CULTURA › OPINION

La vida medida en compases

 Por Eduardo Fabregat

El riesgo es el camino más intenso.
Gustavo Cerati, 1990

Ambición, audacia, sensibilidad y talento: semejante combinación sólo podía dar como resultado a un artista único, necesario, irrepetible. Aquí no corre eso de que “la muerte embellece”. La cultura argentina, no sólo la música, perdió a un nombre esencial. Algo sabido desde siempre, o desde que se acabó de una buena vez ese prejuicio que señalaba a Soda Stereo como una banda liviana, plástica, insustancial. Desde mucho antes de esta noticia, casi nadie se atrevía a relativizar el peso específico de la obra de Gustavo Cerati.

Es otro golpe en una cadena que enlaza a Miguel, Luca, Federico, Pappo, Luis Alberto: demasiadas pérdidas para el rock argentino, demasiadas canciones que producen un nudo en el alma. En todos estos años, Cerati protagonizó momentos felices de la música en estas tierras, que contagiaron a miles y miles de personas que ayer, ante cada tema que sonó en la radio o en su casa o en sus auriculares, sintieron que un cacho de sus propias vidas desfilaba ante sí. Los sifonazos del ‘83 en Zero o el Einstein, cuando se forjaba una nueva identidad del under; los Obras de Nada personal y Signos, o el Obras al aire libre en plena asonada de Seineldín, la música de Soda como antídoto al temor que flotaba en el ambiente; la noche del diluvio en el show de Tears for Fears de Vélez, preludio del estadio propio de fin de año en una Gira Animal que hizo historia; aquel show en un Trenque Lauquen transido de frío, que terminó con un Cerati alegremente calentado a whisky; los cuartos de millón de la 9 de Julio y La Plata y el escenario blanco y trapezoidal del Rex Mix; la fortísima apuesta de Dynamo en aquellos Obras con toda la vanguardia musical abriendo cada velada; la magia de Bocanada en el Gran Rex, aquel Obras de Ahí vamos con Ricardo Mollo sumándose a una versión inolvidable de “Crimen”; el rostro feliz de Gustavo al presentar el notable Fuerza natural a la prensa en Kika...

Se sabía que estos cuatro años de angustia no eran un buen signo, pero se soñaba con alguna esperanza rayana en el milagro. Ayer se cerró la historia, pero Gustavo Cerati, creador audaz, hombre alado, nunca temeroso de romper sus propios moldes y abrirse a algo nuevo, sigue y seguirá siendo una presencia ineludible. Pido perdón por la primera persona, usualmente vedada a la práctica periodística: como tantos, voy a extrañar a Cerati. Extrañaré sus canciones, sus conciertos, la espera por un disco; extrañaré las muy buenas entrevistas que se producían con él, que gustaba de pensar y analizar francamente su obra y sus instintos. Lo extrañaré como fan, eso que un periodista también es en la intimidad y despojado de lo objetivo. Para mí, y para millones en esta tierra, despedir a Gustavo es también despedir un poco de nuestras propias vidas. Y encontrar cierto consuelo en la convicción de que, aun así, hay cosas que se quedan para siempre.

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