ubiqué a la Polaca en el burdel, como una rebelde que ansiaba liberarse de esa opresión y humillación que padecía cotidianamente. El material se fue transformando en una novela por la cantidad de personajes que iban apareciendo”, cuenta Schalom en la entrevista con Página/12. “En la configuración de la novela, dos fuerzas se superponían: la Polaca soñada por mí y la que fui descubriendo con la investigación periodística, cuando por azar me encontré con descendientes de Raquel.” Schalom, que como actriz estrenó en teatro Pioneros, Shalom Buenos Aires, Mil palabras y De diásporas y exilios, entre otras obras, confiesa que a esta polaca le costó muchos años parirla, pero que “ella quería nacer”. Al apropiarse de la vida de Raquel para reivindicar su memoria desde el ámbito de la ficción, Schalom posibilita que el lector pueda percibir esa zona de lo indecible, pero sugerido. “En esta red de prostitución, los rufianes eran corresponsales que iban por los pueblos de Polonia y hacían el inventario de las mujeres disponibles”, explicaSchalom. “A principios del siglo XX, los judíos en Polonia, que eran perseguidos y pobres, anhelaban que alguien en la familia se salvara. Las hijas representaban ese salvoconducto. Los padres se encontraban con jóvenes judíos elegantes y creían que sus hijas tendrían un futuro de prosperidad en Buenos Aires.”
–Cuando se encontró con los descendientes, ¿ellos sabían que Raquel había sido prostituta?
–No. Ella misma, para proteger a sus dos hijos, se encargó de ocultar su pasado, incluso en la denuncia dice que era soltera y modificó la fecha de llegada al país. En 1992 me invitaron al programa “Siglo XX Cambalache” porque conocían el guión de televisión que había escrito y la producción estaba realizando un informe sobre la Zwi Migdal. La única foto que por ese entonces había de Raquel era muy borrosa. Mientras miraba el programa, su nieta, Raquel Feber de Romeo, reconoció a su abuela. Ella se contactó con la producción y nos encontramos. No tenía idea de que su abuela había sido una esclava prostituta.
–¿Cuál fue la versión que el hijo de Raquel le había dado a ella acerca de su abuela?
–En la casa de eso no se hablaba, por eso la nieta sospechaba que algo malo había hecho la abuela. Y, además, la relación con lo judío se había perdido. Algo que la familia no me dijo, y que detecto en los diarios de la época, es que la cuñada política, que estuvo en la organización y fue detenida en Tapalqué, entregó a Raquel por una importante suma de dinero. La nieta y su hija pudieron asumir que aunque la abuela ejerció la prostitución fue una heroína trágica.
–¿Por qué la define de esta manera?
–Como Antígona, Raquel desobedece la ley de los hombres, denuncia la organización y ratifica lo denunciado, cuestión fundamental, porque muchas mujeres hacían las denuncias, pero cuando eran citadas se retractaban por temor a las consecuencias, porque estos rufianes contaban con una aceitada protección policial y judicial. Raquel murió a los 35 años, de un cáncer en la garganta, sin poder disfrutar la libertad que tanto le costó obtener. La realidad es tan dura y dramática que a veces es necesario maquillarla con la ficción.
–¿Cómo se llevaban los proxenetas con el tema religioso? ¿Sentían culpas por lo que estaban haciendo?
–Tenían un slogan que los describe de cuerpo entero: “Señores en la casa, rufianes en el prostíbulo”. Había una justificación económica del ejercicio de la actividad. Para los proxenetas era un negocio como cualquier otro, incluso sostenían que las chicas en los pueblitos de Polonia se morían de hambre y que trabajando en los prostíbulos estaban mejor.

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Antes de llegar al libro, Schalom trabajó en el texto como obra de teatro y miniserie para la TV.
Liberman llegó para reunirse con su marido en Tapalqué, fue engañada y terminó en un prostíbulo.
 
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