CULTURA › MEDIO SIGLO DE “EL SUEÑO
DE LOS HEROES”. HISTORIA DE UNA GRAN NOVELA

Elogio de la obra con la que Bioy despegó

Publicada por primera vez en 1954, esta fantástica historia de amor, tercera novela de su autor, ambientada de vista y de oído en el Buenos Aires de los años veinte, hizo despegar definitivamente a Adolfo Bioy Casares del estereotipo que lo asimilaba a un Borges menor.

 Por Juan Sasturain

Este año, se sabe, le toca a Cortázar. El azar de los aniversarios pesa y determina, ya que se cumplen veinte de su muerte y noventa del nacimiento. Sin embargo, probablemente la fecha más fuerte a evocar –si cabe– para la historia de la literatura argentina debería ser los cincuenta años de El sueño de los héroes, la tercera y la mejor novela de Adolfo Bioy Casares, publicada por Losada en 1954. Una obra maestra.
Bioy era, como el Julio, también del ’14. Pese a todo lo que tienen en común –los cuentos fantásticos perfectos, el oído sensible a los registros del habla–, no ha sido habitual verlos y pensarlos coetáneos. Tal vez porque Cortázar arrancó tarde y siempre pareció más moderno cuando escribía, cuando opinaba, cuando se dejaba la barba. Mientras, Bioy nunca fue ni más ni menos que un conservador inteligente. No renegó del campo ni de la corbata. Menos, de sus poco grandilocuentes convicciones, que eran sabiamente pocas. Sus manipulados diarios son devastadores. Siempre le gustaron las mujeres y la buena literatura. Y de eso sabía. Cortázar también, claro, pero de una manera más aparatosa.
La restante y fundamental referencia es Borges. Es bien sabido que –tras media docena (sic) de libros precoces y desechables–, Bioy publicó la impecable La invención de Morel a los 26 años y que Borges, en su doble rol de homenajeado en la dedicatoria y patrocinador en el prólogo, al leerlo lo dejó pegado. No le fue mal al joven autor que cumplía el ideal de la ficción como “imaginación razonada” en semejante gloriosa compañía. Pero tuvo su costo. Bioy hizo negocio y fértil amistad cuando trabajaron juntos antologando o firmando Bustos Domecq, perdió –tiempo de fama y ángulo propio de lectura– cuando le pusieron la chapa de socio minoritario de una fantástica sociedad. Nada o muy poco hay de eso.
Tras zafar del equívoco sandwich crítico entre Borges y Cortázar, tangente con ambos pero irreductible, la obra de Bioy fue decantando un espacio propio. En ese proceso, El sueño de los héroes es un texto clave.

Un “adverso milagro”

Si La invención de Morel es el punto de arranque, El sueño de los héroes, publicada a los cuarenta años pero contemporánea en su gestación a los rigores de Plan de evasión o los cuentos de La trama celeste, es el auténtico punto de inflexión. Por primera vez los temas básicos, los que han permitido agrupar los cuentos de Bioy sin excesiva violencia en historias fantásticas y “de amor”, se funden indisolublemente. Y hay más. Porque si bien La invención de Morel y En memoria de Paulina, por ejemplo, son de últimas relatos que cuentan fantásticas empresas destinadas a conjurar penas de amor, en El sueño de los héroes la tarea que se propone Emilio Gauna –reconstruir en los carnavales de 1930 sucesos que supone maravillosos pero olvidados de tres años antes– va más allá: la investigación de ese “adverso milagro”, el intento finalmente trágico de creer recordar un hecho y poblar de sentido una noche que en realidad aún no ha sucedido está entramado y es inseparable de la historia de amor con Clara. Más aún: es el nudo mismo de esa historia.
Pero además, en El sueño de los héroes hay un dibujo moroso de los personajes, un registro de sus sentimientos con las sutilezas psicológicas propias de un lector atento y reiterado de Benjamin Constant y una evocación del contexto de los años veinte totalmente originales. Bioy apela a una coloquialidad de oído finísimo que no se priva de la ironía y la joda más desaforada en los diálogos, mientras carga las tintas del color local con mucho paseo porteño puntualmente detallado –Guía Peuser emotiva– que remite, por ejemplo, al Cancela de Una semana de holgorio.
Todos estos rasgos de la novela la alejan del esquematismo de anteriores construcciones narrativas apoyadas sobre todo en el rigor de la trama. En palabras de Bioy: “La parte fantástica de El sueño de los héroes me impulsó menos a escribir que, digamos, la vida en Buenos aires, la amistad, la lealtad... Todas esas cosas me entusiasmaron más que lo asombroso del argumento”. Es decir, que la historia le debe menos a la idea de ejemplificar en una trama las teorías expuestas en Un experimento con el tiempo que a las ganas de contar una historia de personajes tontos, inexpertos, perversos o nobles –siempre inolvidables– en un contexto nostálgicamente familiar: “Muchas circunstancias que hay en la novela son recuerdos de relatos que se contaban en ese restaurante donde se reunían los choferes de taxi, en la calle Montevideo, al que me llevaba Joaquín, el portero de mi casa. Allí se contaban historias en las que trasnochadores de vida rumbosa, después de una noche de farra en algún cabaret, salían en un taxi abierto a dar grandes paseos... Creo que haber escuchado esas historias es lo que me llevó a escribir la novela”.

La dicha y la aventura

Al construirla como lo hizo, Bioy utilizó para el enigma central del relato las atractivas especulaciones de Dunne que también motivaron a Borges –el sueño como zona de equívoca posibilidad premonitoria– y, para el desarrollo de la peripecia, un modelo clásico. Las dos salidas de Emilio Gauna y sus amigos a perderse conscientemente en el descontrol de un fin de semana de Carnaval evocan sin énfasis una devaluada epopeya de Jasón y sus reclutados héroes. Precisamente con ellos sueña el protagonista la noche que (cree que) le es revelado el sentido de su busca a ciegas.
Numerosas alusiones –el bar Los Argonautas donde alguna vez se reúnen, el caballo Calcedonia con el que tiene su segundo batacazo– remiten, pero sólo hasta ahí, a la expedición tras el vellocino de oro y la historia trágica de Medea y compañía. Pero no hay seguimiento o traslado puntual, a la manera de otros ejercicios de la época en que incurrieron Marechal y Cortázar. A Bioy le interesa sobre todo el tironeo del protagonista entre los dos modelos de vida, encarnados en las figuras del seductor y perverso doctor Valerga –guapo de barrio, versión degradada del mítico coraje criollo–, y el Brujo Taboada, su suegro, equívoco vocero de un saber que combina lo oscuro de sus medios con la claridad de sus fines y llega a formular –ya derrotado– antes de morir y dejarlo sin guarda: “Me gustaría explicarle que hay generosidad en la dicha y egoísmo en la aventura”. Pero no bastará.
En la larga segunda secuencia, cargada de horror y de ironía, un desangelado Gauna comprobará al mismo tiempo la perversidad de Valerga, la estupidez de los pretextos que justifican el mentado coraje (la discusión sobre los atributos superiores de los uruguayos es grotesca e inolvidable), pero también su propia incapacidad para superar la seducción de la prueba. Como un Juan Dahlman –el protagonista de El Sur, de Borges– consciente y deslumbrado, el muchacho terminará cuchillo en mano enfrentado sin miedo a una muerte estúpida y canallesca, sólo por rendir culto a un equívoco coraje: no hay dicha posible –siente, reflexiona– si se sospecha la propia cobardía. La moraleja es perturbadora.
Tal vez no sea casual –“Siempre el coraje es mejor...”, Jacinto Chiclana dixit– que el comentario elogioso con que Borges saludó El sueño de los héroes desde El Sur ponga el énfasis en ese aspecto: la vindicación final que realiza Bioy del mítico coraje criollo, pese a estar asociado a los degradados desplantes de un guapo criminal. En el fondo, “Valerga es abominable pero también es valiente”, concluye Borges. El maestro simplifica, claro. Enrique Pezzoni, lector sagaz y antólogo de Bioy en Adversos milagros, marcó ese subrayado parcial: “La interpretación es válida y también ingeniosa. Pero quizás empequeñezca el libro al procurar agigantarlo como una ‘amarga y lúcida versión’ del mito criollo, ideada en una época a tal punto alejada de bonanza que se respira en otra exaltación del mito: Don Segundo Sombra. La íntima aventura de Emilio Gauna –obstinado en saltar hacia el otro tiempo donde espera encontrarse a sí mismo y donde habrá de recobrar a una mujer amada que siempre ha tenido asu lado y a la que olvida en el instante de morir– acaso sea mucho más grande que la amarga gesta del arrabal porteño celebrada por Borges”, puntualiza Pezzoni. Y tiene razón.
Finalmente, lo que sobre todo deslumbra en El sueño de los héroes y la hace una novela única es el extraño registro elegido; sumada a la habitual ironía, Bioy –sin aviso– propone la coexistencia del humor más desatado con una melancolía atroz, que no se priva del golpe bajo de un desencuentro de baile de máscaras. Cosa de grandes.

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Bioy Casares nació en 1914, igual que Julio Cortázar.
 
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